Capítulo 7

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Siempre era el que más trabajaba en los entrenamientos, no se tomaba un descanso, no se permitía lesionarse ni cansarse hasta el final de interminables repeticiones, horas y horas, pesos cada vez más pesados, horas cada vez más largas. Cuerpo y mente siempre sincronizados, seis horas de entrenamiento, cuatro de meditación, en tres sesiones. Siempre tiene que estar en las mejores condiciones, la mejor cabeza, el mejor todo. Tiene que ser suficiente, para momentos como este, para batallas como aquella.

Y, sin embargo, allí estaba él, el futuro mejor espadachín del mundo, en medio del campo mientras la batalla llegaba a su fin, con un tajo que le desgarraba desde la parte superior de la cadera hasta cerca de la rodilla, la sangre manando pero el dolor sin llegar. Luchar así después de una buena botella de sake y un buen almuerzo es una de sus cosas favoritas en la vida.

Tras sacar y envainar su querida Sandai Kitetsu del interior del cuerpo de un desgraciado que se atrevió a intentar marcarle la espalda, miró primero hacia abajo, calculando mentalmente cuántos puntos daría ese puto corte en la pierna y si formaría o no una cicatriz de mierda. Y luego hacia delante, donde de repente comprendió por qué no estaba prestando toda la atención que podía al dolor de su pierna.

Le dolía la pierna, sí. Pero después de una batalla tan ardua, con los latidos de su corazón tan acelerados, la frente sudorosa y el pañuelo oscureciéndole parte de la visión, casi a propósito le enfocaba la única cosa que necesitaba tanto como luchar y hacerse más fuerte.

El hábito de contar mentalmente surgió cuando se dio cuenta de que no entendería palabras reales para salvar su vida, pero saber cuántos pasos tiene que dar y conocer la dirección son dos cosas distintas. Desde donde está, son diez zancadas largas para llegar al cocinero, pero serían diez zancadas largas y dolorosas con una pierna jodida, y no importaba.

Aquella tarde se sentía especialmente valiente e incluso un poco estúpido, la adrenalina de una batalla bien librada con el agradable zumbido en la cabeza que le daba el sake, sólo se encontraba en el tercer escalón cuando un dolor agudo le atravesó la pierna de abajo arriba, pero eso no le detuvo en absoluto, si acaso le motivó a seguir adelante.

La figura de un hombre tan alto como él, tan fuerte como él, tan valiente como él, y sin embargo mucho mejor brillaba tanto que podía terminar de cegarle. El pelo rubio ondeaba al viento. El olor a sangre se mezclaba con el de un bien merecido cigarrillo cuando el cocinero ya había terminado de matar con elegancia a un oponente particularmente idiota y pendejo al que Zoro habría querido matar con sus propias manos, sin espadas de por medio.

En el quinto escalón, su entorno se desdibujó pero siguió manteniendo la atención, oyendo sólo los sonidos de sus nakamas valientes y hábiles y de enemigos al borde de la muerte. Podía ser que hubiera perdido más sangre de la que pensaba y ahora su visión se estuviera volviendo extraña, pero no le importó lo más mínimo, especialmente cuando vio la esbelta figura de un cocinero manchado de sangre que se giraba para enfrentarse a su propia figura ensangrentada que caminaba graciosamente.

Desde ese angulo, pudo ver como algún ataque, probablemente una cuchilla, rozó ligeramente la mejilla del cocinero. Pudo ver, aunque fuera borroso, que aquellas oscuras salpicaduras de sangre en la cara del rubio no eran su sangre, y se quitó un enorme peso de encima. El corazón se le aceleraba, sudaba frío y podría haber sido la expectación y el nerviosismo o la herida, pero poco a poco nada de aquello tenía sentido en lo que concentrarse. Quedaban dos míseros pasos cuando su pierna cedió, pero la fuerza de voluntad y la posible idiotez hablaron más alto, y arrastró la pierna izquierda hasta detenerse a escasos centímetros de un cocinero que le miraba preocupado y curioso, pero aún en silencio.

No había espacio para hablar, no se oiría ni una palabra en medio del caos de la batalla que aún les rodeaba, y Zoro, que en algún momento de su vida podría haberse llamado a sí mismo "pozo de concentración", era ahora un desastre por dentro como por fuera. Aún tenía las manos ensangrentadas, la bandana todavía atada alrededor de la cabeza, la túnica quitada dejando a la vista pequeños cortes y moratones de batalla en su pecho desnudo, pero nada de él era menos que perfecto.

Nos Vemos En El Altar - ZosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora