La ilusión de la Permanencia.

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Capítulo 2 "La ilusión de la Permanencia".

El guardia de seguridad del hospital, un hombre de tez morena y un poco pasado de peso, disfrutaba de un merecido descanso en su turno matutino. Con un bigote espeso y un semblante relajado, saboreaba unas deliciosas donuts en la soledad de la sala de monitoreo. Una melodía animada resonaba en el aire, y no pudo resistir el impulso de mover los glúteos al ritmo de la música, creando un pequeño espectáculo para sí mismo.

Mientras eso ocurría Caelius se sintió como una hoja arrancada por el viento, descendiendo hacia un abismo infinito. El terror se reflejaba en su rostro, que parecía esculpido por el miedo mientras el abismo lo devoraba en su caída sin fin. Las nubes, como monstruos hambrientos, se abalanzaban hacia él, envolviéndolo en un torbellino de caos y desesperación. Cada segundo se estiraba hasta parecer una eternidad, y Caelius se aferraba a la esperanza de que algún milagro lo salvara de su destino inevitable. Pero en ese momento, el abismo lo reclamó por completo, y todo se sumió en la oscuridad.

Las donuts, tentadoras y dulces, eran su pequeño placer en medio de la monotonía de la mañana. Cada bocado era un destello de felicidad en medio de la oscuridad, y se permitía disfrutar de ese momento de indulgencia antes de volver a la vigilancia.

Más el estruendo de una furgoneta retumbó en el hospital, interrumpiendo la tranquilidad de la sala de emergencias. Con un chirrido de neumáticos, el vehículo se introdujo de reversa por el área destinada al estacionamiento de ambulancias, casi llevándose por delante al policía de las donuts que custodiaba la entrada.

La escena era caótica y desconcertante, con el sonido ensordecedor del metal raspando contra el suelo y las luces parpadeando frenéticamente. Los médicos y enfermeras en la sala de emergencias se miraron entre ellos con expresiones de confusión y alarma, sin comprender lo que estaba sucediendo.

El policía, sorprendido por la audacia del conductor, apenas tuvo tiempo de apartarse a un lado para evitar ser embestido. Observó con incredulidad cómo la furgoneta se detenía en seco, su motor rugiendo en un crescendo de violencia contenida.

El caos reinaba en el hospital, y nadie sabía qué peligro acechaba más allá de esas puertas.

El humo se elevaba de las calles circundantes, envolviendo la escena en una atmósfera irreal y lúgubre. Mientras tanto, el guardia de seguridad, con el corazón golpeándole el pecho, se levantó del suelo y corrió hacia el interior del hospital en busca de un lugar más seguro desde donde actuar. Con determinación, sacó su pistola y apuntó hacia la furgoneta, que se ocultaba tras el velo de humo.

La luz destellaba en el metal de su arma mientras se preparaba para lo que pudiera venir, sus sentidos agudizados por la adrenalina que bombeaba por sus venas. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos, acompasados con el ruido de la furgoneta rugiendo a lo lejos.

Con cada paso que daba hacia adelante, el guardia se sentía más decidido, su entrenamiento y su instinto de supervivencia guiándolo en medio del caos que se desarrollaba a su alrededor. Era una batalla de voluntades, una lucha entre el miedo y el deber, pero él estaba decidido a proteger a los inocentes a cualquier costo.

Con un movimiento teatral, las puertas de la furgoneta se deslizaron abriéndose lentamente, revelando a las misteriosas figuras en su interior. Una vez fuera del vehículo, avanzaron con una determinación silenciosa, cada paso calculado y coordinado.

A medida que se acercaban, las máscaras de payaso que llevaban puestas comenzaron a revelar sus rostros, pero en lugar de transmitir alegría, reflejaban una siniestra determinación. Vestidos con uniformes militares oscuros, sus siluetas imponentes contrastaban con la tranquilidad aparente del hospital.

BETA l Kaumecis: La eternidad efímera ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora