CAPÍTULO 4. LA ÚLTIMA NOCHE.

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Era solo su tercera noche en aquel hospital y ya no acudía al mismo con la misma alegría que cuando le dieron su trabajo. En solo dos noches, aquel lugar se había convertido en un sitio siniestro. Para colmo, una gran tormenta había empezado a las once de la noche y no tenía visos de que fuera a aminar en las próximas horas.

Aparcó el coche donde siempre lo hacía. Sacó su paraguas y fue caminando a paso rápido hasta la entrada principal del hospital para evitar mojarse. A pesar del paraguas, el viento racheado, hacía que la lluvia viniese de un costado y de otro, resultando prácticamente imposible no calarse.

Entró, se quitó el abrigo, que se había mojado bastante, y se dirigió a la sala para dejar este sobre una silla y el paraguas en un paragüero, pues iba chorreando a cada paso que daba. Allí estaba su compañero Steven y no tenía buena cara.

-¿Cómo te encuentras hoy? Pensé que vendría alguien a sustituirte hoy.

-Sigo algo mareado, pero aquí estoy- dijo cabizbajo.

-Deberías haberte tomado libre el día. Y también haber ido al médico a que te mire esos mareos.

-No es nada, gracias. Tengo que irme ya- habló en voz baja, con tono lento y ausente.

-Claro, hombre. Si necesitas el paraguas... Está lloviendo a cántaros.

-No, no hará falta. Adiós.

-Hasta mañana. ¡Cuídate!

Y, como las dos noches anteriores, se fue por el mismo pasillo, a paso lento, con la cabeza agachada.

Bill se quedó solo en aquel hospital que olía a quemado en mitad de una noche tormentosa.

Con el viento azotando tan fuerte, muchas de las ventanas rotas dejaban que este se colara por el interior del edificio provocando un sonido que parecían alaridos de almas en pena, cual aquellos que perdieron la vida allí tiempo atrás. La luz de los espantosos relámpagos iluminaba el interior dando a aquel lugar un toque más siniestro si es que eso era posible.

Dieron las tres de la madrugada, la tormenta no cesaba. La lluvia golpeaba con fuerza contra los ventanales y el ruido de los truenos retumbaba dentro de las paredes de aquel maldito lugar aventurando todavía cinco largas horas para Bill.

Empezó a hacer una de sus rondas habituales por la planta baja. Recorría los pasillos y algunas habitaciones al azar, puesto que era innecesario entrar en todas ellas. Después volvió hacia el vestíbulo principal y se dirigió a las escaleras que daban acceso a la segunda planta. Esta noche en particular no subiría allí por nada en el mundo, aunque, por suerte, ni falta que hacía.

Pero cuando se estaba dando la vuelta, oyó pasos arriba. Se quedó dubitativo sin atreverse a subir. Su sentido común le decía que se quedara allí, pero él era guarda de seguridad y no podía permitirse no llevar a cabo su trabajo. Además, él tenía que demostrarse que ni aquel lugar ni aquellas condiciones adversas, eran suficientes para amedrentarle.

Encendió su linterna y empezó a subir los escalones uno a uno, con lentitud pero resuelto a no dejar que nada le impidiera hacer su trabajo.

-¿Quién anda ahí? – preguntó. Steven, ¿eres tú otra vez, amigo?

Y siguió subiendo hasta llegar a la segunda planta. Allí el resplandor de los relámpagos se hacía notar mucho más, puesto que no había electricidad. El lugar tenía un aspecto fantasmal.

-Steven, ¿estás bien? ¿Has vuelto a desorientarte?

Por una parte deseaba a toda costa que fuera su compañero quien anduviera por aquel lugar, pero por otra parte, el comportamiento de aquel ya le estaba produciendo escalofríos. No era normal como se había comportado las noches anteriores y si ahora era de nuevo él, se temía lo peor.

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