[6]. 166: SARA Y DRACO

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.capítulo ciento sesenta y seis

⠀Por lo general, Sara odia las vacaciones

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⠀Por lo general, Sara odia las vacaciones. Son semanas en las que recuerda la ausencia de su madre durante gran parte de su vida, aquella que se escabulle en su trabajo y evita verla cada vez más. Su padre suele decir que solo intenta protegerla, Sara no es tonta ni mucho menos, por algo su categoría como estudiante en Hogwarts era impecable y con su esfuerzo se ganó el honor de ser la nueva prefecta de Ravenclaw.

Amaba a su madre, ¿cómo no podría hacerlo? Ella le dio la vida, aunque su padre intentó darle la vida que ella tanto quiso.

Noche tras noche se sentaba a la orilla de su ventana y observaba hacia el horizonte, esperando que su madre regresara a casa y pudiera darle las noticias en persona. Pero, comprendía que sus ideales estaban en otra parte y que tarde o temprano, esos mismos ideales podrían acabar con su familia.

Con sus dedos acarició las suaves plumas de su águila y observó la luna, hermosa e imponente sobre el cielo oscuro. Desde pequeña comenzó a pensar que la luna era una protectora, pues sin importar que tan oscuras fueran las noches, ella estaría ahí para alumbrarla.

Pasar algunos días con la familia Weasley la había ayudado a reflexionar sobre la suya. Ya no le interesa saber si su madre la odiaría por estar en su contra, solo sabía que el lado correcto era proteger a su padre y a sus amigos, los protegería incluso de su madre. Tal vez, sería su luna entre tanta oscuridad.

Un destello en el jardín de los McGregor la hizo bajar la mirada. Allí, frente a la fuente de agua volvía a estar aquella silueta borrosa y oscura, quita y distante, observando la fuente o tal vez a ella.

Suspiró por lo bajo y observó el brazalete de plata que colgaba en su tobillo, se preguntó por qué aún lo llevaba consigo. Quiso convencerse de que era un recuerdo para jamás olvidar lo único que su madre había hecho por ella: comprometerla con el hijo de los Malfoy.

Volvió a observar la figura, seguía allí, como si estuviera esperando. Deslizó sus pies fuera del marco y regresó a su habitación, se dijo que no debía ir con él. Le había enviado cartas durante todas las vacaciones, cartas que no quiso leer. Sus manos se aferraron a las sábanas de su cama y quiso tomar fuerzas para ignorar aquella sensación que la tiraba hacia él, que quería saber si estaba bien.

Rechistó, tal y como la había escuchado incontables veces hacer a Lucy, y tomó su varita de la mesa antes de salir de su habitación y bajar las escaleras de la mansión, caminando descalza por sobre los fríos azulejos. Su camisón fue abatido cuando abrió las puertas del jardín, e ignorando las preguntas de la mucama, cruzó el sendero hasta la fuente rodeada de rosales.

—¿Qué haces aquí? Lárgate. —Sus palabras salieron rencorosas de su boca. Verlo ahí, observando la fuente le hizo recordar su niñez, aquellos recuerdos que prefería olvidar en estos momentos.

—Dijiste que podía venir aquí cuando quisiera.

—Eso fue antes —dijo Sara—. Si vienes a entregarle un mensaje a mi madre, no está. Así que ya vete, Malfoy.

Él dejó salir una pequeña risa y volteó a verla, sus ojos grises teñidos en un sentimiento que Sara había visto muy pocas veces en él: dolor.

—Cambiaste.

Sara apretó su varita y lo estrujó con la mirada.

—¿Qué haces aquí?

—¿Ahora eres quien hace los interrogatorios? Dime, ¿Potter te dice que es lo que debes decir?

Dio un paso al frente y Sara levantó su varita.

—Lárgate de mi casa.

—No lo harías —dice él—. Eres buena, no me refiero a los estudios, me refiero a tu personalidad. Tú... No eres como ellos —da un paso más y Sara toca su pecho con la punta de su varita—. Tampoco como yo.

La mano de Sara tiembla, sus sentimientos chocan y comienza a creer que podría hacerlo, hasta que aquellos ojos vuelven a hacerla recordar.

—¿Qué es lo que quieres?

—No sé a donde más ir —murmura Malfoy—. Papá está en Azkaban, mamá está sobre mí todo el tiempo, Layla me dejó hace meses, y los m... están presionándome. Sé que te hice daño, lo siento. Pero déjame estar aquí, solo unos minutos —suplicó.

—¿Por qué? —susurró Sara, tan bajo que creyó haber sido el viento sobre sus labios.

—Porque aquí nunca me he sentido mal.

Quiso decirle que era el chico más loco que había conocido, pues para ella lo era.

—Solo unos minutos —sentenció, bajando la varita—. Y en el jardín, no quiero que entres a mi casa, no confío en ti.

—Bien, solo unos minutos.

—No pienses que vamos a ser amigos o algo.

—No lo haré.

—Y como llegues a cruzar esa puerta —señala la puerta del jardín— no dudaré en lanzarte un maleficio.

Draco sonríe.

—No espero menos.

NOTA DEL AUTOR: Nos vemos cada 84 años, esto ya se volvió costumbre

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⏰ Última actualización: Jun 17 ⏰

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