CAPÍTULO 3. LA SEGUNDA NOCHE.

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Pasó el resto del día haciendo su rutina de siempre, intentado descansar para estar lo más fresco posible para la noche.

Llegadas las once y media, volvió a coche para ir a su trabajo. Estaba contento pues ahora ya no tenía que preocuparse por las deudas y, tampoco era una ocupación que le supusiera un gran sacrificio. El turno de noche no le incomodaba y en cuanto al lugar, era cuestión de que pasaran unos días para acostumbrase al mismo. Aparcó su coche en el mismo lugar de la noche anterior. Se dirigió a la puerta principal y entró al hospital. Allí, en la recepción, detrás del mostrador estaba Steven. Tenía el rostro más pálido si cabe.

-Me marcho ya, Bill. No me encuentro bien.

-¡Por supuesto! Vete, vuelve a casa y descansa. ¿Qué te ocurre? ¿Estás enfermo?

-No lo sé. Empecé a no sentirme bien hará una hora. Y aún sigo algo mareado. No será nada, supongo- contestó en tono decaído.

-Deberías haberme llamado y habría venido a sustituirte antes. No dudes en hacerlo si vuelve a pasarte. Para eso están los compañeros.

-Gracias, Bill. Gracias.

Y comenzó a caminar con pausado paso hacia el mismo pasillo por el que se marchara la noche pasada. Las luces del techo empezaron a titilar a medida que se perdía en el mismo. Bill se quedó allí mirando hasta que su compañero se perdió entre aquel centelleo de luces y entonces se fue a la sala donde pasaría la mayor parte de la noche.

Serían las dos de la madrugada, la noche había sido tranquila hasta el momento, cuando escuchó algo que provenía del piso superior. Su compañero le había dicho que ni siquiera hacía falta que subiera a los pisos superiores, pues los ruidos se debían mayormente a la contracción y dilatación de los materiales del propio edificio. No obstante, él encendió su linterna y comenzó a subir las escaleras. Se iba haciendo paso entre las tinieblas que cubrían cada vez más aquel lugar conforme iba ascendiendo escalón a escalón. Cuando llegó al vestíbulo de la primera planta, ya solo aquel foco de luz iluminaba aquel sombrío y trágico escenario. Apuntó con la linterna hacia el lado izquierdo del pasillo y no vio nada. Se adentró solo unos pasos en el mismo.

-¿Hay alguien ahí?- preguntó.

Siguió unos pasos más y fue enfocando también hacia el interior de las habitaciones por las que iba pasando, la mayoría de las cuales tenían la puerta abierta. No vio nada y volvió hacia el vestíbulo. Entonces se giró hacia el otro lado del pasillo y comenzó igualmente a caminar por él, alumbrándose de igual forma.

-¿Hay alguien?- volvió a preguntar en mitad del vacío de aquel lugar.

Caminó pausadamente adentrándose en aquel oscuro pasillo que parecía que lo estaba engullendo a cada paso que daba. Entonces, casi al final del pasillo, vio la figura de alguien parado en el mismo.

-¿Eres tú, Steven?- preguntó, deseando que fuese él efectivamente.

No contestó nadie. Él siguió avanzando poco a poco.

-Voy armado. ¿Quién hay ahí? Este es un sitio privado. Nadie puede entrar sin autorización.

Pero ninguna de esas advertencias pareció hacer mella en quien quiera que fuese el que estuviera allí parado. Al acercarse más, pudo reconocer por fin el rostro de aquella persona. Era su compañero, Steven. Con la expresión perdida, ausente.

-Steven, ¿qué te ocurre, compañero?

-No lo sé. Me he desorientado. Estoy perdido.

-Pero, amigo, ¿cómo has llegado aquí? Yo te hacía ya en casa descansando hace dos horas.

-¿En casa? ¿Acaso no estoy en casa?

-No, claro que no. Esto es el hospital donde trabajamos. Vamos, te ayudaré a salir de aquí.

Entonces se acercó a él para rodearlo con su brazo por la espalda y mostrarle el camino, pues era evidente que su compañero necesitaba ayuda.

-No, no hace falta- le dijo cuando vio que se aproximaba con gesto de agarrarlo. Puedo caminar yo solo.

-Está bien, como quieras. Sígueme, yo te guiaré.

Bill fue mostrándole el camino a su amigo hasta que llegaron a la planta baja. Hicieron el trayecto sin hablar nada. Cuando estuvieron en el recibidor, Steven se fue por el pasillo por el que había desaparecido dos horas antes sin decir nada.

-¡Cuídate, Steven!- le dijo Bill mientras se despedía de él.

Después, volvió a la sala donde pasaban la mayor parte del tiempo y esperó ansioso a que dieran las ocho. Aquel incidente le había dejado mal cuerpo y las horas pasaron largas aquella noche. Cuando llegó el nuevo compañero a reemplazarlo tuvo la tentación de preguntarle si sabía algo de Steven, pero como era nuevo, no quería meter la pata y meterse en problemas.

Necesitaba el trabajo y no era el momento de empezar a entrometerse en asuntos ajenos relativos a compañeros de trabajo que pudieran costarle el puesto.

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