P𝚎r𝚘 h𝚘𝚢

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24 de Diciembre. 2036

Había pasado un año exacto desde la muerte de Guillermo y Lionel había comenzado a deshacerse de algunas cosas que no tenían un gran valor sentimental, intentando con eso aligerar el peso de su corazón, pero al seguir avanzando, encontró los adornos de navidad, celosamente guardados en cajas membretadas; incluso los regalos de aquella terrible noche seguían ahí, envueltos, esperando a ser abiertos.

En ese momento pudo imaginar a Raúl y Javier guardando todo, como si creyeran que en algún momento él podría volver a adornar aquella casa.

Lionel tomó la caja que se suponía Memo le daría esa noche; sus manos temblorosas hicieron que algo tintineara en el interior del obsequio y que sus ojos, ya de por sí irritados, se llenaran de lágrimas de nuevo. No tenía idea de lo que iba a regalarle y después de un año, al fin tenía la fuerza para averiguarlo.

Con movimientos lentos y dedos temblorosos, el castaño comenzó a rasgar el papel, los recuerdos de un sonriente Guillermo frente a él lo hicieron sonreír mientras lágrimas se derramaban por sus mejillas, mojando la tela de su suéter.

Casi podía jurar que escuchaba su risa, aquella extraña risa que tanto amaba. Un suspiro escapó de su boca cuando una caja quedó revelada y, en su interior, un par de suéteres color rojo con rayas blancas y un horrible diseño de árbol navideño esperaban a ser usados.

Lio tomó uno, observándolo detenidamente.

—Tú… querías usar esto conmigo ¿No es así? —Habló en voz alta, extendiendo la prenda frente a sus ojos, reparando en los detalles de pompones coloridos que simulaban esferas, deteniéndose en lo que más destacaba de ahí: una estrella, que estaba hecha con un verdadero foquito, que prendía cuando presionabas un botón al interior del suéter.

Aquella navidad en la que le había prometido a su amado usar algo como eso parecía tan lejana ahora; pero incluso así, la clara imagen de un burlesco Guillermo, con esa enternecedora sonrisa y su mirada angelical se colaba en su memoria, haciéndolo sonreír brevemente al imaginarlo mandando a hacer esto, porque algo le hacía saber que un par de suéteres tan únicos como solo Memo era, no podía existir en el mundo real por sí solo.

Un sonoro sollozo salió de los apretados labios del castaño, que no pudo seguir conteniendo su llanto. Abrazó aquella prenda, sintiendo nostalgia, tristeza y desesperación de nuevo, lo pasó por su cabeza, en un intento de sentirse mejor, como si con eso pudiera volver a sentir los brazos de su amor rodearlo, calentando su corazón.

Abrazó aquella caja y lloró estruendosamente por un rato, gritando al cielo, reclamando lo ocurrido.

—¿¡POR QUÉ?! Él dio las gracias todas las noches ¿Por qué mierda le hiciste esto? Te odio… —Ni siquiera sabía si era escuchado, mucho menos si a quien reclamaba era siquiera real, pero lo necesitaba, necesitaba desahogo, respuestas y sobre todo, consuelo.

Lionel volvió a dejar todo como estaba, siendo incapaz de abrir algo más y así como estaban, sacó las cajas al patio, sintiendo el frío despejarle un poco la mente. Se sentía triste, derrotado y profundamente solo.

Las calles estaban repletas de gente, algunos aún hacían compras y otros simplemente disfrutaban de las decoraciones, tomando fotos y caminando en familia o pareja. Lio pudo sentir el vacío en su pecho hacerse cada vez más grande, provocando que nuevas lágrimas brotaran de sus ojos.

Entró de nuevo a su casa azotando la puerta, tomó su teléfono, las llaves y su billetera, saliendo rápidamente, sin importarle mucho a dónde lo llevaban sus piernas, con la mirada fija en el suelo, pero su mente completamente en los recuerdos que tenía junto a Guillermo.

Hacía mucho que no usaba el auto, luego de la tragedia Raúl y Javier acordaron no dejarlo conducir por temor a que hiciera alguna locura, optando por estar bastante al pendiente de él para llevarlo a donde necesitara, aunque usualmente eran ellos quienes le insistían salir luego de ver que, si no lo hacían, el castaño podía permanecer encerrado durante un mes completo, apenas comiendo lo que le ofrecían sus amigos.

No tenía idea de a dónde se dirigía, solo quería salir de aquél lugar en donde cada rincón le traía hermosos y mortales recuerdos.

Cuando por fin se detuvo frente a un bar, no pudo hacer más que sentirse patético y burlado, parecía que la vida deseaba hacerlo sufrir, porque ese lugar era en donde había conocido a su amado Guillermo.

Entró y no supo cuánto bebió ni quién pagó la cuenta o si Lautaro se cobró solo, cuando salió de ahí caminó lejos, en medio de la noche, con una nueva botella en mano de la que bebía como si se tratase de agua. Había empezado a nevar, el frío no lo dejaba respirar, pero aún así, no se comparaba con el de su corazón. Ese frío que hacía exactamente un año no lo dejaba vivir y el cual creyó olvidado para siempre.

Su último momento de lucidez provocado por la tristeza lo tuvo en aquella carretera. La imponente noche se alzaba sobre él, amigable, ocultándolo en su apacible oscuridad, haciéndolo sentir tranquilo  como hacía mucho no se sentía. La nieve mojaba sus zapatos, colándose hasta sus calcetines.

Se inclinó hacia atrás, bebiendo de un trago el resto de alcohol y tambaleándose ligeramente, gritó con todas sus fuerzas, intentando que con ese grito se fueran sus tristezas, pero no fue así, el grito trajo consigo lágrimas, maldiciones e insultos hacia aquél dios que tantas personas decían debía encomendarse y también para aquél anciano que él sabía, no tenía la culpa de haber sufrido un ataque al corazón mientras conducía y que además también había fallecido tras el accidente.

Comenzó a caminar lentamente y según él, con precaución, pero tal vez fue el mareo por el alcohol, el suelo congelado o su pérdida de equilibrio al limpiarse las lágrimas, que lo último que supo fue que rodaba por la inclinada ladera cubierta de ramas secas, rocas y algo de nieve.

Lo último que supo de sí mismo fue que iba en una ambulancia camino al hospital y la pierna le dolía horrores, pero nada en comparación al dolor de su corazón al imaginar la inmensa agonía que Guillermo había sufrido antes de morir.

Esa noche Lionel salió de cirugía, adormilado por la anestesia y por primera vez en un año, soñó con aquél hombre de escandalosa risa.

"Mocoso malcriado ¿Acaso quieres morir?" Le había dicho un sonriente Guillermo, parado en medio de la habitación del hospital.

"Memo" Respondió él mientras se levantaba de la camilla, caminando con normalidad, ni siquiera recordaba tener una fractura y múltiples golpes.

"Hola mi amor." Lionel  intentó acercarse, pero el contrario retrocedió. "Aún no es tiempo. Por favor sé más cuidadoso."

"Guillermo, te extraño." el castaño había empezado a llorar.

"Lo sé, cariño. También te extraño. Pero debes vivir."

"No te vayas por favor".

"Nunca lo hago."

Luego de eso Lionel despertó con un brinco y la respiración acelerada, sintiendo el punzante dolor de la fractura y los golpes. Los recuerdos de la noche anterior le llenaron la cabeza, siendo más que suficientes para hacerlo llorar.

Y esa fue la primera vez que volvió a ver a su amado y difunto amor de su vida.

𝚄n𝚊  bl𝚊n𝚌𝚊  𝚢  tr𝚒𝚜t𝚎  n𝚊v𝚒d𝚊d  𝑀⃪𝑒⃪𝑠⃪𝑠⃪𝑐⃪ℎ⃪𝑜⃪𝑎⃪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora