Capítulo 43: Jamás

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18 de mayo, 1943

Henry

Cuando desperté a las cinco de la mañana Edith seguía dormida, intenté dormir, pero no pude. Iba a tomarme unas pastillas para dormir pero recordé que ya me había tomado una en la noche antes de dormir.

Como no conseguía volver a dormime, me levanté y fuí al baño a llenar la bañera para bañarme. Bajo el agua pensé en la magnitud de mi error.

Al fin le había confesado a Edith que realmente sentía algo por ella y siento la necesidad de decirle la verdad, pero recuerdo las palabras de Kurt "No le digas nada a Edith. Lo quiero hacer yo"

Esas pesadillas me perseguían con frecuencia y pesadez. Nunca el sueño había sido tan directo y crudo, pero no era la primera vez que soñaba con la muerte de André.

Cuando salí de la bañera me puse mi uniforme, preparé el desayuno y me fuí a trabajar.

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—¿De verdad soñaste éso? —preguntó Kurt incrédulo mientras pateaba una pequeña piedra con sus pies sucios y descalzos.

—Sí...—afirmé con claridad —y quisiera que nunca lo hubiera hecho —recordé todo en aquel instante. Edith gritándole que me odiaba; su tumba frente a mis pies; André frente a la lápida y lanzándome a una tumba vacía.

—Aún recuerdo su cara cuando murió...—soltó Kurt con la voz quebrada y los ojos llorosos —André era el menor de mis hermanos, después le seguía Edith. Siempre fuí muy protector con todos ¿Sabes? Al ser el mayor, siempre me dejaban a cargo cuidándolos —espesas lágrimas bajaron por sus mejillas.

—Lo siento —fué lo único que pudo salir de mi boca al escuchar ésas palabras. Me imaginé como habrá sido Edith de pequeña, aquello me hizo sonreír.

—Teniente Reimann —me dí la vuelta al escuchar a alguien llamándome. Era Adal —su padre lo busca —me tensé nada más al escuchar la idea de que tendría que hablar con mi padre. No importaban los años que pasaran, siempre lo odiaría por la manera en que maltrató a mi madre por tantos años.

—Hasta luego —le dije a Kurt antes de dar media vuelta, pisar el cigarrillo con mi bota y emprender camino al despacho de mi padre.

Cuando crucé el umbral del despacho de mi padre él se encontraba parado frente a una ventana con una copa de brandy en su mano derecha mientras que con la izquierda separaba los espacios que había entre las persianas.

—Padre —llamé anunciando mi llegada. Mi padre no se inmutó —Adal me ha dicho que querías verme —hablé para ver si así sí me prestaba atención. Y lo conseguí. Mi padre volteó a verme, parecía que quería decir algo.

—Era para despedirme. Mañana vuelvo a Francia —sentenció. Traté de disimular la alegría que seguramente emanaba mi rostro al escuchar ésa noticia. Éso quería decir que ya podría sacar a Kurt, a Peter y a Gretel y sus hijos del campo —acércate, hijo —pronunció la última palabra con recelo, con un énfasis inquietante. Dudoso, me acerqué y me planté a su lado observando como subía las persianas dejándome observar el desolado campo —todas ésas personas están aquí porque se lo merecen. Algunos por su religión, otros por sus preferencias sexuales y otros porque son miserables y no puedes estar en otro sitio. No es una situación deplorable, no para ellos, para ellos es lo que se merecen —una vez más mi padre me dejó en claro lo detestable que era como persona.

—¿Me estás diciendo que crees que merecen estar aquí solamente por tener preferencias distintas a las nuestras? —cuestioné desde lo más profundo de mi corazón.

—Piénsalo Henry, si los eliminamos seríamos una raza perfecta. Ellos son una mancha de café en el mantel blanco de la humanidad —ante ésas palabras quité la vista del campo para dirigirla hacia mí padre, quien observaba con gozo como un soldado golpeaba a un niño de unos trece años como mucho.

—Las personas como tú, que tienes éstos estúpidos ideales, son la verdadera mancha de café en el mantel blanco de la humanidad —escupió con desprecio hacia mi padre, rápidamente volteó a verme con ésos ojos verdes que tanto me recordaban a mi preciada sobrina, pero ahora se encontraban llenos de odio e indignación.

Su mano en vuelta en un puño se estampó contra mi nariz haciéndome tambalear y apoyarme de la estantería llena de libros de historia que se encontraba en el despacho. Volvió a golpearme, esta vez en el ojo. El dolor punzante en ambas partes había aparecido como si me hubieran tirado un balde de agua fría.

—Largo de aquí —sentenció mi padre con los dientes apretados de ira. Me alejé de él y lo observé con compasión ¿Será que alguna vez mi padre tuvo corazón? —¡Largo de aquí! —gritó tirándome la copa de brandy, ésta estalló en mi hombro izquierdo dejando incrustados varios pedacitos de vidrio en él.

A causa de éso, salí de la habitación rápidamente dando un portazo.

Constantemente me preguntaba si mi padre en algún momento sintió ese afecto fraternal que un niño añora de su padre.

Me prometí que cuando yo sea padre jamás haré sentir a mis hijos como mi padre nos había hecho sentir a mi hermano y a mí.

Aquellas heridas, ofensas y palabras que nos podrían haber lastimado mucho más que cualquier golpe; me encargaría de que mis hijos nunca conocieran dicho sufrimiento como yo lo hice. Jamás.

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