Capítulo 4

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Zenitsu no paraba de hablar como una cotorra las historias y ocurrencias que le pasaba con cierto niño de doce años que le sacaba de sus casillas, de lo raro e incómodo que se había estado sintiendo las últimas semanas por su notable apego empalagoso, y del miedo por lo que le deparase el futuro de la relación tan extraña que tenían los dos.

—El otro día me abrazó con la excusa de que así se sentía más seguro, y luego se puso a decirme lo bonito que sería casarnos, que él se sería un militar de mayor y me protegería de la guerra... Y así llevo aguantando ¡meses! ¿Sabes lo que es aguantarle meses? Las primeras semanas era divertido y hasta le había tomado algo de cariño, pero ahora es incómodo y me está colmando la paciencia. Joder, ya no sé qué hacer pero el cabrón me tiene bien chantajeado, y si le digo que pare de tratarme como su novio o algo es muy capaz de ponerse a llorar delante de su padre, que no por nada da un miedo que no veas, y decirle que yo le he dicho que es adoptado. Entonces el señor Michikatsu vendrá a mi casa y ¡zas! —juntó sus manos y las separó exageradamente. —Me descuartizará de una y pondrá mi cabeza en su árbol de Navidad. Y, ¿sabes? Eso no molaría nada. Nada de nada.

Ella sólo escuchaba y no decía nada, pero cuando terminó el zumo de naranja que había pedido de la cafetería, habló:

—Agatsuma, es un niño aún, ya se le pasará la tontería. —Una tierna sonrisa se pintó en sus labios rosados, aquellos que traía loco a Zenitsu.

Se quedó tan embobado que el rubio no formuló palabra, su mirada estaba enfocada en los labios de su novia, qué suerte tenía él, pensaba, de tener a una chica tan linda y cariñosa como pareja y futura esposa si es que las cosas iban bien.

Nezuko al notar las intenciones de Zenitsu, se levantó de su asiento y le dio un beso corto pero lleno de cariño. Él, como tonto enamorado, saltó de alegría y todas las personas de la cafetería le miraron raro.

Es por eso que había explicado tan bien lo que es el amor a Kaigaku, porque cuando está con ella, el mundo se vuelve del revés y los peces vuelan hasta que no se puedan ver. Cuando terminó su euforia, recuperó la compostura, y sonrió con muchísima sinceridad con el corazón desbordándose.

—Tienes razón, mi querida Nezuko, además él tarde o temprano sabrá que tengo a una novia maravillosa como tú y me dejará en paz. —Dijo estirando su mano para tomar la de ella.

En respuesta, recibió una leve risilla. La más hermosa del planeta.

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Kaigaku admiraba mucho las películas de la segunda guerra mundial, al igual que cualquier película relacionada con temas bélicos por muy fina conexión que haya, como Oppenheimer. Pero desde que descubrió que estaba enamoradísimo de su profesor particular de matemáticas, sólo podía ver romances ambientados en un contexto de contienda.

Una vez vio Requiem por un Campesino Español, y le pareció maravilloso ver aquel secretismo fundido en un amor lleno de pasión, lealtad y sobre todo, sinceridad. Y su imaginación, que iba más allá que la de cualquier niño, hacía imaginarse a él mismo siendo un soldado de guerra que lucha por el pueblo atrincherado en un fuerte hecha de almohadas, tratando de sobrevivir porque tiene una amada esperándolo en casa, una que se llama Zenitsu y que llora mucho porque tiene miedo a los ratones, Kaigaku es el único salvador que puede atrapar a los pequeños mamíferos para que Zenitsu deje de llorar.

Pero Kaigaku nunca mata a los ratones, se los lleva a una caseta secreta donde las cría, las limpia, las mima y las ciuda, porque sabe que cuanto más extravagantes se vean sus ratones, el teniente Uzui vendría a darle más consejos para enamorar más a Zenitsu.

Entonces Kaigaku se dirigía a la jaula de su nueva mascota, y sacaba a su ratón para ponerle con él en el fuerte de almohadas, pensando siempre en la linda sonrisa de Zenitsu, que debería llegar en menos de diez minutos a enseñarle matemáticas.

Ni tuyo, ni de nadie || Kaizen ?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora