Capítulo 2. El apartamento 309

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Conocí a Clary un par de meses antes de mi decimosexto cumpleaños. Acababa de mudarse a la ciudad, desde México, gracias al trabajo de su padre. Se trataba de una chica bajita, de piel bronceada con brotes de acné típicos de la adolescencia, ojos marrones, pequeños y almendrados, y cabello negro, lacio, hasta la mandíbula. La mayor parte del tiempo vestía camisas estampadas con algún diseño de sus personajes animados favoritos, su delineado de ojos era tan afilado que podía cortar solo de verlo —cosa que a nuestros profesores les parecía poco apropiado para el instituto— y apenas hablaba inglés. Expresamente, me fue encomendada la tarea de ayudar a la chica nueva, así que me convertí en su tutora. Rápidamente nos dimos cuenta de que éramos, y seguimos siendo, bastante parecidas. Más o menos un mes después conocimos a Olivia. A las tres nos encantaba una banda de atractivos chicos estadounidenses, y de alguna manera terminamos en el mismo grupo de fans. Tal como Hermione Granger se quedó con Harry Potter y Ron Weasley después de enfrentarse juntos al troll en el baño de chicas la noche de Halloween de 1991, yo supe que había encontrado a mis mejores amigas aquel verano, cuando ambas saltaron a defenderme después de dar una opinión impopular y que una ola de odio casi me ahogara en un mar de toxicidad por ello. Que Olivia viviera en otro país no fue impedimento para formar un vínculo sólido; una vez terminamos el instituto, decidimos que íbamos a trabajar duro para vivir las tres juntas algún día.

Y aquí estamos. En una colorida habitación del motel Pacific Paradise en Morro Bay, alistandonos para otro día en carretera. El cuarto de baño no es lo suficientemente amplio para que las tres podamos usarlo a la vez, por lo que Clary monta su estudio de belleza en una de las mesitas de noche, se sienta sobre la alfombra rosada y se alisa el cabello mientras Liv y yo nos apretujamos en el minúsculo baño. 

Termino mi rutina de cuidado de la piel aplicándome suficiente protector solar y me quedo quieta, evaluando mi aspecto con ojo crítico. Una muchacha de ojos color chocolate, pómulos amplios y cara de odiosa me devuelve la mirada. Mi aspecto físico ha mejorado en los últimos meses; el cabello me ha crecido hasta la cintura, las ojeras han perdido su acentuación en un rostro que ha recuperado el color, mis labios no están hinchados ni agrietados, y lo más importante, hay una chispa en mis ojos, un brillo apenas apreciable que no había visto en años. 

Procedo a organizar mi neceser antes de abandonar el baño. Clary no ha terminado de alisarse el cabello, Liv recién ha comenzado a maquillarse, por lo tanto, me entretengo leyendo en mi teléfono. Siempre soy la primera en estar lista porque soy una vaga que no aprendió a maquillarse cuando debía y atravesó esa etapa ridícula en la que aseguraba ser única y diferente. Le daría un puñetazo en la cara a mi yo del pasado si pudiera. Pero me alegra haber superado esa mentalidad tóxica y haber abrazado la feminidad interior con la que estaba peleada a muerte. 

No me vendrían mal algunos cursos de maquillaje. 

—Quiero teñirme el cabello. —No me doy cuenta cuando Liv sale del baño con una idea extraordinaria en mente—. Cobrizo, como la sultana Hurrem. Me quedaría genial, ¿verdad? 

—Iría muy bien con tu tono de piel —apunto, evaluando el rostro pálido de mi amiga. 

Después de un par de minutos discutiendo sobre tonos de cabello, y llegando a la conclusión de que un rubio caramelo me quedaría genial, mi sorprendentemente molesto pariente decide bendecirnos con su presencia: mi primo parece bien descansado, su cabello aún está húmedo, lleva puesto un polo ancho y jeans holgados. Su piel resplandece ante mis ojos celosos. ¿Por qué la mayoría de los hombres tienen una piel tan perfecta? Jacob ni siquiera sigue una rutina de cuidado del rostro y siempre olvida el protector solar. Es un bastardo con suerte. 

—Buenos días, lesbianas.

Esquiva fácilmente la almohada que lanzo en su dirección como respuesta violenta a su saludo, un momento después, una sonrisa triunfante se dibuja en su rostro. Dios, dame paciencia. Te pediría fuerza, pero si me das fuerza, a lo mejor se me pasa la mano y mando a este muchacho a conocer a San Pedro antes de tiempo. 

LA TEORÍA DE AVRIL © [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora