Salió a la calle a calmarse, pues un cigarro no podía encenderse. Sentía aún el recorrido de sal de las lágrimas por su piel y cómo el cigarro danzaba en solitud en su mano cerrada impregnándose más de sangre. Bostezó y de su boca salió una peste a tabaco aunque, ¿cuándo fue la última vez que se había encendido uno? No podía recordar cuando. Volvió a tocar su bolsillo esperando a que por casualidad su mechero estuviera ahí y no se le hubiera pasado de largo. Pero no, no estaba. Sentía el rastro de que hubiera estado, pero no estaba. ¿Dónde lo podría haber dejado? Había puesto patas arriba la casa y la había puesto otra vez patas abajo, por lo que tendría que haberlo encontrado. Quizás eran ciertas sus ideas y había decidido irse sin dejar rastro, dejando detrás de él el calor del fuego que emitía para calentar el corazón de alguien más. ¿No le importaban acaso sus sentimientos?
Desde un inicio, cuando encontró a su mechero, no quiso hacerle mucho caso. Lo veía interesante pero al fin y al cabo, no hacía mucho, creaba fuego, algo que cualquier otro mechero podría hacer. Pero tras mirarlo detenidamente, definitivamente algo de especial lo rodeaba. Pink Floyd, azul o caqui, cansado... No, claramente sólo desprendía fuego, pero la llama era diferente. Quiso probarlo; se encendió un cigarro. No le gustó, se encendió otro cigarro. Tampoco, seguía sin gustarle, pero se forzó por lo contrario. ¿Porqué seguía intentándolo? Pero sí que le gustaba, se convencía. Tenía que gustarle fumar pues sino no tendría punto estar con él. Al final, no sabía si le agradaba o no la compañía de el Mechero pues a veces le quemaba los labios con su fuego fatal y otras le daba calor cuando lo necesitaba, pero era el que encendía sus cigarros. Encendió otro, y sucesivamente otro y otro hasta que no supo parar. La adicción le estaba consumiendo y por más que buscaba una salida no la encontraba, su única salida era fumar. Los filtros, los papeles, el tabaco, el mechero, ceniza, ceniceros, colillas, olor, humo... ¿Dónde había ido a parar? No era ninguna sorpresa que se hubiera ido pues se veía tan cansado, tan infeliz, tan harto, tan, él, al fin y al cabo eran el Mechero y el Fumador. Lo veía a los ojos y sentía algo arder dentro de sí, algo se encendía en su corazón. Al verle, se abalanzaba a sus brazos y se dejaba agarrar sin miedo a caer, si le había prometido no dejarle caer no tenía porqué temerle a nada. Se sentía como si hubiera perdido algo de sí al haber perdido al Mechero. Necesitaba de él para vivir. Quería presionar la rueda de metal para ser feliz pero no sentía merecerlo. El merecer, el ser humano es tan complejo, a niveles de caer en creencias o sentimientos de dignidad sobre el merecimiento de las cosas incluso si es más fácil rebajar al pensamiento de que si alguien lo ofrece, lo mínimo es aceptarlo. El mechero le ofreció su fuego. El Fumador lo tomó y con él encendió su primer cigarro y aún sin gustarle prosiguió. ¿Porqué seguía fumando? ¿Sería el olor? ¿La sensación del humo en la garganta? ¿El cigarro que colgaba de sus dedos se había apoderado de sus músculos? No lo sabía y no quería saberlo, era feliz en su ignorancia.
Se encontró a sí misma reposando en un banco, sus pulmones ya le habían vuelto a fallar. Observó a su al rededor vio que muchos mecheros caminaban despreocupados, otros corrían con prisas, otros paseaban acompañados de otros fumadores... Pero, ¿y el suyo qué estaría haciendo? Pensó en llamarlo porque a esa hora normalmente atendía sus llamadas. Atendía sus llamados día y noche. Así podía oír su voz, siempre era lo que oía antes de dormir. Sacó su teléfono que, conectado a unos auriculares, dejaba sonar melodías tristes. Se sentía mal, eso era evidente y se veía a simple vista, por eso el Mechero ofreció de su fuego, pero ahora que el fuego no estaba, ¿se sentía así por su ausencia? Era obvio que sí pero la verdadera pregunta era, ¿se sentía así porque amaba a su mechero, quería de su consuelo o simplemente se había acostumbrado a él? No sabía cual era la respuesta por más que buscó, buscó y buscó la respuesta en su cabeza. "¿Qué haces aquí?" le pareció oír.
Levantó la cabeza mientras destapaba sus oídos y reposaba el cigarro entre sus labios, le parecía que las heridas ya estaban empezando a cicatrizar.
- ¿Dónde estás? - preguntó al aire mientras la brisa borraba sus palabras.
Ahí estaba. Su mechero había aparecido delante de sí al cerrar los ojos y pedir con fuerzas que apareciera pero por más que lo había deseado insaciablemente, no podía acercarse a él. Estaba en el banco en solitud, hasta que la soledad atacó sus pensamientos; había una especie de barrera entre ellos que no les dejaba acercarse por más que ambos quisieran.
- Pensé que te habías ido para siempre.
- ¿Porqué haría eso?
- No lo sé.
El Mechero luego le explicó que solo necesitaba enfriarse pues de tanto usarlo, el plástico se había calentado demasiado y podría llegar a derretirse y aunque él quería seguir encendiendo sus cigarros, antes tenía que descansar.
- Pero si siempre dices que mi cuerpo está frío... podrías haberte enfriado conmigo.
- No lo entiendes, quería estar un rato a solas y contigo solo puedo ser fuego.
- ¿Entonces no quieres estar conmigo?
- No lo interpretes de esa forma, quiero estar contigo. Me encanta encender tus cigarros y consumirlos hasta besarte, pero yo también tengo que descansar. No puedo estar contigo siempre.
Se miraron fijamente. Sus ojos no habían cambiado, ambos de ojos cansados y labios cortados. Tras la mirada ambos caminaron el uno al lado del otro, el Fumador guardó las manos en los bolsillos de su chaqueta toqueteando con las yemas de sus dedos las colillas viejas y el Mechero jugó con el mechón de pelo que se asomaba por delante de su frente.
Jugando con sus cabellos pensó en la situación... ¿porqué pensaba que le iba a abandonar si no había dado ningún indicio de ello? Y si así fuera, no debería de preocuparse, siempre podría comprar otro mechero y seguir encendiendo así sus cigarros. Tampoco mentiría, la idea de que alguien encendiese sus cigarros le molestaba, aunque el Fumador no tenía idea de esto, nunca sería tan valiente para decírselo, rompería su orgullo. ¿Él, el Mechero? No, no, no le entraba la idea en la cabeza. Pero no había nada, solo un intercambio: él le daba fuego y el Fumador le daba... ¿Qué le daba? No podía recordar qué le daba. ¿Le daba una razón de ser? Ya que su rol era alumbrar con fuego y el Fumador necesitaba de este para sus cigarros; por eso se lo dio aquella vez, pero se preguntó porqué se quedó si ni siquiera podía saber qué hacía ahí. Quizás encender sus cigarros era algo que le gustaba, le gustaba sentir que le consolaba incluso si a veces el Fumador fumaba de más. Él ya le había avisado que podía acabar con su vida, que no era bueno para ella, que sólo encendía sus cigarros porque sabía que le gustaban; que era decisión de ella dejar de fumar. Aunque tampoco quería dejar de encender sus cigarros nunca. Seguramente en algún momento le aburriría la idea, pero de momento era feliz soñando con que siempre le gustaría.
- ¿Has encendido los cigarros de alguien más? - preguntó con tristeza en los ojos.
- Puede.
- Entiendo.
Pero no entendió. El Mechero tampoco se entendía a sí mismo. No estaba cansado de encender los cigarros del Fumador y además disfrutaba de ello, no entendía porqué tenía el sentimiento de querer calentar a alguien más. Pero el encendedor extendió su mano y con sutileza encendió el cigarro ya arrugado, antes de darse cuenta de que estaba sangrando.