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 Tuvo un breve sueño

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 Tuvo un breve sueño.

 Era él, y era pequeño, como de aproximadamente cinco o seis años. Estaba en el patio de su casa, jugando con sus camiones y era un día cálido de verano. Su madre estaba dentro preparando limonada, y Arwen corría detrás del camión de helados del otro lado de la calle.

 Era solo él al principio, y luego la sombra de algo más oscureció su panorama.

 Levantó la vista para recibir a su madre con una sonrisa. Pero no era ella.

 Eran tres grandes sujetos. Altos. De cabello oscuro y largo, y usaban unas túnicas que de solo verlas lo hicieron llorar. Bueno, él siempre fue muy llorón de niño. Uno de los sujetos detestó esto y lo tomó como si no fuese nada.

 Se lo estaban llevando. Estos extraños sujetos lo estaban secuestrando y su llanto no les movía ni un pelo.

 Se sintió abandonado y desprotegido, como el juguete que había olvidado hace unas semanas en el parque. Se sintió culpable y molesto.

 Se abrazó al pecho del desconocido para resguardarse porque cuando levantó el rostro y este lo observó, resulto ser su padre.

 Su padre le sonrió y luego besó su frente, y le dijo que ya todo estaba bien. Fue raro, porque no percibió el momento en que su padre se enfrentó a estos malvados sujetos para recuperarlo, y le hubiese gustado verlo dándoles una paliza, pero al menos ya estaba de regreso con su familia. Se sintió cálidamente protegido.

—Ko. Kowie. Kowie...

 El uso de la razón volvió lentamente a él. Eran espasmos de dolor, como manchas de realidad que poco a poco estaban batallando para tomar el mando nuevamente. La luz fría de la habitación. El agradable calor de un tacto sobre sus hombros. La voz de Emmett.

—Kowie, vamos. Despierta, amigo. No sigas humillándonos frente a la gente importante.

 Parpadeó repetidas veces para tomar control de sí mismo e intentó incorporarse al darse cuenta de que estaba tumbado sobre su amigo.

—Despacio. Tómalo con calma.

 Se frotó el rostro, pero por más que intentase, su conocida jaqueca seguía encima suyo como una nube que rodeaba su cabeza.

—Auch...— dijo, en primer lugar por el dolor de su mente dando vueltas. Y luego, el segundo — ¡Auch!

 Dio un respingo sobre su asiento ante la incómoda sensación de un más que doloroso ardor proveniente de su trasero.

 Se tomó de la zona, poniéndose de pie y entonces repentinamente recordó en donde se hallaba. La Madriguera. En casa de Dane. En el Mundo Bajo. Estaba teniendo clases de historicidad vampírica o lo que sea. Se desmayó por su estúpido error de no tomar sangre.

 Y un montón de rostros lo estaban rodeando, observándolo con expectativa.

—Oh.

 Allí estaba Emmett, junto a él. Sonrió con timidez. Y Edwin, encima de un estante al costado. Dane, claro. Cruzado de brazos y negando con la cabeza, sumamente desaprobatorio y letalmente atractivo.

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