MOVIMIENTO CIUDADANO

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La cara de Robert estaba en shock; era evidente que el pelinegro jamás había siquiera imaginado todo lo que le había contado

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La cara de Robert estaba en shock; era evidente que el pelinegro jamás había siquiera imaginado todo lo que le había contado.

—Ves, como toda mi vida no puede solo resumirse a lo que puedes encontrar en internet.

Su vista estaba demasiado perdida; la grabadora en la mesa se había parado y aún con el shock, Robert seguía escribiendo.

—Pero cuénteme —dijo, dejando su bloc de notas sobre mi escritorio—. ¿Jamás se volvieron a ver hasta las elecciones del 2024? ¿Cómo fue su vida después de lo ocurrido? ¿Se volvió a enamorar? ¿Cómo fue su vida al lado del padre de su hija?

Reí por lo bajo por todo el bombardeo de preguntas por parte de Robert; él vio mi expresión y mi risa, así que pidió perdón de inmediato.

—Así es, la volví a ver, pero las cosas mejoraron por un tiempo, hasta que las elecciones nos volvieron a separar.

Era el año 2006. Andrés se había postulado una vez más a la presidencia de México. Se había convertido en mi mejor amigo y mi más fiel compañero de vida. Pero a ese punto, me había retirado del mundo político y solo era una de las consejeras a considerar de Andrés. Un par de años atrás, me había convertido en profesora de ciencias y clima de la UNAM, donde conocí a mi segundo esposo, J. María. Cuando entré como profesora, había pasado tiempo con algunas psicólogas; a todas les hablé de mi gran amor y como por cuestiones del destino lo había perdido, pero a ninguna le hablé del nombre de mi amor. Ni siquiera las personas profesionales como los psicólogos estaban de acuerdo con todas las distintas formas de amor, y un error mío me habría costado una estancia en el psiquiatra o un centro para personas con enfermedades mentales. Nuestro mundo, por desgracia, aún no era apto para demostrar el amor, por lo visto.

Después de una larga recuperación, al final entendí que tenía que rehacer mi vida. Jamás olvidaría a Xóchitl, pero tenía que empezar a vivir sin ella. Así fue como conocí a J. María, una de las personas más importantes que tocaron mi vida. Gracias a él, volví a querer, pero solo a alguien en el mundo podía amar. Dos años más tarde, estaba embarazada de mi hija, y meses antes de su nacimiento, tuve un reencuentro con Xóchitl.

Mi marido había cerrado un contrato con Rubén, esposo de Xóchitl, por lo cual tenían que hacer su regreso al DF. Cuando me enteré, llamé de inmediato a Andrés, aunque no sonaba muy contento, por lo cual agendé una cita con él. Después de un par de días, lo tenía frente a mí, dando vueltas por toda la habitación.

—Me parece increíble hasta donde pudieron llegar esta clase de personas.

—Tranquilízate, Andrés.

—No puedo tranquilizarme. Calderón usurpó el puesto donde el pueblo de México me puso. Gané la presidencia y ahora resulta que los números no dieron.

Andrés había ganado la presidencia de México, pero le fue arrebatada de sus manos por Calderón. Habían pasado las elecciones del 2006, y aunque todos sabíamos que él había ganado una vez más, la oposición había hecho de las suyas.

—El pueblo de México no está contento. Ahora tengo que evitar un golpe de estado.

Me levanté del sofá y me acerqué hasta él, tomé sus manos entre las mías y le aseguré que todo estaría bien.

—Lo siento, Claudia, sé que vienes hasta mí por Xóchitl y solo he hablado de todo lo mío.

—Pierde cuidado, ambos sabemos que hemos tomado las mejores decisiones para el país. Ya se acercará tu momento para servir al país desde la silla presidencial, y lo harás mucho mejor que cualquiera que haya estado en esa silla.

—¿Lo crees?

—Estoy segura, y después llegará mi momento de enriquecer al país y terminar con esos partidos corruptos.

Ambos reímos y seguimos conversando solos en la habitación. Al final, ni siquiera mencionamos a Xóchitl, y aunque evité la conversación, en el fondo sabía que nuestro reencuentro podía terminar de la mejor manera o de la peor posible.

Habíamos llegado hasta la casa de los Gálvez; la fachada era hermosa e impresionante, muy al estilo de Xochitl. Mi esposo estaba terminando de estacionarse, y al terminar, entró hasta la casa dirigiéndose hasta Rubén.

En el patio, Xochitl jugueteaba con Diana, la cual estaría por cumplir algunos tres años. Xochitl estaba de espaldas, cargando entre sus brazos a la niña, la alzaba al viento evitando caer. No sabía qué hacer, incluso no sabía si esperaría mi visita. Había pasado tanto tiempo, pero aún conservaba en mí lo que Xochitl me podía provocar.

—Hola —hablé, y Xochitl volteó hasta mí desde el piso.

No se inmutó ni nada, no estaba sorprendida ni extrañada, solo me regaló una sonrisa tan peculiar en ella.

—¿Podemos hablar?

—Claro —respondió, bajando a Diana al césped.

Nos sentamos en una banca de madera que estaba en su patio. J. María y Rubén estaban platicando y firmando unos papeles; Diana jugueteaba en el césped mientras que nosotras recibíamos la brisa en nuestras caras.

—¿Cómo estás? —pregunté. La verdad no sabía por dónde empezar. Estaba alegre, confundida; muy en el fondo quería volverla a besar, pero existía una pesada línea entre ambas que no sé si algún día se llegaría a romper.

—Bien, no sé cómo responder, la verdad. Estar cara a cara contigo es difícil, Claudia.

—Lo sé —giré mi cara hasta la suya, mirándola directamente a los ojos—. Veo que estás bien, y no sabes lo feliz que estoy con ello.

Hablamos de todo durante la próxima hora; la tensión no se había roto por completo, pues al final éramos dos mujeres que en el pasado se habían amado, y el presente no cambiaba mucho las cosas.

—Ahora soy madre. Me impuse en mí algo que tal vez no quería, pero gracias a eso encontré al verdadero amor de mi vida —dijo Xochitl, sosteniendo entre sus brazos a Diana. La miré con anhelo.

Miré sus pequeños brazos, su sonrisa, su felicidad, llevándome mis manos a mi panza, tratando de sentir el calor de mi hija que venía en camino. Cerré los ojos por un par de segundos, imaginándome algo diferente, algo real.

—¿Sucede algo? —preguntó Xochitl cuando vio que llevé mis manos hasta mi vientre.

—Para nada. Solo creo que tienes razón. Al final del día, coexistiremos con el amor de nuestras vidas, pero no puedo evitar imaginar criando y cuidando a estas pequeñas juntas, siendo madres, amigas y que nos hubiéramos amado como si nada hubiera importado. Pero el final del cuento no es así.

La miré a los ojos por un par de segundos; pasé mis manos hacia enfrente para que las tomara, y con Diana de por medio, las tomó.

—Lo siento, Xochitl, por todo, por nada, por lo que faltó y por lo que jamás va a sobrar, por esto, por aquello, lo siento. Tal vez fui una tonta en su momento, y créeme que desde aquel instante en que te besé no te he dejado de amar, pero también tuve que empezar a querer, y aunque sé que fue un error, ahora ese error no lo cambiaría por nada —ambas observamos, ella por su parte a Diana, y yo a mi próxima hija.

Al final, terminamos cenando en su casa; nuestro pasado se había restaurado y ahora podía dar paso a una amistad. Ambas cometimos errores, pero al final esos errores nos dieron las mejores lecciones de nuestras vidas. Ambas seguimos con una pequeña llama encendida, pero teníamos otro gran motivo para no mantenerla.

EL ARTE DE GOBERNARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora