3. El material de los deseos

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Había un lugar en el que se apreciaban construcciones de edificios abandonados y semiderruidos en lo alto de un peñón que sobresalía de una base montañosa. Los edificios estaban construidos muy cercanos entre sí y dejaban un espacio entre ellos, como si en el pasado hubiesen formado parte de una misma comunidad de vecinos. A sus pies, entre lo que parecían los restos muy estropeados de un parque infantil, partes de la silueta de un hombre se movían entre la oscuridad y los escasos reflejos que se daban por la zona.

Era un hombre corpulento, de cabello oscuro, de sien y mandíbula amplias que, con expresión seria, observaba a través de los muros de dos edificios la iluminación que emergía de una ciudad cercana que descansaba en la base de un abombamiento del suelo similar a otra pequeña montaña. Las luces eran llamativas y acompañaban en el jolgorio de los ciudadanos, quienes disfrutaban de la fiesta cada vez que se organizaba. Para Renaak, estar condenados a vivir sobre la pared que componía a la cápsula de los humanos no era ningún motivo de festividad, pero comprendía que la gente tuviera que inhibirse en este tipo de actos sociales para olvidarse de las miserias de la vida.

Observó los alrededores de la ciudad, levantando su mirada hacia arriba, donde se apreciaba un rastro de abundantes puntos de luz que se alabeaba hacia una inmensa masa circular de negrura abismal que cortaba y ensombrecía al propio rastro de luces al superponerse por encima de este. Esa masa de oscuridad, que se apreciaba vagamente como un pliegue en el espacio, parecía brotar de la propia oscuridad y pertenecía a volúmenes de la cuarta y quinta dimensión que no se apreciaban en toda su magnitud; resultado de ese efecto era la demostración de que la luz, en ocasiones, perdía su camino y no acaba de encontrar una geodésica de recorrido lineal desde la fuente hasta el observador entre las dimensiones espaciales adicionales, provocando que se diera la aparente presencia de lugares y espacios oscuros donde el tejido se plegaba. Él había vivido en distintos lugares de la superficie interna de la pared de la cápsula humana y sabía que distintos lugares se apreciaban morfologías de pliegues distintas, pese que el contenido de la cápsula era el mismo.

Personalmente, él nunca entendería por qué habían decidido llamar cápsula a la envolvente que recogía todo el espacio humano, de varios cientos de miles de años luz de tamaño, pues la propia palabra «cápsula» le transmitía la sensación de ser algo muy pequeño, cuando en realidad su tamaño y su contenido eran inmensos. Pero sí que entendía por qué era necesario el espacio en cinco dimensiones que habían ideado los parahumanos, pues tiempo antes tuvo un compañero de trabajo que se lo hubo explicado: para que se pudieran respetar ciertos principios inflacionarios artificiales en la Apoesfera, los parahumanos añadieron dos dimensiones a la distribución espacial para obtener así una recirculación energética por flujos que transcurrían entre las dimensiones adicionales. De esta manera se lograba desarrollar, en un espacio ínfimo, una cosmología plenamente activa, donde la muerte y formación de estrellas seguía su curso como hubo sucedido en el universo real; y donde el desplazamiento al rojo podía seguir utilizándose para medir el tamaño de los espacios y el movimiento relativo de los cuerpos.

Mientras seguía ensimismado observando todo aquel espectáculo, de pronto, advirtió que todas las luces de la ciudad se habían apagado súbitamente. Sorprendido, se incorporó ligeramente para comprobar que aquello no había sido fruto de un cambio de posición de su cuerpo. En ese momento, convencido de que la ciudad estaba sumida en la más absoluta oscuridad, advirtió el rápido avance de una luz que venía desde sus espaldas y crecía hacia la distancia descendiendo rápidamente por las fachadas de los edificios. Ágilmente, emprendió una rapidísima carrera que acabó en un salto que lo llevó a introducirse en el interior del portal del edificio más cercano, donde se resguardó al paso de la luz. Sabía que eran los parahumanos en busca de infractores.

Enseguida vio aparecer una enorme estrella incandescente por encima de los edificios moviéndose a gran velocidad y lanzando repetidas protuberancias como tornados de fuego que emergían de su superficie y se desvanecían al poco recorrido. La estrella se alejó, pero una nueva frontera de luz dio paso a una segunda, que repitió el movimiento en una dirección un poco más avanzada. Otras tres estrellas siguieron a las anteriores realizando la misma maniobra. Renaak permaneció oculto en el lugar en el que estaba.

APOESFERA. Al encuentro del nuevo universo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora