Capítulo 3. De canciones e intromisiones

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Hay un barrio de influencia hispanohablante en San Francisco conocido como el Distrito de la Misión, cuyo nombre está ligado a la sexta misión de Alta California, la Misión de San Francisco de Asís. Aislado de los vientos del oeste, es considerablemente más cálido que el resto de la ciudad nebulosa. Destaca por su dispar escena gastronómica y sus vivaces puntos de vida nocturna. No puedes esperar menos de un barrio con sólida presencia latina. Ahí es donde crecí. La calle donde vivía era famosa porque alrededor de 1975 fue el centro de la comunidad gay BDSM. En cierto modo, aún lo es, pues todavía tienen su feria anual de prácticas eróticas y subcultura del cuero en el mes de septiembre. En medio del caótico espectáculo de colores, mi familia vivía tranquilamente en un dúplex de estilo victoriano, nuestra vecina era una amable viuda proveniente de Los Ángeles que perdió a su marido a causa del cáncer unos meses antes de que yo naciera. Shannon hacía la mejor tarta de limón de la ciudad, y tenía la amabilidad de prepararla para mí cada vez que me apetecía, también me dejaba mirar el entretenido proceso.

Cuando yo tenía siete años, la señora Shannon obtuvo la custodia de su nieto en la corte después de que él juez dictara que la madre del niño —soltera y con problemas de alcoholismo— llevaba una vida incompatible con la vida familiar y quedase en evidencia la desatención a las obligaciones de guarda y custodia por su parte. Entrada la primavera, el niño fue a vivir con su abuela. No recuerdo qué día era, pero hacía sol y había mucha humedad en el aire. Jacob, que vivía calle abajo, y yo jugábamos en la acera como solíamos hacer todos los días después de la escuela; pretendíamos ser vaqueros en el salvaje oeste. Él debió de cometer un delito porque recuerdo que estaba detenido dentro de una gran caja de cartón que ambos decoramos para fungir como nuestra cárcel. 

Llevaba puesto mi sombrero de la vaquerita Jessy y amenazaba al delincuente con un palo, cuando un coche azul se detuvo frente a nosotros. Lo reconocí como el auto de la señora Shannon, no me equivoque, ya que la susodicha bajó del vehículo momentos después. La acompañaba un niño de mi edad, de melena lacia hasta los hombros, mejillas regordetas y mirada nostálgica. Vestía una camiseta roja de Spider-Man, así que me acerqué a él, le dije que me llamaba Avril, como Avril Lavigne, y que el arácnido de Queens era mi superhéroe favorito. El recién llegado me sonrió ampliamente, le faltaban varios dientes de leche. Mi primo me siguió unos segundos más tarde y se presentó, lo que me enfadó porque, por supuesto, estaba detenido por incumplimiento de las leyes de nuestro pueblo imaginario. Después de preguntar al niño nuevo si quería jugar con nosotros, acompañé a Jacob a la caja. Nadie abandonaba la caja sin mi consentimiento previo. 

Ese día Frey Parker se convirtió en mi vecino. Jugamos a los vaqueros toda la tarde. Poco me imaginaba que seríamos buenos amigos en la escuela primaria —compartíamos cómics y asistíamos a las fiestas de cumpleaños del otro sin falta— tampoco sabía que íbamos a distanciarnos tanto antes de comenzar el instituto. Cosa que probablemente fue culpa mía. Cambié demasiado, siempre estaba de mal humor, escondida dentro de un caparazón hecho de inseguridades. Eché a Frey de mi vida porque su entusiasmo me molestaba. Era demasiado alegre y enérgico para una chica como yo. No podía seguirle el ritmo y mucho menos quería retenerlo a mi lado.

Sinceramente, cuando me mudé del barrio un día después de su gran partido de baloncesto, pensé que no volvería a verle jamás. Ahora resulta que somos vecinos otra vez. Joder, debo estar pagando algo de karma por destrozar su gentil corazón sin consideración alguna. No hay otra explicación lógica. Tal vez debo hacer lo que mi orgullo no permitió que hiciera en su momento: disculparme. De ese modo, dejaría de preocuparme la posibilidad de volver a encontrarme con él en cualquier instante.

—Entonces... ¿Qué te parecen los centros de mesa?

La voz de mi hermana Caitlyn me devuelve a la realidad; me doy cuenta que me he desconectado del mundo en medio del pasillo de artículos de primera necesidad, con la mirada fija en una fila de detergentes naranjas. Caitlyn se casa en un par de meses, por lo que cada vez que hablamos, es para tratar asuntos de la boda o algún pendiente relacionado a ello. Me ha llamado todos los días durante la última semana y cada vez que su cara aparece en la pantalla de mi teléfono, mi hermana parece estar un paso más cerca del colapso. La crisis de hoy gira en torno a los centros de mesa. Ella sostiene una jarra de cristal, con luces dentro y flores blancas en la tapa de madera, junto a su rostro torturado... Algo me dice que está esperando a que exprese explícitamente mi desagrado hacia la decoración —según ella soy de opiniones sinceras—, así que eso es exactamente lo que hago.

LA TEORÍA DE AVRIL © [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora