Nota de la autora: esta es una excepción a la regla de canciones, porque esto es personal y no pude pensar en un mejor título. Quería compartirlo con ustedes. Prometo regresar a la programación habitual lo más pronto posible.
Entra capítulo.
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La sala de espera pese a los adornos y la cálida iluminación, así como el ventilador para huir del calor, se sentía incómoda. Leon sujeta tu mano suavemente, a veces su dedo pulgar acaricia tus nudillos con gentileza, ambos se hacen compañía en silencio porque no saben que decir.Llevan 15 minutos ahí esperando a pasar, pero se sienten como una eternidad, el reloj de sus celulares avanza tortuosamente lento. Cada vez que la puerta se abre ambos miran en aquella dirección a que algún médico aparezca a decirles "Pueden pasar", pero no sucede.
Las lágrimas ruedan silenciosas por las mejillas del agente, no se atreve a mirarte porque sabe que tus ojos deben estar cristalinos aunque intentas distraerte en tu teléfono, verte así sólo le rompería el corazón. La espera es dolorosa, el silencio es sobrecogedor.
—Familia de Osiris—Finalmente los llaman, ambos voltean a ver a la doctora quien sólo asiente y les dice—Síganme por favor.
Ambos se ponen de pie y en lo que son 10 pasos, cada uno siente que pesan como el plomo, el aire caliente se siente asfixiante. Por la expresión del especialista, saben que no son buenas noticias, pero él no se atreve a decírtelo porque no quiere romperte una vez más el corazón, al menos no aún.
Entran en el pequeño consultorio, aún sujetándose de las manos para evitar romperse. Entre ustedes hay un silencio cómplice que promete aferrarse con fuerza, sostener el alma del otro. La veterinaria suspira al verlos, con la expresión ensombrecida, sabe que esperan buenas nuevas aunque no las hay.
—Hola, gracias por venir tan rápido...por teléfono no quise decirles todo, pero imagino que lo intuyen—hace una pausa, aún años de ejercer no lo vuelven fácil—Osiris ya está en fase terminal, sus riñones ya dejaron de funcionar y no está respondiendo al tratamiento.
La información cae como una tonelada de tabiques sobre el pecho de ambos, Leon entiende lo directa que es la doctora, a veces él tiene que serlo en su trabajo, eso no lo hace más llevadero. Te escucha tomar una bocanada de aire que se atasca en tu garganta, pero no te quiebras, ambos lo hablaron en casa: cuando vuelvan, pueden llorar, por ahora alguien los necesita fuertes, calmados y enteros.
Las siguientes palabras pasan por el cerebro de ambos sin ser realmente registradas, quizá luego tengan tiempo de procesar la enfermedad de su gatita. Sin embargo, la última frase es la única que les importa.
—Les recomendamos la eutanasia—el corazón de tu esposo se contrae en su pecho; lo miras por el rabillo del ojo y sus orbes azules, normalmente cálidos y traviesos, son cristalinos, como dos esferas de vidrio que amenazan con romperse en cualquier instante.—El daño renal es irreversible, aunque le estamos dando analgésicos, ella está sufriendo.
Leon quiere hablar, decir que quiere verla una última vez, pero te percatas como su manzana de Adán se mueve al momento en que traga grueso. Tomás la decisión de ir por delante, no dejar que él sea quien tenga que liderar esta tortuosa marcha, debes ser tan fuerte como él, por su bien.
—¿Podemos verla para despedirnos?—Tu voz es casi un susurro que se quiebra y resquebraja en la última palabra. La veterinaria asiente, y en pocos minutos en la mesa de exploración, con mantas y suero aparece su pequeña.
Les cierran la puerta para darles privacidad, inmediatamente ambos empiezan acariciar el pelaje grisáceo de la pequeña que los ha acompañado durante siete años. Poco tiempo para un humano, la mitad de la vida del felino.
—Hola nena ¿cómo está mi princesa?—la voz normalmente gruesa, que hace eco e impone en cualquier habitación, suena tan gentil como la caricia de un pétalo. En ningún momento deja ir tu mano.—Te extrañé en casa ¿sabes? Tres días y eche en falta darte tu pollo, aún te gusta el pollito ¿verdad?
Percibes como se esfuerza para no empezar a sollozar. Al inicio Leon protestó por tener un gato, se quejó por los muebles, porque iba a dejar pelo en toda su ropa, porque iba a tirar cosas, matar plantas, romper cortinas. Ahora, siete años después, dormía a diario con la gatita en la cama junto a ti, empezó a comprarle juguetes, él se levantaba a veces mucho antes de irse a la oficina para prepararle pollo, servirle algún sobre de comida húmeda, adquirió la manía de que a la hora de comer siempre tenía que ofrecerle a Osiris un pedazo de su carne (siempre que fuera seguro).
Miras a tu marido, recuerdas cómo había noches donde lo veías en frente de su escritorio en la computadora con la gata en sus hombros o en su regazo, cuando se acostaba en el suelo de la sala mientras ambos veían la televisión para acurrucarse con Osiris. Ahí te convenciste que iba a ser un maravilloso padre.
Una ocasión Osiris se escapó de casa, recuerdas cómo Leon no dudó en salir cada noche a llamarla, dando vueltas a pie por todo el vecindario hasta que una ocasión dio con ella, escondida bajo un auto. Te llamó para que lo alcanzaras con la transportadora y una manta. Lo encontraste casi arrastrándose bajo el coche hasta alcanzarla, la envolvió en su cobija favorita y los tres volvieron a su hogar.
Luego de eso él consiguió un AirTag para Osiris, por precaución; durante sus misiones te llamaba para saber cómo estabas y cómo estaba su gatita, te pedía que siempre le dieras su pollo. Esos tres días de hospital no escatimó en gastos, pero ahora ese cuento llegó a su fin, aunque ambos sabían desde el inicio que ella nunca iba a vivir más que ustedes.
—Gracias por siete años de amor, Osiris...¿sabes que te amamos, verdad? Que hicimos todo, pero ya no podemos seguir haciéndote sufrir.—Finalmente sus lágrimas aparecieron, escondió el rostro en tu pecho y se permitió llorar, tan quedito como pudo.
Cuando finalmente se calmó, te miró a los ojos y entendiste todo. Era hora de decir adiós.
Llamaste a la veterinaria, diciendo "Estamos listos". Apareció cinco minutos después con los medicamentos necesarios, les ofreció retirarse pero ambos respondieron firme y en coro "No", lo último que querían era que Osiris pensara que la abandonaron al final del camino.
Ninguno se atrevió a mirar el procedimiento, ambos pares de ojos fijos en la carita de su felina compañera. Tu mano derecha y su mano izquierda acunando la pequeña cabeza con gentileza, con miedo de lastimarla, mientras sus manos libres se sujetaron sin dejarse ir ni un instante.
Poco a poco los ojos verdes empezaron a pesar, los párpados empezaron a cerrarse lentamente, la respiración se hizo más lenta. Los orbes se vencieron, esta vez no era una siesta y de repente, el sutil ronroneo se detuvo.
—Ya se fue...—susurró la veterinaria y pareciera que ambos escucharon el pitido de salida, porque se quebraron en llanto. Inclinaron sus cuerpos sobre el pequeño e inerte felino, abrazándose los tres una última ocasión.
Sus bajos sollozos hacían eco tímido en el consultorio, rebotando en las paredes, alcanzando los oídos del otro. Las lágrimas parecían no darles tregua, tanto que del llanto la cabeza les empezó a doler, se negaban a soltar la delicada figura de pelaje gris.
Los médicos con toda la empatía y la experiencia, les dieron todo el tiempo que pudieron necesitar para calmarse. Leon acariciaba la cabecita, sus dedos normalmente acostumbrados a jalar fuerte y firme del gatillo, se movían gráciles entre los mechones de pelaje, como si sus dígitos tocaran la más triste de las canciones en un piano que llora con ustedes.
—No es un adiós, es un hasta luego, pequeña.—Susurró, y antes de salir del consultorio, miró por última vez al animalito, que dormía tranquilo, lejos del dolor.—Te prometo que en unos días te llevaremos a casa, a que sigas durmiendo en tu alféizar favorito.
Como siempre, haciendo honor a su esencia, Leon no mintió: días después recogieron las cenizas, él no dudó en colocarlas junto a la ventana, con la única planta que Osiris jamás rompió, el iris. Te pidió que en un futuro adoptarán a otro gatito que necesitará un hogar, sólo que todavía no, que le dieras tiempo, quería por una vez atravesar un duelo normal hasta que su corazón sanara una vez más.
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Leon S. Kennedy - One Shots
FanfictionCanta, canta una canción para mi y no me dejes morir. Historias que giran alrededor de una canción.