13. Billie

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Abandonamos el hospital después de una larga conversación entre la abuela y el médico, durante la cual yo permanecí en la sala de espera junto a mi hermana. Cada vez que la miraba a la cara, sólo podía pensar en que había estado a punto de perderla. La sensación era tan asfixiante que podía sentir cómo se humedecían mis ojos, aún así, me obligué a disimular mi malestar y que mi hermana no lo notara.

Nuestra lista de desgracias no hacía más que crecer, llenaría varias páginas si tuviese que enumerarlas, por eso preferí no hacerlo. Sin embargo, Ema parecía llevarlo bastante bien, jugaba con su peluche, paseándolo de silla en silla, ya que la mayor parte de ellas estaban vacías, y se inventaba canciones completamente aleatorias en un idioma propio.

— ¿Os apetece pasar el día en el centro comercial—se acercó la abuela, dejando atrás la sala de consultas— Podemos comprar ropa chula...

La cara de mi hermana se iluminó ante aquellas palabras.

—Vale... —acepté.

Sabía que a la abuela también le hacía ilusión, no el hecho de ir de compras, eso no iba con ella, sino pasar un rato juntas después de todo.

En el Centro Comercial apenas había gente, era mitad de semana así que tampoco me sorprendió demasiado. Ya eran las 12:15 lo que significaba que la mayoría ocupaba la zona de restaurantes, dejando los comercios despejados casi en su totalidad.
Entramos directas en una tienda de deportes donde Ema eligió una equipación nueva para sus entrenamientos, de color azul claro, su favorito, y acompañada de la abuela, corrió al probador.

Ojeé varias tiendas, pero ninguna me convenció, además tampoco estaba muy centrada. Llevaba un buen rato con la vista clavada en la pantalla negra del móvil, no sabía qué esperaba, o quizás sí, pero mi mente le daba vueltas una y otra vez a la misma idea:

«¿Y si me había mentido?»

Sonaba ridículo incluso para mí, pero no conseguí dejar atrás esa inseguridad.

Cuando quise darme cuenta, había estado recorriendo la misma planta una y otra vez. Abatida, y deseando acabar con esto cuanto antes, me adentré en la tienda que tenía delante.

Teniendo en cuenta que toda mi ropa estaba destrozada y lo único que me quedaba era lo que llevaba puesto, elegí un par de conjuntos básicos. Para estos días era suficiente, tampoco quería abusar. Ni siquiera me los probé, encerrarme en un cubículo diminuto era lo último que me apetecía hacer.

Llegando a la caja, mis ojos fueron directos a un jersey, de color marrón, de punto, no me convenció demasiado pero tampoco estaba mal. Sin darle más vueltas, lo añadí al montón.

Miré el móvil nada más salir y tenía un mensaje de la abuela de hacía diez minutos.

Billie cariño, tu hermana y yo ya
hemos acabado, estamos esperándote
en los jardines de la entrada.

Ahora mismo voy, ya he terminado también.

Bajé las escaleras mecánicas y fui a su encuentro, las dos me esperaban sentadas en un banco y rodeadas de bolsas.
La abuela me ofreció un sándwich que acababa de comprar y que devoré en cuestión de minutos. Hacía tanto tiempo que no comía que había olvidado incluso el hambre.

Pedimos un taxi, que no tardó nada en llegar, y le dimos al conductor la dirección del hotel en el que íbamos a pasar la noche. Aún no le había dicho a la abuela lo de quedarnos en casa de Matt y tampoco sabía cómo hacerlo.
Absorta en mis pensamientos, no abrí la boca en todo el camino.

El taxi nos dejó frente a la puerta del hotel, un edificio pequeño, antiguo y de piedra. De primeras no me dio muy buena impresión.

Llegamos a la recepción y una señora con cara de pocos amigos nos entregó las llaves de la habitación número 4. El ambiente era muy pesado, olía a antiguo y todo estaba adornado con estampados muy cargados y figuras robustas. No tenía ascensor, y no quedó otra que subir por las escaleras, cubiertas por una alfombra que desprendía una cantidad de polvo incalculable a cada pisada. Caminamos por el estrecho pasillo, iluminadas por la lúgubre luz del único farolillo que colgaba de la pared, acompañadas por un fuerte olor a humedad un tanto desagradable.

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