CAPÍTULO 2. LA PRIMERA NOCHE.

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Al llegar a la valla que rodeaba el hospital, detuvo su coche y se bajó del mismo. Se dirigió a la puerta, una de las dos que habían dispuesto en la misma valla, y abrió las dos hojas de la misma, que al hacerlo tenían la suficiente amplitud para dejar pasar un vehículo. Volvió a subirse a su coche y condujo hasta la entrada principal del hospital, justo enfrente del cual estaba el aparcamiento. Allí dejó su coche y luego anduvo hasta el mismo. Le sorprendió que no hubiera otro coche en el aparcamiento, puesto que le habían dicho que allí le estaría esperando su compañero, que vendría de hacer el turno anterior. Como todavía no conocía las instalaciones, pensó que habría otro aparcamiento en la parte de atrás del hospital y que, tal vez, sería allí donde habría aparcado

Llegó a la puerta principal y abrió. Las luces del gran recibidor que daba entrada al mismo estaban encendidas, pero no vio a nadie.

-¿Hay alguien? Soy el nuevo guarda de seguridad. He venido a hacer mi turno.

Nadie contestó. Deambuló hacia el mostrador para ver si había alguna nota o algo que pudiera indicarle dónde encontrar a su compañero, pero no halló nada. Así que volvió a preguntar si había alguien allí, pero de nuevo obtuvo el silencio por respuesta. Al no conocer el interior de aquel gran edificio de tres plantas, pensó que era mejor permanecer allí hasta que su compañero volviese, quizás de hacer alguna ronda por las plantas superiores o por el perímetro del hospital. Además, él había llegado con tiempo de sobra y todavía faltaban algunos minutos para que empezase su turno.

Estando allí parado frente al mostrador, fue cuando oyó ruidos en el piso de arriba. Se dirigió hacia las escaleras, que estaban a mano izquierda y empezó a subir con cautela. Las luces estaban apagadas pues, como le habían indicado durante la entrevista de trabajo, solo había luz en la planta baja. Tras el incendio, que se había producido en la segunda planta y extendido a la tercera, la instalación eléctrica había quedado gravemente afectada y no se había reparado nada. Así pues, se optó por mantener la electricidad solo en la primera planta para evitar que pudiera ocurrir otra desgracia.

Cuando llegó a la segunda planta, y solo con la luz de su linterna, vislumbró un amplio pasillo que hacía las veces de recibidor en el que se encontraban los ascensores y a continuación este se bifurcaba a izquierda y derecha en un larguísimo pasillo donde estaban las habitaciones para pacientes a un lado y el resto de consultas a otro. Allí todavía olía a humo y a plástico y otros materiales quedamos. Las paredes estaban ennegrecidas. Alumbró a un lado del pasillo, perdiéndose la luz en él, y no vio a nadie. Hizo lo propio hacia el otro lado y a lo lejos, cuando la luz apenas era ya perceptible, vio la silueta de una persona.

-¿Steven, eres tú?- preguntó. Así es como le habían dicho que se llamaba su compañero, que le enseñaría el lugar a su llegada.

No hubo respuesta. Pero aquella figura que se perdía al final del pasillo entre la tenue luz, se acercaba a paso plomizo.

-¿Steven? – repitió. Soy Bill, el nuevo guarda de seguridad.

No hubo respuesta tampoco esta vez. Aquella silueta seguía avanzando lentamente en medio de la luz que proyectaba la linterna de Bill y ante la creciente intranquilidad que se apoderaba de él. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo ver que se trataba de un hombre, de piel muy blanca.

-¡Hola! Soy Bill, el nuevo- Y extendió su brazo con la mano estirada para saludar, pero no vio respuesta de aquel y tras unos incómodos segundos, la retiró.

-¡Hola!- dijo sin más.

-¿Tú debes de ser Steven, verdad?

-¿Steven? Sí, supongo que sí. Steven Brown, ese soy yo.

-Yo soy Bill. Me dijeron que te encontraría aquí a mi llegada y que harías de guía para mostrarme un poco el lugar. Supongo que te lo dirían.

-Sí, me lo dirían... En fin, ven te mostraré esto. Será mejor que me dejes tu linterna. Yo oí algo de ruido aquí arriba y subí a echar un vistazo, pero la mía se averió. Menos mal que ya prácticamente me conozco esto al dedillo.

-Pues sí porque no debe ser divertido perderse por estos pasillos a oscuras. Yo subí porque también oí algo cuando llegué. Supuse que serías tú que habrías subido a hacer una ronda.

-No, no fui. Pero aquí es normal oír ruidos una vez que cae la noche y la oscuridad invade este hospital.

Entonces Bill prestó su linterna a Steven para que este fuese delante y pudiera abrirse paso entre las sombras. Le fue mostrando las dependencias que había en cada pasillo: las habitaciones de pacientes, las salas donde se pasaban consultas, los quirófanos, los puntos de atención a los pacientes...

Luego de inspeccionar y mostrarle la primera planta, comenzaron a subir las escaleras para acceder a la segunda.

-Esta planta era solo para pacientes; el pasillo de la derecha albergaba las habitaciones de los pacientes terminales. Algunos de ellos murieron en el incendio al no poder valerse por sí mismos para huir de las llamas, dado que fue imposible para los bomberos sacar a tantos pacientes. A veces, parece que todavía se oyen sus lamentos intentando pedir socorro y los gritos de otros mientras eran devorados vivos por el fuego.

-Tuvo que ser horrible, no quiero ni imaginarme una situación así. Una verdadera pena aquello.

-Sí, una gran tragedia. Algunas personas también murieron en la primera planta, pero, sin duda, fue aquí donde el fuego se cebó con los más débiles. Hicimos todo lo posible por salvarlos, pero fue imposible.

-¿Cómo? ¿Tú ya trabajabas aquí entonces?

-¿Yo? Sí, recuerdo que trabajaba aquí cuando sucedió aquel desastre. Lo recuerdo todo.

-Yo no podría seguir viniendo a este lugar después de haber vivido aquella tragedia en primera persona.

-A mí no queda otra opción. Tengo que estar aquí, este es mi lugar y este es mi trabajo. En fin, será mejor bajar. Aquí, en realidad, no te hará falta subir. Antes era normal que los jóvenes se coloran por los agujeros que los maleantes hacían en las vallas para curiosear. Después, cuando esta se arregló y se puso vigilancia, fueron cada vez menos los casos en que nadie se colocaba por los huecos que volvieron a hacer. Supongo que la curiosidad ya había quedado satisfecha.

-Me alegro de no tener que subir aquí. Este lugar me da escalofríos.

-Este lugar le helaría la sangre a cualquiera. Pero nosotros, los guardas de seguridad, tenemos que tener nervios de acero para lidiar con la soledad y la oscuridad de estos lugares. En lugares como este, en mitad de la noche, cuando uno está completamente solo, cualquier ruido puede despertar en uno sus instintos más primarios.

-Yo no me considero una persona miedosa, sino muy racional. Ya he hecho antes este trabajo, aunque he de reconocer, que nunca en un lugar como este.

-Entonces, ¿no creerás en los fantasmas?

-Por supuesto que no. ¿Acaso tú sí crees?

-No me cabe la menor duda de que existen. Y en sitios así, a veces, puedes sentir su compañía. Pero no quiero asustarte en tu primera noche. Lo mejor será que te muestre la planta baja y me vaya despidiendo.

Antes de irse, le mostró la sala en la que normalmente pasaban las horas muertas mientras no estaban haciendo una ronda. Estaba tras el mostrador principal de recepción del hospital, en una sala contigua al mismo que antes usaban los trabajadores del mismo para descansar en los largos turnos de los fines de semanas cuando la afluencia era mucho menor.

Tras ello, en lugar de marcharse por la puerta principal, se fue por un largo pasillo que le había mostrado anteriormente. Se fue a oscuras, con paso lento, tal cual lo había visto aparecer minutos antes en la primera planta.

Bill se quedó en aquella sala, viendo pasar las horas en su reloj hasta que dieron las ocho. Era su hora de salir. Un nuevo compañero, Martin, vino a sustituirle. Era, sin duda, mucho más alegre que su otro colega. Charlaron acerca de cómo le había ido en su primera noche y bromearon sobre lo siniestro de aquel lugar en un intento de rebajar la tensión que se acumulaba y se sentía en aquel edificio.

Pero, por suerte, para Bill la noche no podría haber sido más tranquila. Sí que se oyeron algunos ruidos, pero lo típico en un lugar que está abandonado y donde hasta el más mínimo sonido se convierte en un estruendo. No obstante, al no tener que subir a las plantas superiores, que eran las que no tenían electricidad, no tuvo que hacer frente a ninguna experiencia desagradable.

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