Capitulo 1:EL MARCHITE DE UNA ROSA

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Clava tu daga en mi cuerpo si así he de ser libre yo.

Abrazame con las alas de la muerte, dejame sentir su calor.

Dejame pensar que esta será mi única salvación.

Clava tu daga en mi cuerpo si así he de ser libre yo.

Ábreme las puertas para que pueda escapar del dolor

                              (....)

Me di la vuelta una vez más. Lo había hecho ya tantas veces que perdí la cuenta; la cama casi se deshizo. Aunque no me faltaba el sueño, me encontraba muy alterada como para dormir. Había algo en el ambiente que no me permitía hacerlo, o más bien, un pensamiento.

Mi vista rondó de nuevo por toda la habitación, como si no lo hubiera hecho ya, como si estuviera buscando algo. Hasta que me detuve en el cuerpo tendido junto al mío.

Su pecho subía y bajaba en un movimiento lento. Puse mi mano encima de él y jugué un poco, acaricié su pecho con ternura. Esta vez, sus ojos no destilaban odio, su entrecejo no estaba fruncido y su boca no soltaba gritos ni groserías.

Así que suspiré aliviada.

Ahora que lo pensaba, Alessandro solo era pacífico cuando dormía. Su expresión serena era todo lo contrario cuando estaba despierto. No entendía por qué siempre estaba tan enojado y por qué siempre usaba ese escudo innecesario.

Debido a esto, últimamente verlo me provocaba sentimientos negativos: angustia, tristeza, incluso estrés. Mi matrimonio ya no era el mismo y no podía recordar cuándo fue que cambió tanto. Ni siquiera estaba segura si algo había cambiado o estaba tan acostumbrada a eso que ni siquiera le puse atención al principio.

¿En qué momento todo se desmoronó?

Extrañaba tanto a mi familia. Mis padres me hacían mucha falta. Quería saber algo de ellos, pero aún no lo había conseguido. Me sentía tan sola sin su compañía, tan abandonada.

Alessandro llevaba mucho tiempo ya sin mirarme, sin tocarme, sin amarme. Estos días, más que nunca, él parecía esforzarse en hacer de cuenta que yo no existía. Lo único que nos unía entonces eran nuestras hermosas hijas: Olivia y Mariella, la luz de mis ojos. Ellas me dolían tanto, pero no podía quedarme. Mi intención nunca fue abandonarlas, pero el dolor en mi pecho había crecido tanto hasta hacer de mi corazón una deprimente mancha negra que poco a poco me invadió por completo.

Con los nervios haciéndome temblar, me paré de la cama, intentando que mi marido no se diera cuenta. No me molesté en calzarme, pues quería poder sentir algo, aunque solo fuera el frío suelo en la planta de mis pies.

No tenía un rumbo planeado, simplemente quise vagar y mirar los retratos del pasillo. Sonreí en busca de un motivo que me devolviera a la cama, pero no encontré ninguno. Al entrar a la cocina y repasar el cuarto con la mirada, me topé con algunas botellas. Una de ellas llamó mi atención y no lo pensé siquiera cuando me acerqué a buscarla y me tomé una copa de ese exquisito vino. Para acompañarlo, degusté un par de frutas, observando el ambiente tan oscuro y carente de vida. Me sorprendió que no provocara ninguna emoción en mí; se suponía que era mi hogar, pero no se sentía de esa forma desde hacía muchos años.

Me quedé en silencio, intentando procesar mis propios pensamientos al respecto. Invasivos, llegaban de manera abrupta, sin aviso, como un golpe. Iban atropellados, y eran tantos que no pude comprenderlos a todos.

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