11. Billie

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El capítulo de hoy es bastante fuerte, pero también necesario. Siento que vas a poder entender mejor a Billie y conocerla un poquito más.
***

No había pegado ojo.

Cada vez que me quedaba sola y el silencio me rodeaba, mi cabeza reproducía cada detalle de lo ocurrido hacía ya dos días. Dos días en los que no había podido descansar en absoluto, y ya comenzaba a afrontar las consecuencias, mi rostro tenía un aspecto espantoso.

Intentaba comer algo, pero era incapaz, mi estómago rechazaba cualquier alimento por mucha hambre que tuviera.
Había algo en especial en lo que no podía dejar de pensar desde el incendio: el piano.
¿También se habría quemado? ¿Podría recuperarlo?
Ni siquiera había podido estrenarlo, pero lo que más me entristecía era pensar en el sacrificio que había hecho la abuela para comprármelo.

El médico tocó a mi puerta. La repentina llamada de atención obligó a mi mente a abandonar cualquier pensamiento y centrarme así en lo que el chico joven y de apariencia estudiantil tenía que comunicarme.

—Relájate. —me sugirió en un tono apacible, asomando una sonrisa que no había conseguido ocultar.

Debía de parecerle irónico o divertido que yo ni siquiera pudiese abrir bien el ojo cuando intentó examinarlo con una luz, ya que mis músculos estaban completamente contraídos.

—Quítate la camiseta. —me pidió, al tiempo que se colocaba en los oídos el estetoscopio.

El mundo se me vino encima.

Primero, mi cara perdió por completo cualquier signo vital, adquiriendo el color de la bata del médico que se había detenido a observarme. Ya no podía moverme, estaba aferrada a la camilla, apretando las sábanas entre mis dedos hasta cortar incluso la circulación de estos. Y un impulso nervioso me recorrió de pies a cabeza, provocando en mi cuerpo un pequeño temblor.

Y, por último, ese profundo dolor que tantas veces había intentado ignorar, volvió con mucha más intensidad. Instintivamente me llevé una mano al costado, y la mantuve ahí quieta hasta que el doctor irrumpió de nuevo con su voz, dedicándome una mirada que preferí ignorar.

— ¿Me has oído?

Asentí con la cabeza, me sudaban las manos y me quedé sin respiración al no conseguir deshacerme del nudo tan denso que se había formado en mi garganta. Todo mi cuerpo emanaba una tensión preocupante, y así me lo confirmó el chico cuando se acercó todavía más a mí.

— ¿Te encuentras bien? —quiso saber, llevando su mano derecha hasta mi frente.

Esquivé su contacto de forma repentina, haciéndome a un lado bruscamente, pero sin despegar la mano de la parte baja de mis costillas. El movimiento me provocó un pinchazo en esa zona, y encorvé la espalda con los párpados apretados, intentando contener las lágrimas.

—Sólo voy a auscultarte —me informó, mostrándome la cabeza metálica del instrumento—. Será un momento, puedes simplemente levantar la camiseta, si lo prefieres.

El chico de pelo y ojos oscuros, que no debía de tener muchos más años que yo, había relajado su tono de voz, pero su expresión continuaba tan desconcertante que me hacía sentir aún más nerviosa.

No podía levantarme la camiseta. El simple hecho de imaginarme las manos del doctor sobre mí, sobre mi tronco, sobre la... la razón de mi malestar, me entraban unas ganas de vomitar espantosas.
Comencé a tartamudear sílabas sueltas, sin sentido, intentando inútilmente formular palabras.
Desvié la cabeza en todas direcciones, necesitaba salir de esa habitación.

— ¿Pu-puedo... ir al baño? —me oí preguntar.

Levanté la vista sutilmente, y cuando el doctor asintió con el ceño fruncido, me levanté a toda velocidad y me oculté tras la puerta del baño, bloqueando el pestillo.

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