La Cruzada VI - El Ocaso de los dioses

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Ubicación: En la frontera entre el territorio de Centinela y la ciudad de Neo-Austin.

Hora: Desconocida.


El daño nuca fue un problema para Uxia, pero el intenso zumbido en sus oídos, la momentánea ceguera y la desorientación eran otro cuento. Con una gran molestia emergió de entre los escombros, Uxia sabía que aquel ataque no provenía del Centinela. Su instinto le gritaba que alguien más se había unido al juego. Con furia latente, Uxia se esforzó por liberarse, debió usar su energía arcana para abrirse paso entre los escombros. Pero el polvo aún flotaba en el aire, provocándole tos incontrolable mientras luchaba por levantarse, esto la obligó a intentar elevarse.

—¡Ahora, Quetzalcoatl! —Indicó Auriel, su camarada, no necesitaba más que esa orden. Un rayo poderoso, del color del jade, surgió de la nada, sus extremos golpearon a Uxia con una fuerza brutal. La energía la atravesó, causándole un dolor agudo en cada fibra de su ser, haciéndola caer sin control.

Con esfuerzo, una vez más, Uxia apartó los escombros y se puso en pie. Su cuerpo aún temblaba, sus músculos rígidos por el dolor. Con dificultad, logró enfocar su mirada en las dos figuras que se cernían en el cielo. Uno, un hombre de piel morena con ojos oscuros, vestía una armadura extraña hecha de placas de jade, o algo que se le parecía. Sostenía un macahuitl, un arma que parecía salida de los relatos antiguos, con filos de obsidiana y un fulgor de energía verdoso crepitante. El otro, un ángel majestuoso que Uxia recordaba haber visto antes, cuando tomó el control de Drevis. Pero ahora, su presencia era aún más imponente, más divina que nunca.

«¡No puede ser esa maldita arcángel otra vez! ¿Acaso me siguió desde Ayesha?» —se preguntó Uxia con furia en cuanto reconoció a Auriel, cuyos listones parecían envolverla con un aura cuasi divina—. «Sí esa perra con alas de luz dorada está aquí, los otros dos no deben de estar lejos. Por otro lado, ¿quién es ese del penacho azteca? ¿No está muy lejos de sus tierras? ¡No importa, los destruiré a todos!»

Mientras meditaba sobre sus opciones, un par de singularidades se formaron a su lado, lanzándose a gran velocidad hacia los oponentes. Sin embargo, su sorpresa fue enorme cuando los listones de Auriel disiparon la esfera violácea dirigida a ella, mientras Quetzalcoatl partió la otra con su arma. Pero esto solo avivó la furia de la albina. Extendió sus alas y se lanzó al combate, dispuesta a enfrentar a sus enemigos en igualdad de condiciones. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de alcanzarlos, varios grupos de agujas de luz dorada la golpearon, haciendo que retrocediera mientras sentía un dolor agudo en sus músculos.

A pesar del dolor, Uxia volvió al ataque con renovada determinación. La rabia ardía en sus ojos mientras se preparaba para enfrentar a sus adversarios con toda la fuerza de la cual disponía. Con los ojos inyectados en furia, se esforzó por alcanzar al tipo del penacho, convocando una tormenta de rayos de plasma. Sin embargo, ambos objetivos los esquivaron con gran habilidad, antes de que ella misma se viera forzada a esquivar los certeros ataques de los listones dorados, y varias estocadas de la Xihucoátl, que blandía Quetzalcoatl.

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