A los pocos minutos de que el doctor me anunciara que tienen que examinarme llegó una enfermera, quien me llevó a las diferentes salas de observación, en las cuales me practicaron radiografías, resonancias, tomografías y me examinaron mientras me sentía como una rata de laboratorio.
Tras ése cansado y extenuante día siguiente las radiografías revelaron que tengo tres costillas rotas al lado derecho de me caja torácica, tengo la pierna izquierda rota y una conmoción cerebral, en esta última los médicos dedujeron que en mi accidente mi cabeza sufrió un fuerte golpe y que gracias a algún milagro mi cerebro no entró en un estado de coma.
También dedujeron que no era tan grave, salvo mi pérdida de la memoria, aseguraron que no podían hacer nada, salvo darme medicinas para el dolor y un permiso para faltar a la escuela, el cual negué, porque dados los acontecimientos no quería volver ahí; si tenía que ir a un lugar en el que no conocía a nadie prefería empezar de cero a fingir que todo estaba bien, cuando no lo estaba frente a personas a las cuales se supone que debo conocer, pero no lo hago.
La señora que dijo ser mi madre al parecer se llamaba Katherine Williams, y me trató con tanto cariño, tanto amor que al cabo de dos horas de su compañía me di cuenta que alguien que podía quererme tanto tenía que ser mi madre.
En aquél hospital me sentí tan cómodo, pues no tenía que hacer nada, era como si mi vida estuviese pausada, tenía un horario, tenía enfermeras que se preocupaban por si mi almohada estaba bien, si sentía algún dolor en mi pierna rota, si los medicamentos hacían efecto; aquellas mujeres de traje blanco me trataban con tanto cariño como si fueran de mi familia, y aún no descubro si tanto altruismo era porque a) era su trabajo b) era lástima hacia alguien que había perdido cada recuerdo de su vida o c) simplemente eran buena onda.
Al cabo de tres días en el hospital vino una señora bastante mayor con mi mamá, por el gran parecido entre ellas, deduje que la acompañante de mi mamá, era mi abuela, tenían los mismos rasgos en el rostro y compartían los mismos grandes ojos azules. Cuando mi abuela entró por las puertas de la habitación dejó una caja de galletas en la mesa y me dio muchos abrazos y besos, era tan tierna, tan dulce y tan paciente que estar con ella era como volver a ser feliz de nuevo. En ésa caja de galletas había varias fotos, mi madre me explicó que iban a enseñarme a la familia, conocí a varios tíos, algunos primos y algún que otro conocido de la familia. Vi que mi familia tenía los mismos ojos azules y el mismo cabello castaño oscuro, igual que mi mamá, mi abuela y yo.
Cuando pasó una semana me dieron de alta en el hospital, mi mamá me llevó un cambio de ropa: una sudadera azul, unos jeans y unas converse, cuando me estaba cambiando por fin me vi en el espejo del baño como quien era, me vi como Charlie Williams y no como otro simple paciente de hospital.