𝟎𝟔

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𝐄𝐅𝐄𝐂𝐓𝐎 𝐀𝐏𝐎𝐋𝐎

Después de que Apolo y el chico desconocido terminaron de hablar en secreto, pude sentir un cambio en la atmósfera. El chico se apartó lentamente, dándole paso a Apolo, quien se acercó con calma, alternando su mirada entre él y yo. Mi corazón latía más rápido de lo que me gustaría admitir. Estaba confundida sobre cómo Apolo había llegado a un sitio tan privado y secreto. ¿Cómo había encontrado el lugar? Me esforcé en darle vueltas al asunto, pero en cuanto Apolo se detuvo frente a mí, todo pensamiento coherente se desvaneció.

Con un gesto que destilaba gracia y delicadeza, tomó mi mano entre las suyas, sus dedos cálidos rozando mi piel de una manera que me hizo estremecer. Levantó mi mano suavemente y, sin apartar su mirada de mis ojos, dejó un beso suave sobre ella. El simple gesto me hizo sonrojar violentamente, mi mente se quedó en blanco, y de manera inconsciente, mis ojos buscaron al chico desconocido. Lo vi observándonos con una expresión de molestia clara en su rostro, aunque no podía entender exactamente qué lo incomodaba. Su ceño fruncido y la forma en que su mandíbula se tensaba me resultaban extraños. ¿Estaba enfadado? No lo entendía del todo, pero su incomodidad era evidente.

El chico soltó un suspiro pesado, casi como si llevara una carga que no quería, y sin decir palabra alguna, se dio la vuelta y se retiró del lugar, dejándome con una sensación extraña en el pecho. Algo en su partida me hizo sentir incómoda, como si una parte de mí supiera que su ausencia dejaba una huella, pero no lograba definir por qué.

Volví la atención a Apolo, quien me dedicó una sonrisa encantadora, llena de esa chispa juguetona que lo caracterizaba. Me sentí aún más sonrojada, sin saber exactamente cómo actuar. Mis ojos cayeron al suelo, incapaces de sostener la intensidad de su mirada. Cada vez que me veía atrapada en su cercanía, algo en mí se revolvía, como si sus gestos fueran parte de algún encantamiento del que no podía escapar.

—Dime, ¿cuál es tu nombre? —preguntó Apolo suavemente, con una voz que se deslizó en el aire como si fuese un canto.

Mi fascinación por él crecía con cada palabra que salía de su boca. Apenas pude responder, pero cuando lo hice, mi voz salió más suave de lo que esperaba.

—Soy... soy Lyra —murmuré, casi en un susurro, mis manos temblando ligeramente.

Apolo rió con suavidad, su risa ligera como el viento, y parecía disfrutar de mi nerviosismo. Sentí cómo la vergüenza se apoderaba de mí, mis mejillas ardiendo cada vez más. Aun así, no podía evitar mirarlo de reojo, incapaz de resistir la atracción que ejercía sobre mí.

—Lyra... un nombre tan encantador como tú —dijo con coquetería, sus ojos brillando de una manera que me hizo sentir un calor reconfortante dentro de mí.

Sus palabras me dejaron sin respuesta, y todo lo que pude hacer fue quedarme ahí, inmóvil, contemplando su rostro con una mezcla de asombro y timidez. Apolo se inclinó un poco más hacia mí, su sonrisa persuasiva aún en su rostro, y me preguntó con una voz más suave:

—Dime, ¿te encuentras bien? He escuchado algunas cosas, ya sabes, de las musas. Me contaron sobre el incómodo momento que tuviste con mi padre... Zeus.

El solo nombre de Zeus trajo de vuelta un remolino de emociones en mi pecho. Tragué saliva, sintiendo cómo el nudo en mi garganta se hacía presente, pero me esforcé por no mostrarlo. Que Apolo mostrara tanto interés en mi bienestar me sorprendía y me conmovía a partes iguales. Él, un dios, preocupado por lo que yo había experimentado. Quería mostrarme fuerte, no dejarme llevar por la vulnerabilidad.

—Mirar no es un pecado —dije, tratando de restarle importancia a lo sucedido con Zeus. Quería minimizarlo, como si fuera un malentendido sin mayor relevancia. Incluso intenté bromear, aunque mi risa no sonó tan sincera como hubiera querido.

𝐄𝐍𝐓𝐑𝐄 𝐋𝐔𝐍𝐀𝐒 𝐘 𝐒𝐎𝐋𝐄𝐒 (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora