• 4. Reencuentro

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Capítulo corregido.

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Las horas de cabalgar dejaron paso a la noche frívola. Akura se bajó del animal dándole la libertad de volver a mezclarse entre las sombras. El Rey Demonio caminó con cierta duda entre los restos de hojarascas secas, ha decir verdad nuca había rondado por estas tierras debido a su poco atractivo de diversión.

Pero hoy era diferente, a pesar de que le tomó demasiado tiempo llegar a un pueblo medianamente decente algo le decía que tenía que ir ahí. Quizá esta era la oportunidad de encontrar algo que le facilitara la entrada a la bóveda del sótano en su palacio, o mejor aún, aquí encontraría a Tomoe.

De cualquier manera, prefiriendo mantener un perfil bajo para no causar revuelo se escabulló entre las sombras. Eso sí, aprovechando algunos momentos para dejar cuerpos sin vida a su paso. Paseándose desde las más ostentosas cocinas llenas de frutos exóticos hasta los almacenes de armamento sin igual. Demasiado para unos simples humanos pero tan poco útil para alguien como él.

Con su curiosidad de querer saber qué es lo que le atraía de ese recóndito poblado siguió vigilando un poco el comportamiento de los humanos, y todo era tan normal y simple como siempre. El fastidio de tenerlos tan cerca se redujo a un par de muertes más, de unos guardias que protocolariamente realizaban su patrulla nocturna.

Limpió sus manos con un pañuelo de seda. Con la gracia digna de un noble, tomó un par de frutos más cercanos deleitándose con el jugo dulce.

Varias veces sintió la presencia de los Hiyokays, que no eran más que simples demonios con aires de grandeza. Si bien ellos representaban una amenaza para los humanos y para demonios de bajo rango, para él no eran más que unos simples farsantes arrogantes carentes de inteligencia.

Además, su repudio hacia ellos venía desde más antes porque varias veces se atrevieron a decir que él no merecía el titulo de Rey. Eso terminó mal para los Hiyokays, o como a él le gustaba llamarlos "las Hienas", pues Akura se encargó de eliminar a la mayoría de su especie siendo que ahora era raro encontrarse con uno de su raza y los que quedaban vivían cobardemente escondidos entre la escoria humana.

El pelirrojo devoraba los frutos amarillos y rojizos como si no hubiera un mañana importándole poco dónde dejaba aventada la cáscara o las semillas, sin embargo su exploración nocturna en los pasillos poco alumbrados se vio detenida por un... ¿deyabú?

El dulce aroma a rosas mezclado con el aberrativo olor a magia negra lo dejó paralizado al volver al sentir una presencia extrañamente conocida y no hizo más que entrar a la habitación más cercana asegurándose de que nadie lo escuchara.

«Tranquilízate» se dijo a si mismo.

Esa fragancia tan cálida y enigmática, llena de recuerdos que no quería pensar ahora. No lo necesitaba. ¿Será que estaba alucinando?

Seguramente fueron las frutillas, sabía que no debía consumir nada que viniera de las repugnantes creaciones de los dioses, es decir, humanos.

« Qué estupideces, cálmate »

Akura, viendo que su plan de encontrar respuestas sufrió altercados, prefirió tomar asiento un rato. ¿Qué debo hacer? se preguntaba. Tal vez divertirse un poco y jugar con ellos... o mejor salir de ahí como si nada hubiera pasado. A final de cuentas nadie lo había visto entrar.

Salió de la habitación por la ventana, saltando de balcón en balcón hasta llegar al sendero oscuro por el que había llegado. Akura buscó en uno de sus bolsillos la fruta que había guardado dispuesto a deshacerse de ese durazno venenoso. Se sorprendió al no encontrarlo, pero daba igual, de cualquier manera lo había dejado. Lo pensó un poco, aquel aroma... tan molesto.

Akura el Asesino CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora