Capitulo 1

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Era un Sábado, 16 de febrero del 2020, como todos los días me encontraba tomando un café en el centro de la ciudad, en <algún lugar del mundo>, a pesar de ser un mes frío, ese día se sentía cálido, imagino que era por la presencia de un cielo despejado y, de un sol desnudo que emanaba de él, aproximadamente eran las dos de la tarde.
Desde hace menos de un año esta cafetería se había convertido en mi rincón favorito de la ciudad, es una de esas cafeterías decoradas con diferentes tipos de plantas, aunque no se mucho de plantas podía reconocer el lirio de la paz, la lengua de tigre, también habían las llamadas costillas de Adán y una que otras palmas como la Kentia. El techo del lugar era recubierto por maderas pintadas con un perfecto barniz, por todo el lugar colgaban guirnaldas de bombillas amarillas, dando la sensación de estar en un otoño interminable, las paredes eran adornadas con imágenes enmarcadas de los 70s, 80s y 90s, entre esas imágenes habían bandas de rock, estrellas de cine, vehículos de la época , cafeterías de esos años y una que otras caricaturas. En las paredes habían frases pintadas referentes al café, una de mis favoritas decía; “El aroma del café es como el aroma de tu compañía”. Ni hablar de las sillas y mesas, yo estaba sentado en la parte trasera de un Volbague Vocho del 80” convertido en un esponjoso asiento, la mesa era de madera barnizada, imperfectamente redonda y cada una tenía una frase en medio, en la mesa dónde me encontraba ese día decía; “Es tan corto el amor y tan grande el olvido que prefiero cuidar de tu amor”, muy parecida a la frase de Pablo Neruda ¡hermosa frase! Adicional, la mesa tenia una silla de madera igualmente brillante por el barniz, en sus bordes tenia talladas figuras triangulares y el fondo del asiento era tapizado. Un lugar agradable, donde sientes que el tiempo se paraliza y la vida pesa menos, allí estaba yo, con mi café, leyendo un libro mientras sonaba una suave melodía de CHILL VIBES.

En el lugar el servicio siempre era acogedor, todo el personal incluyendo el dueño, te daban un trato personalizado. Desde que entrabas se notaba la alegría de verte, te recibían con un caluroso “bienvenido” te extendían la mano y te acompañaban a la mesa. Lo mejor de todo es que en la primera visita se aprendían tu nombre, mi parte favorita era cuando me preguntaban; Sr. Jorge ¿tomará lo mismo de siempre? Eso me hacía sentir en casa.
Allí estaba yo, un viejo de 70 años, con mucho que agradecer a la vida, con mis manos temblorosas pero mi corazón repleto de recuerdos de una vida tan bien vivida, allí estaba yo, concentrado con mi libro y disgustando del suave aroma y sabor del buen café.

En el lugar constantemente entraban y salían personas, unos con café para llevar, otros lo tomaban en el lugar, era un movimiento constante que no me distraía, siempre estaba leyendo, siempre estaba sumergiéndome en las mentes de grandes autores, en especial en esas novelas o historias que te atrapan desde el primer capítulo, siempre creí que leer era perder el tiempo y, cómo me arrepiento de ese pensamiento erróneo.
Ese día, todo iba normal como cualquier otro día, hasta que dé repente sonó la campanita de la puerta, rápidamente aparté la mirada del libro y vi que entró al café un hombre alto, piel clara, peinado con un brushed back, traía puesto un traje ejecutivo azul marino,  camisa blanca, corbata azul oscura, maleta negra en mano y zapatos negros brillantes, por la forma de vestir y el agradable aroma de su perfume que invadía la cafetería, supuse enseguida que era algún ejecutivo importante, es poco común ver a personas de esa categoría en estos tipos de cafeterías, esta clase de personas, en su mayoría visitan cafeterías de renombres.
La mesera adelanta el paso a su encuentro, le da la bienvenida, intercambian algunas palabras, luego lo acompaña hasta una de las mesas desocupadas, antes de sentarse, el hombre afloja los botones de su saco azul, toma asiento y coloca su maleta negra en el piso a su derecha, la mesera le apunta la orden y se marcha.
Mientras él esperaba su orden no paraba de agitar una de sus piernas y de frotar constantemente las manos por su rostro, no sé si era por estar de prisa, por ansiedad o por algún otro motivo, pero lo que sí estaba seguro es que no estaba bien.

Al minuto la mesera se acerca con un café, lo coloca en su mesa y se despide con una amable sonrisa, el se la devuelve entre cortada, sostiene el café, da un trago y queda paralizado. Observé como su mirada se perdía en sus pensamientos, como si su cuerpo estuviera allí pero su mente en otro lugar.

LA MUERTE DE UN ARROGANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora