Cap 1: ¡Muero por tener dieciocho años!

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Lux:

En la penumbra de un cuarto desconocido, una frágil luz muestra la única salida posible. El estruendo metálico de una puerta, violentamente desgarrada y, tirada al suelo, resuena en mis oídos.

—¡Lux, huye con ellos! Estarás más segura que aquí. ¡Corre, querida! Y recuerda que te amamos.

Solo hay sombras. Esa voz ¿De quién será?

Una lágrima solitaria trazó su camino por aquella mejilla desconocida para luego deslizarse hasta caer sobre la mía.

«¿Hay lluvia? ¡Que frío!»

La helada agua empapa mi cuerpo, sacándome abruptamente de aquel sueño tan extraño. Empiezo a sentir el escalofrío recorriendo mi piel, mientras me incorporo en mi cama temblando por la intensidad del frío.

—¡No puedo creer que estés durmiendo aún! —dijo Lidia Turner, señalándome con su dedo índice—. Recuerda que hoy es día de clases y antes de comenzar debes limpiar los baños. Me haces gastar mi tiempo y el agua en despertarte cuando tienes un despertador justo al lado de tu cama —su tono lleno de odio resuena en la habitación. Su presencia arrogante y dominante cuestiona mi existencia en este lugar.

—No se preocupe, señora Turner. Ahora mismo me levanto y voy a cumplir con mis deberes —Asiento sumisa, sabiendo que cuestionarla solo agravaría mi situación

Lidia Turner es una persona despiadada y rígida, su cabello rojizo está cuidadosamente peinado y su nariz parece esculpida para proyectar desprecio, su apariencia exterior es solo el reflejo superficial de la crueldad que reside en su ser. Sobre sus labios descansa un pequeño lunar.

Observo el reloj que, con sus fríos dígitos azules, marca las cinco de la madrugada. Se supone que debía levantarme a las siete y veinte de la mañana para las clases.

Me siento en la cama unos segundos, para luego ponerme de pie. Quedo perpleja mirando la cama que está completamente empapada por el agua.

«Bien, ahora también voy a tener que lavar la sábana y poner el colchón al sol. Gracias, Lidia Turner.»

Suspiro y ruedo los ojos pensando con sarcasmo, todo desde un ángulo donde Turner no puede ver mi cara.

Confirmando que acabo de levantarme, Turner se marcha cerrando la puerta con tanta fuerza que, un eco retumba en mis oídos cuando esta se cierra. La verdad es que tengo mucha fuerza de voluntad. A estas alturas alguien en mi lugar ya se habría suicidado.

No me aburro de observar mi habitación. No porque sea linda, sino porque me gusta cambiar las cosas de lugar, cuando tengo deseos de hacerlo. Me siento bien por tener una habitación para mí sola. Lo único desagradable es que cuenta con un espacio muy reducido. Los instrumentos de limpieza me quitan gran parte de ese espacio, y es tanto que no puedo caminar a oscuras o puedo terminar en el suelo. Por suerte cuento con un baño también, pequeño, pero es mejor que nada.

Dejo de observar el desastre frente a mis ojos y corro a darme una ducha matutina para comenzar a cumplir las primeras obligaciones de todas las que me esperan, solo para hacer de mi vida un martirio.

Me visto con un short que me queda horrible. Uso un pullover súper grande; diría que parezco un paracaídas. Hago uso de mi imaginación tomando las puntas y amarro un nudo. Ahora me queda genial en la cintura; para terminar con una vestimenta increíblemente rara, coloco un pañuelo en mi cabeza para sostener los cabellos salvajes que me molestan.

Aun con creatividad no puedo hacer que estas prendas humildes y desgastadas se vuelvan nuevas otra vez. Mi vestimenta es un recordatorio constante de la falta de equidad; aquí, donde los bienes, tanto materiales como morales, se otorgan con selectividad cruel.

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