Epílogo

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Dos años habían pasado ya desde nuestra boda y cada día, tanto él como yo nos encargamos de profesar nuestro amor de tanta manera se nos ocurría. Antares ahora tenía tres años y era una niña maravillosa, al ser tan pequeña, rápidamente se había acostumbrado a mí y a verme como su mamá, misma manera en la que se dirigía a mí. Draco y yo habíamos decidido hablarle de su madre cuando cumpliera cinco años, sabía quién era Astoria y tenía una foto suya en su mesita de noche y sabía que ella la cuidaba desde otro lugar, pero la historia de su partida de este mundo no la conocía, lo haría en su momento. Por otro lado, teníamos a Scorpius, nuestro pequeño niño que ya era un remolinito andante en la casa y era una pequeña copia de su padre, aunque tal como llegamos a soñar alguna vez, había heredado mis pestañas y mi sonrisa.

—Nueve meses, nueve meses te tuve en mi vientre y sales siendo el vivo retrato de tu perfecto y guapo padre—le decía al niño mientras cambiaba su pañal.

—Genes Malfoy, cariño, es todo lo que puedo decir—lo escuché a mis espaldas, estaba recargado en el marco de la puerta, sonriendo ante mi queja de herencias genéticas.

—Mira, tú y tus genes vayan a la tienda, que se acabaron los pañales y lleva a Scorpius contigo que no podré hacer nada con este tornado categoría cinco a mi alrededor.

—Hijo, será mejor que hagamos caso o tu madre es capaz de aventarnos al mar con una piedra atada al pie o de hechizarnos—rio tomando al niño en brazos.

—Eres un exagerado, Draco—negué con la cabeza riendo.

— ¿On van? —preguntó Antares, entrando a la habitación.

—A la tienda, pequeña—respondió su padre—. ¿Quieres ir o te quedas con mamá?

—Quedo mami—se abrazó a mi pierna, por lo que yo la tomé en brazos.

—Bueno, entonces tú y yo vamos a la cocina mientras estos caballeros salen por la compra.

Draco me dio un suave beso de despedida, otro en el sonrosado cachete de la niña y salió con Scorpius en brazos a la calle, mientras, prepararía lo que llevaríamos esa noche a casa de Harry y Ginny, pues las cenas con ellos los fines de semana se mantuvieron, uniéndose algunas veces Pansy, cuando se tomaba el tiempo de viajar a visitar a su ahijado, tal como en esta ocasión; no debía tardar en llegar.

Tenía unas costillas en el horno y terminaba con un puré de papas cuando el timbre sonó, esa debía ser Pansy, así que con Antares en brazos, fuimos a abrir la puerta.

—Llegaste temprano...—sonreí abriendo la puerta, pero quedándome callada al ver que esas personas para nada eran Pansy.

—Granger—saludó la mujer de mayor edad, con el rostro tan serio como recordaba.

—Señores Malfoy—sentí cómo mi garganta se secaba y mis manos sudaban.

— ¿Nos dejarás pasar?

—Oh, sí, sí, claro, pasen—me hice a un lado dejándolos entrar.

El señor Malfoy ni siquiera saludó, sólo caminó hacia la sala, evaluando todo a su alrededor, si bien la casa era de lujo, no lo era tanto a como ellos estaban acostumbrados. Se sentaron en la amplia sala y yo les ofrecí un poco de agua.

— ¿No tienes elfos para eso? —la señora arqueó una perfecta ceja.

—Bueno, es una casa pequeña, no es...necesario.

—Ya veo—asintió una vez—. También noto que Antares ha crecido bastante.

—Sí. Cariño—vi a la niña—, dile hola a tus abuelos.

El Acuerdo (Dramione)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora