Prólogo

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Me bajé en la parada del bus el día estaba lluvioso, caminé media manzana y entré al café, dentro estaba cálido y no habían muchas personas, sólo dos señores vestidos con traje y corbata charlando en la barra y una mujer vestida con traje de oficina sentada en una de las mesas del fondo leyendo un periódico.

Me gustaba mucho este lugar, era cálido, acogedor y estaba en el centro de la ciudad, mi lugar favorito en el mundo. Me senté en una de las mesas vacías cerca a la entrada y pedí un café. Mi clásico café oscuro, a los cinco minutos la camarera apareció con mi pedido en las manos, era rubia, alta e indiscutiblemente bella, pero absolutamente nadie se compraba a mi Miranda, quien en ese mismo instante atravesó las puertas del lugar, hoy lucía increíblemente bella con un abrigo gris, unos pantalones de mezclilla negros y su largo cabello de colores caía relajadamente sobre sus pequeños hombros

-Hola- me dijo y en su cara se dibujó una de sus deslumbrantes sonrisas - ¿muy tarde?- me preguntó, mientras se quitaba el abrigo y lo dejaba al respaldo de la silla.

-Yo diría que igual que siempre- le dije antes de darle un sorbo a mi café- Es decir, 10 minutos tarde.

-Claro que no, no siempre, la semana pasada fueron 15- y me sonrió.

La camarera llegó nuevamente a la mesa y se dispuso a tomar la orden de Miranda

-Un café, por favor.

-En un momento estará aquí en su mesa.

Y efectivamente, en cinco minutos el café estaba en la mesa, caliente y oscuro. Miranda se veía tan hermosa allí, sentada en esa mesa parecía tan en paz, pero yo sabía que tras sus grandes ojos cafés había un huracán, y que aquella tranquilidad no era más que una máscara para ocultar el desastre que había dentro de ella.

Cuando volví a fijarme en Miranda, tenía el ceño fruncido y había levantado una ceja

-¿Qué ves?- Me preguntó - ¿Tan deshecha estoy? Fue la lluvia, sólo a ti se te ocurre...

-Estás hermosa- Le solté y su ceja se volvió a levantar, me pareció tan bella con su expresión de confusión y de felicidad, así como pasaba siempre en Miranda, nada era suficiente en ella, ni las emociones y tenía que combinarlas para poder sentir algo. 

Y entonces todas las ataduras se soltaron, y aquél impulso constante de besarla apareció, y esta vez lo dejé seguir, y la besé; sus labios eran suaves, tibios y tenían un tenue sabor a café y cigarrillos, besar a Miranda era como besar el cielo, besar la lluvia, besar a Miranda era como despertar

-¿Qué haces?- me soltó cuando me aparté de ella. Su expresión había cambiado, y ahora era una mezcla de rabia y duda, ya lo dije, nada era suficiente en Miranda.

-Te quiero- Le dije, y su rostro se relajó, las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba y en sus mejillas aparecieron dos hoyuelos profundos, que caracterizaban aquellas sonrisas de Miranda, aquellas que eran verdaderas, que venían desde su interior.

-Yo también- me dijo.

Y me besó.

Un café, por favor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora