V𝚎z

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25 de Diciembre. 2028

—Señor Messi, lamento informarle que su madre ha perdido en su lucha contra las drogas.

—¿Para eso me citaron en Navidad?

—Y-yo… —El médico que atendía al castaño dudó en cómo responder, observando el semblante completamente serio e inexpresivo de Lionel.

—Ustedes mejor que nadie saben que ella no me importa, mi padre murió ahogado en deudas por ella y además, hoy es su aniversario luctuoso. ¿En serio creen que me importa la muerte de una adicta de la que apenas si recuerdo su nombre? Pudieron avisar por llamada, mandar los papeles de defunción por correo.

El médico observó el cansado rostro del castaño, comenzando a crear un perfil psicológico casi en automático.

Lionel suspiró antes de salir del consultorio para dirigirse hacia la oficina en la que debía firmar algunos papeles antes de poder irse.

—¿Por qué tuviste que irte? —Sollozó contra el volante del auto, golpeando su frente reiteradas veces

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—¿Por qué tuviste que irte? —Sollozó contra el volante del auto, golpeando su frente reiteradas veces.

Hacía más de una hora que había salido de aquél frío y tétrico lugar, dejando atrás lo último de su pasado, llorando por millonésima vez la muerte de su padre y ahora, la de su madre, que lejos de entristecerlo le aliviaba.

—¿Por qué tú y no ella? Papá… —La radio sonaba de fondo, los villancicos se escuchaban dentro del auto gracias al profundo silencio del lugar.

Lionel frunció el ceño con molestia, estirando la mano para apagarla cuando uno de los villancicos favoritos de su padre comenzó a sonar, fuerte y claro, casi como una burla a su dolor.

"Rodolfo el reno" resonó dentro de la cabina y de la mente del dolido castaño, ofuscandolo durante un minuto en el que recordó a su padre; con esa enorme sonrisa igual a la suya, cantando a todo pulmón y bailando al ritmo de la canción.

Podía recordar todo, las arrugas alrededor de los ojos de su padre, los divertidos pasos de baile que el hombre había inventado, sus propias carcajadas y su carrera alrededor de los sillones, persiguiendo al hombre que tanta alegría y amor le había dado, haciéndolo vivir como cualquier niño debería hacerlo, sin percatarse de los problemas a su alrededor.

—Papá… —gimió con dolor mientras se aferraba al volante hasta que sus nudillos se volvieron blancos y su frente dolió por el golpe sordo que se dio contra el plástico.

La música seguía al fondo, pero los sollozos dentro del auto eran mucho más fuertes que ella.

Lionel permaneció en la misma posición durante lo que pudieron ser minutos e incluso horas, llorando y lamentando su soledad, dejando ir toda la tristeza mal contenida de los últimos diez años sin su padre.

Cuando no pudo llorar más, cuando su pecho dolió y sus mejillas picaron por el rastro salino que sus lágrimas dejaron, el solitario castaño arrancó el auto y condujo sin rumbo alguno; o eso creí a él, porque cuando al fin se detuvo y observó a su alrededor, se dio cuenta que había salido de la ciudad. La carretera se extendía frente a sus ojos, oscura, sinuosa y mortal.

𝚄n𝚊  bl𝚊n𝚌𝚊  𝚢  tr𝚒𝚜t𝚎  n𝚊v𝚒d𝚊d  𝑀⃪𝑒⃪𝑠⃪𝑠⃪𝑐⃪ℎ⃪𝑜⃪𝑎⃪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora