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Julio 2020.

Llevaba días sintiéndome mal, pero hoy empeoro todo al presentar más de uno de los síntomas que se necesitan para ser diagnosticado por el virus. Estaba tratando de calmarme ya que ahora mismo estaba justo enfrente de mis padres. Habían pedido permiso de sus trabajos para salir temprano y llevarme a consultar.

- Es que no tiene nada. – Mi padre se quejó. – Son simplemente nervios por el inicio del semestre.

- Cállate. – Mi madre lo miro mal. – ¿Acaso no te preocupa la salud de tu hija? – Pregunto.

- Claro, pero conozco a Lea y sé que son... - Mi madre lo interrumpió.

- ¡Tú no eres doctor así que cállate de una pinche vez! – Le grito. - ¿Cómo te sientes? – Me pregunto.

- Ya me siento mejor. – Mentí. – Es mejor que se vayan.

- ¡No, tenemos que llevarte a consultar!

Suspire no me quedo de otra que seguir a mi madre al coche. Mi padre de mala gana subió para comenzar a manejar hacia la clínica. Había un silencio demasiado incómodo. Solo se podía escuchar la radio de fondo. Mis padres estaban enojados, sabía que eso iba a tener alguna consecuencia. Pero ahora mismo me dedique a contemplar el paisaje a través de mi venta. Podía ver los coches que pasaban a nuestro lado. Personas caminando en las aceras.

Justo en este momento sentí mis mejillas húmedas, había empezado a llorar. Sabía que mi llanto era por lo que había pasado hace minutos. A veces odiaba ser la causa de las discusiones de mis padres. Se sentía tan mal. Ojalá nunca le hubiera llamado a mi madre para decirle que me llevaran al hospital. Debí de hablarle a mi hermano.

Para poder distraerme saqué mi móvil y abrí el chat de Liz. Así fue como los siguientes cuarenta minutos me la pase hablando de cosas muy tontas. Mi madre y yo bajamos del coche, no podíamos entrar más que dos personas.

- Las voy a esperar en la vuelta. – Mi madre asintió.

- Está bien.

- No se vayan a tardar. – Mi padre odiaba esperar, algunas veces me tuve que regresar en autobús del instinto, ya que mi padre se desesperaba y al no llegar en el tiempo que me había dicho se termina lleno.

Caminamos hasta la entrada principal en la cual se encontraba un pequeño escritorio donde nos tomaban nuestros signos vitales. Al tomarme la temperatura se dieron cuenta que traía más de lo normal, así que me mandaron a los consultorios que habían puesto en el exterior para pacientes con síntomas.

Esperamos unos minutos hasta que el doctor nos llamó.

- Buenas tardes. – Salude.

- Toma asiento. – Me señalo la silla.

El doctor empezó a revisarme, me hizo varias preguntas sobre mi estado. También si había tenido más síntomas. Pero no fue más que eso.

- Bueno. – Miro a mi madre. – Yo le recomiendo que le haga una prueba. – Mi madre lo miraba fijamente. – Presenta alguno de los síntomas principales. – Empezó a escribir en una receta. – Por ahora, lo único que puedo recetar son estas pastillas. – Le mostro la receta a mi madre. – Y para la fiebre le recete está inyección.

Mi madre no se perdía ninguna de las indicaciones del médico, en cambio yo empezaba a hiperventilar. Sin darme cuenta empecé a llorar.

- ¡No me quiero morir! – Dije entre llantos.

- ¿Por qué te vas a morir? – El doctor me miraba. – No sabemos aún si tienes o no la enfermedad. – Aclaro. – Necesito que te tranquilices. – Respire. – Mi compañera te va a inyectar.

Mi LuciérnagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora