𝟎𝟐

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𝐒𝐎𝐌𝐁𝐑𝐀𝐒 𝐘 𝐏𝐑𝐎𝐅𝐄𝐂𝐈𝐀𝐒

El asombro me inundó al contemplar al mismísimo dios del Sol. Su cabello desordenado caía con gracia a los costados de su rostro, y su mirada, llena de energía, me cautivó por completo. Parecía que su emoción se propagaba por cada rincón del bosque de Delfos, disipando la preocupación que había anidado en mi pecho apenas unos momentos atrás. Pero de repente, un grito mental me sacó de mi ensimismamiento: ¡Vaela! Un escalofrío recorrió mi espalda al darme cuenta de mi distracción.

La pregunta resonó en mi mente, insistente y acusatoria: ¿Cómo pude ser tan descuidada? El rostro de mi amiga se proyectó con intensidad en mi imaginación, vulnerable y rodeado por figuras desconocidas que destilaban peligro. Un escalofrío recorrió mi espalda mientras el latido de mi corazón se aceleraba, temeroso por su bienestar.

Decidida a dejar de lado mi fascinación por el dios, di media vuelta y me adentré de nuevo en el bosque. La frondosidad de los árboles me envolvía en un manto verde oscuro, ocultando la luz del sol que apenas se filtraba entre las hojas. A medida que caminaba, una inquietud creciente se apoderaba de mí, como un nudo en el estómago que se apretaba con cada paso. Las ramas crujían bajo mis pies, y el sonido del viento entre las hojas parecía susurrar secretos antiguos que no lograba comprender.

Un paso tras otro, cada uno marcando el compás de mi preocupación creciente. Dos pasos, y luego tres, seguidos por otros cuatro. Mi mente, incapaz de desligarse de los recuerdos inquietantes relacionados con Vaela, me arrastraba hacia un estado de absurda automatización. Ya no era consciente de mis movimientos, sino que me veía atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros que se enredaban en mi mente como espinas retorcidas. Cada paso parecía hundirme más en la angustia, como si estuviera descendiendo por un abismo sin fondo.

Solo podía tener a una persona en mente.

¿Dónde estaba? ¿Qué le había sucedido? La incertidumbre me oprimía, y un nudo de preocupación se apretaba en mi pecho, convirtiéndose en un peso tangible que me impedía respirar con normalidad. Cada instante sin noticias suyas se sentía como una eternidad, y el temor de lo que podría haberle ocurrido se apoderaba de mí, envolviéndome en una espiral de ansiedad creciente.


El bosque se había sumido en la penumbra a medida que avanzaba, como si sus propias sombras tramaran en mi contra. Mis nervios se crispaban con cada susurro del viento entre las hojas. De pronto, una voz conocida me sacó de mis cavilaciones, y me percaté de que no estaba sola. Me volví, intentando disimular mi inquietud tras una sonrisa forzada, aunque mis manos traicioneras se ocultaron detrás de mi espalda, temblando apenas perceptibles.

—¿A dónde te diriges, pequeña?— Interrogó la nana, con una expresión que combinaba afecto y desconfianza. Su mirada, aunque aparentemente envejecida, conservaba un brillo singular en esos ojos azules que parecían guardar innumerables historias. Su cabello negro, ya salpicado de canas, enmarcaba una nariz recta y unos labios delgados que apenas dejaban entrever una sonrisa. Algunas arrugas marcaban su piel, testigos silenciosos de los años vividos. Vestía un largo vestido de aspecto antiquísimo, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en su guardarropa. Pero tras esa apariencia de ancianidad, se escondía un secreto: ella, una ninfa inmortal, había obtenido de Zeus el don de envejecer cada siglo, un acuerdo que reflejaba tanto su sabiduría como su deseo de comprender la efímera belleza humana.

El pánico se apoderó de mí mientras trataba de pensar en una excusa convincente.

—Iba a... Iba a decirle a Vaela que no se olvidara de sus cosas.— Balbuceé, sintiendo cómo mi corazón latía desbocado en mi pecho.

𝐄𝐍𝐓𝐑𝐄 𝐋𝐔𝐍𝐀𝐒 𝐘 𝐒𝐎𝐋𝐄𝐒 (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora