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 Decir que estaba hecho una bola de nervios era quedarse corto

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 Decir que estaba hecho una bola de nervios era quedarse corto.

 Era un ente en la tierra, con pasos que parecían más bien flotar por lo imperceptible de su andar, mientras observaba a unos cuantos centímetros más adelante como Emmett perseguía decididamente a Edwin, quién les enseñaba el camino volando por encima suyo con mucho más emoción que su amigo, ahora que volvería a su hogar.

 Sus manos se aferraban con tanta fuerza sobre las correas de su mochila que estaba seguro de que en cualquier momento se partirían.

 A ver, lo cierto es que no estaría tan muerto de miedo si supiese que puede confiar en sí mismo para estar frente a Dane sin montar un espectáculo, entonces podría disfrutar con plenitud de la que sería probablemente su última lección sobre vampirismos y mundo mágico. Pero, contrariamente, la verdad era que no había pegado el ojo ni un segundo la noche anterior debido a la ansiedad.

Tampoco es como si le diese igual saber que este sería el cierre de su puente a el mundo oculto de criaturas mágicas. Estaba anímicamente muy dividido entre su miedo a hacer el ridículo frente a Dane y el pesado sentimiento de decepción que le causaba quedar por su cuenta nuevamente.

 Anoche, mientras Edwin presumía su felicidad por no tener que volver a dormir en un closet, él solo podía pensar en que ya no estaría allí cada día para hacer su vida un poco más miserable.

—Disculpa, mágica cotorra, llevamos caminando como cuarenta minutos, ¿Cuánto más falta?

 Emmett irguió la espalda al estirar sus brazos y dejó salir un jadeo.

 Se encontraban a las afueras del pueblo, atravesando un sendero en medio de un descampado, que no podría considerarse bosque del todo ante la falta de árboles, pero había algunos que otros, enanos y de troncos delgados, que batallaban por brindar sombra con sus humildes copas.

 Observó a Edwin esperando por saber una respuesta también.

<<Llámame cotorra nuevamente y haré llover mi popó para ti, humano. >> graznó con resentimiento.

 Kowie dejó salir una risa demasiado exagerada para un chiste tan infantil, y Emmett frunció el ceño.

—¿Qué te dijo? No se digan secretos frente a mí. Es grosero.

—Uh...que falta poco — respondió asintiendo y Emmett volvió a darse la vuelta, suspirando con fastidio.

—Podríamos haber pedido un taxi, o rentar unas bicicletas, o lo que sea — se quejó.

 O sea, tenía razón, incluso Kowie se preguntaba cuánto faltaba, cada vez que sus pensamientos dejaban de atormentarlo con posibles futuros en los que causaba un desastre el día de hoy.

<<¿Por qué lo arrastras como una mascota? ¿Por qué siempre lo traes contigo? ¿No sabes que debes respetar a los humanos ahora? No se supone que lo molestes con estos asuntos, mestizo>> inquirió Edwin acercándose un poco más a tierra.

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