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24 de Diciembre

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24 de Diciembre. 2007

¡Papá! ¡Papá! Mira lo que me ha traído Santa, es el coche que tanto quería, ese que vimos en la juguetería hace años. —El niño correteaba alrededor de la sala, rodeando los sofás con el juguete en mano y una enorme sonrisa en su infantil rostro. Sus enormes y brillantes ojos reflejaban los foquitos navideños del pequeño árbol navideño fuera de la ventana.

El hombre sonrió en grande, aliviado porque a su hijo le hubiera gustado el regalo que con tanto esfuerzo, horas extra y sudor había logrado conseguir.

—¿Estás seguro que no dejaste nada debajo del árbol? No queremos que se congele con la nevada de más tarde. —El pequeño se asomó por la ventana, escudriñando la porción de tierra que Santa había limpiado de nieve para dejar los regalos.

—¡Hay más! ¡Hay otro regalo! —Gritó en cuanto sus ojos lograron divisar un rectángulo envuelto en papel café y listón rojo.

Con prisa, Lionel corrió hasta la puerta, enfundando sus pies en los zapatos que encontró más a la mano y su mullida chamarra, que ya le daba algo pequeña de las mangas. Su padre sonrió mientras lo veía a través de la ventana.

Afuera comenzaba a oscurecer y el viento soplaba fuerte, pero nada podía borrar la inmensa felicidad de aquél pequeño de siete años, con el cabello castaño, sonrisa cuadrada y unos ojos que brillaban más que cualquier adorno navideño.

—Papá, ¿Por qué no podemos tener un árbol de navidad como los demás? —El hombre suspiró, palmeando el lugar a su lado.

Lio corrió hasta él luego de aventar sus pertenencias en su lugar, ansioso por abrir su obsequio.

—Recuerda que esos árboles son desechados luego de la temporada, ¿Y qué pasa cuando hacemos eso?

—Mueren —respondió con la mirada gacha.

—Exacto, mueren. En cambio, tu árbol seguirá vivo por muchos años más en tanto lo cuides, crecerá contigo y jamás deberás preocuparte por no conseguir uno fuera de la ciudad.

—Qué suerte tenemos, ¿Verdad?

—Así es mi pequeño osito. Ahora abre ese regalo y veamos qué más te trajo Santa. —El niño miró el regalo entre sus manos, torciendo los labios en una mueca de duda. —¿Qué pasa?

—Quisiera esperar a mamá para abrir este. —El hombre sintió su corazón encogerse y la ira subirle por la garganta; por lo que tuvo que carraspear antes de hablar.

—Tu madre… Ella no vendrá hoy cariño. Tiene mucho trabajo.

—¿Los hospitales trabajan en navidad? —El hombre asintió mientras acariciaba el suave cabello de su hijo—. Bueno, supongo que no se enojará si también abro este sin ella.

𝚄n𝚊  bl𝚊n𝚌𝚊  𝚢  tr𝚒𝚜t𝚎  n𝚊v𝚒d𝚊d  𝑀⃪𝑒⃪𝑠⃪𝑠⃪𝑐⃪ℎ⃪𝑜⃪𝑎⃪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora