Capítulo 1. Misión imposible

43 5 132
                                    

La gente suele decirme que soy peculiar, me han llamado misteriosa un par de veces, y estoy bastante segura de que ambos términos son atenuaciones. 

Eufemismos, vaya.

Lo que realmente quieren decir todas esas lenguas venenosas es que soy rara y enrevesada. Jamás protesté por ello porque, bueno, solía pensar que mi vida es una prueba contundente de que tienen razón —mi propia madre ha dicho que hago complejo hasta lo más simple— pero luego de debatir el tema con la almohada, basándome en datos reunidos a lo largo de los años, he formulado una hipótesis que bien puede explicar mi chocante personalidad: a mi subconsciente le fascinan los retos. Desde que era niña, me he enfocado en objetivos difíciles de llevar a cabo, ignorando cualquier consejo u opinión de terceros. Esto ha sido un problema gordo desde que tengo memoria, porque a las personas les molesta que no estés dispuesto a ceñirte al molde y cumplir sus expectativas.

Si bien es cierto que mi vida no es exactamente como esperaba que fuera a mis veinte y pocos, y he estado a punto de tirar la toalla en diversas ocasiones (más de las que estoy dispuesta a admitir), no me arrepiento de haber desafiado el orden. 

Verás, soy actriz. Lo sé, qué gran sorpresa, ¿cómo puede una chica como yo desperdiciar su vida de esa manera? Eso es lo que se pregunta mi familia cada vez que me ve. Lo cual es raro viniendo de ellos, porque la mayoría de mis parientes han desperdiciado sus vidas en matrimonios infelices, criando más hijos de los que pueden mantener. Perdona, ¿he dicho algo provocador? Qué insensible de mi parte, pero no por ello es menos cierto.

—¡La puta madre!

Mi cuerpo se inclina hacia adelante cuando la camioneta frena de repente y escucho a Liv, una de mis mejores amigas, maldecir en voz alta. Mis ojos viajan hacia la parte trasera de la camioneta; veo a la susodicha con el cono de helado que se compró en la estación de servicio aplastado en el pecho; a Clarisa (mi amiga desde la secundaria) haciendo todo lo posible por reprimir una carcajada, y a mi madre, abriendo una bolsita de kleenex a toda prisa. 

—Lo siento —se disculpa el conductor, mi primo, mirando el desastre que causó por el retrovisor.

Pero Liv decide ignorar su disculpa.

Gil de mierda, me he tirado todo el helado encima por tu culpa —dice, señalando su camiseta, que tiene el rostro de Anakin Skywalker por todas partes, como si no fuera evidente que parte del diseño ha quedado cubierto con helado de chocolate.

—Perdón.  —Jake no puede evitar reírse al ver a Liv sacando violentamente todos los papeles plegados de la envoltura de kleenex—. Quería pasar antes de que se pusiera en rojo. 

Su respuesta no hace más que cabrear a mi amiga. Eso es lo suyo, desde que Liv decidió que estaba lista para explorar el mundo fuera de su pequeña provincia en Argentina, y vino a vivir conmigo, establecieron una extraña relación de amor incondicional y odio ocasional, a veces discuten por insignificancias. Todo el mundo piensa que son pareja, y probablemente lo serían, si el himno de Jake no fuera Born This Way de Lady Gaga.

—¿Quién crees que eres? ¿Toretto?

—Lo más importante siempre será la familia —recita Jake, y después vuelve a reírse—. Oye, ¿se manchó el asiento?

—No, pero me debes cinco dólares por el helado —advierte Liv de mala gana—. Ay, es mi camiseta favorita. —Jake suelta un «se nota» por lo bajo—. ¿Qué decís, boludo?

Jake, no respondas. Por favor. 

—Que te la pones a diario, ya le hacía falta una buena lavada —continúa mi primo, tamborileando los dedos contra el volante, sus ojos fijos en el semáforo.

LA TEORÍA DE AVRIL © [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora