Capítulo 42: Pesadillas

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17 de mayo, 1943

Henry

Estaba acostado en mi cama boca arriba sin poder dormir cuando unos sollozos provenientes del cuarto de Edith me sobresaltaron y me sacaron de mi trance.

Corrí hacia su habitación rápidamente, pero mientras más corría más lejos estaba, era como un pasillo sin fondo. Cuando al fin de 10 largos y que parecían enternos segundos me detuve frente a su puerta.

—¡Edith!¡Edith!¡Abre la puerta! —toqué con desesperación y preocupación en mi voz. Otros diez segundos.

Cuando al fin la puerta se abrió, pude ver a una Edith con los ojos rojos, con el cabello enmarañado y con las mejillas empapadas por sus lágrimas.

—Edith...—susurré preocupado—¿Qué te pasó, querida? —pregunté acariciando sus mejillas, ella frunció la boca en un gesto enfadado y apartó las manos de mi cara.

—¡No me toques!— gritó dándome un empujón. Aquello me hizo retroceder más de lo que su fuerza le había permitido empujarme —Me mentiste...—musitó furiosa —¿¡Cómo te atreves a ocultarme que André estaba muerto!? —mis ojos se abrieron como platos y un enorme vacío en el estómago apareció.

—Edith yo...tu hermano me dijo que te lo quería decir él en per...

—No estabas en tu derecho de mentir...—dijo perdida en sus pensamientos —¡No estabas en tu derecho! —exclamó dándome un empujón que me dejó en el suelo—¿¡Por qué lo hiciste!?¡Mentiroso!¡Te odio!¡Nunca debí confiar en tí! —gritó, pero sus gritos se fueron desvaneciendo con una neblina gris que cubría mis ojos.

El aroma a tierra mojada y la lluvia golpeaban bruscamente mi rostro, al abrirlos, pude divisar a un hombre que se encontraba de pie ante una tumba.

—Sabía que estarías aquí, Henry —reconocí la voz de inmediato. Era André, uno de los hermanos mayores (y fallecidos) de Edith; un escalofrío recorrió mi cuerpo y casi me caigo de espaldas.

—André...—susurré acercándome a él y a la tumba que tenía enfrente. Solté un grito de horror y caí de rodillas al suelo al lado de André.

La tumba rezaba "Edith Sophie Dankworth"

—Tú lo provocaste, Henry —soltó André con simpleza —Tú la mataste —culminó entre dientes, volteé a mirarlo con estupefacción, las lágrimas resbalaba por mis mejillas con rapidez.

—¡No!¡No, no es cierto!¡Mi Edith no esta muerta! —grité con desesperación y arrancando mechones de mi cabeza, hundido en el dolor, hundido en mi agonía.

—Tú la obligaste a matarla.

—¡No!

—Ahora yo te mataré a tí

—¡No!¿Qué? —grité confuos antes de que los brazos de  André me tiraran a una tumba vacía. Pero cuando se suponía que debía tocar el tierroso suelo, me desperté sobresaltado, sudando frío y gritando.

—¿Henry? — mi puerta se abrió y dió paso a una Edith con el cabello suelto; una lámpara en la mano y su bata a juego con su pijama de encaje aún puesta, parecía a punto de ir a dormir —¿Qué pasó? —cuestionó dejando la lámpara en mi mesilla de noche y sentándose en frente de mí —Estás temblando, Henry, dime qué pasó —dijo acariciando mis hombros desnudos.

—Solo...—mi boca se abrió y no emitió ningún sonido hasta que por fin hablé:—¿Podrías dormir conmigo hoy? Tuve una pesadilla y... no quiero estar solo —dije jugando con mis manos para luego subir mi mirada y verla, su rostro ya no emanaba preocupación, si no que se había sonrojado y una pequeña sonrisa de labios cerrados se había dibujado en él.

—Jamás te dejarías solo —musitó mirándome a los ojos, se acercó a mí y rodeó mi cuello con sus manos, besando mis labios con suavidad, mis manos se fueron a su cintura y luego se separó de mí para abrazarme.

Fué un abrazo sanador. Apreté con fuerza su cuerpo atrayéndolo al mío y dejé un beso en su cabeza apoyando mi mejilla derecha en ella; cerré los ojos ante tal sensación de paz. Duramos así unos segundos que parecieron fugaces cuando se separó de mí.

—Bueno, vamos a dormir —anunció ella quitándose su bata dejando ver unos pantalones y una camisa de tirantes de encaje de color rosa palo. Destapé la sábana y le dí pasó para que se acurrucara a mi lado. Su cabeza reposó en mi pecho y mi mano izquierda buscó su mano derecha para entrelazarlas.

—¿Qué viste en ése sueño? —preguntó Edith. Otra vez aquel punzante dolor en el estómago llamado culpa y una mentira que crecía más y más. Las mentiras son como bolas de nieve, mientras más nieve más grande se hace y, en este caso, mientras más prolongaba la noticia de la muerte de André más grande se hacía aquella mentira que carcomía mi alma.

—Prefiero no hablar de éso... —aseguré con voz temblorosa pero segura. Creí que se enfadaría y me exigiría que le contará del sueño, pero no lo hizo.

—Está bien, Te entiendo. A mí tampoco me gusta hablar de mis pesadillas —confesó con voz queda, besé su frente .

—No sabes todo lo que daría por eliminar todas las pesadillas y el dolor de tu vida, Edith —aquellas palabras salieron de forma natural de mi boca, como si le dijera ése tipo de cosas siempre.

—Lo mismo digo por tí.

—Buenas noches, Edith —culminé posando mis labios en su cabeza.

—Buenas noches, Henry —acarició mi mano y yo la de ella.

Durante aquella noche no hubo ni una pesadilla de parte de los dos.

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