𝟎𝟒

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𝐌𝐎𝐍𝐒𝐓𝐑𝐔𝐎𝐒 𝐈𝐍𝐕𝐈𝐒𝐈𝐁𝐋𝐄𝐒

Las risas resonaban en el claro del bosque, y yo observaba desde lejos, esperando, deseando ser parte de todo. Las otras ninfas recibían regalos de sus nanas: collares de flores, pulseras tejidas con hilos dorados, amuletos llenos de cariño. Me dolía en el pecho verlas tan felices, con esos pequeños obsequios que simbolizaban lo especial que eran para sus nanas.

Mi nana... siempre tan ocupada con el consejo. Sabía que tenía responsabilidades importantes, pero no podía evitar preguntarme por qué nunca tenía tiempo para mí, para Daphne, Seleneia o Vaela, porque nunca traía nada para mí o para mis amigas. Quizás, en el fondo, tenía miedo de que no nos considerara tan importantes como las demás.

Me acerqué al círculo con la esperanza de que, por una vez, hubiera algo para mí. No quería mucho, solo un pequeño gesto que me hiciera sentir querida, recordada. Pero antes de que pudiera llegar, una de las ninfas me cortó el paso.

— No deberías estar aquí, Lyra. Nadie te quiere, por eso nunca te dan nada.

Esas palabras fueron como un golpe en el estómago. No sabía qué responder, me quedé congelada mientras el calor subía a mis mejillas, quemándome de vergüenza. Las otras ninfas me miraban; algunas con lástima, otras con esa mirada que duele más que cualquier palabra, como si yo fuera insignificante, invisible.

Quería llorar, gritar, pedirle a mi nana que viniera a mí, que me dijera que todo era mentira, que si me quería. Pero no lo hice. En lugar de eso, me alejé, escondiéndome entre los árboles. Me acurruque allí, abrazando mis rodillas, sintiendo cómo las lágrimas corrían por mi rostro, impotente para detenerlas.

Podía escuchar las celebraciones a lo lejos, los sonidos de las nanas consintiendo a las demás. Y yo, allí, sola, me preguntaba por qué yo no. ¿Por qué nunca había un regalo, una caricia, una palabra amable para mí? ¿Acaso no era suficiente? ¿Acaso no era digna de ser amada?

El sol apenas comenzaba a filtrarse por las rendijas de la ventana cuando sentí la mano suave de la nana sacudiendo mi hombro. Aún estaba sumida en el pesado recuerdo, como si la tristeza de ese día lejano se hubiera infiltrado en mis sueños. Pero susurró mi nombre con tanta ternura que no pude evitar abrir los ojos.

— Es hora de irnos, Lyra.— Me dijo, su voz baja pero firme. Asentí, tratando de despejar la neblina del sueño de mi mente. Aún me dolía la memoria de aquella tarde en la que me sentí tan invisible, pero me obligué a dejarla atrás. Hoy, tenía cosas más importantes de qué preocuparme.

Mientras me levantaba de la cama, ví que la pequeña sátiro ya estaba despierta, sentada al borde de su propio lecho. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y nerviosismo. Era extraño pensar que alguien tan pequeña y frágil había decidido unirse a nosotras en esta peligrosa travesía. Me pregunté si sabía realmente en que se estaba metiendo.

— Buenos días, nana. Buenos días, Lyra.— Dijo la pequeña, su vocecita suave pero llena de entusiasmo.

— Buenos días.— Respondí, tratando de sonreírle a pesar del nudo que aún sentía en el pecho. Sabía que debía mantener la calma, no dejar que mis propias ansiedades la afectaran. Pero no era fácil.

La nana la miró con un cariño que pocas veces mostraba en público, y le ofreció una pequeña manzana que había sacado de su bolso.

— Es para el camino, pequeña. Comeremos algo más cuando lleguemos a la aldea.

La niña tomó la manzana con ambas manos, como si fuera el mayor tesoro del mundo, y la guardó con cuidado en su pequeño saco. Había algo en su manera de ser, en su inocencia, que me recordaba a mí misma cuando era más joven. Aunque mi infancia no había sido fácil, ver a la niña sátiro me hacía desear que las cosas fueran diferentes para ella, que pudiera conservar esa alegría sin que el mundo la dañara como me había dañado a mí.

𝐄𝐍𝐓𝐑𝐄 𝐋𝐔𝐍𝐀𝐒 𝐘 𝐒𝐎𝐋𝐄𝐒 (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora