Capítulo 1: Determinación

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En las recónditas y lejanas tierras de Nippón, se encuentran los mayores héroes de leyendas cuya fuerza sobrepasa la de trolls y Orcos por igual, líderes de clanes y daimios cuyos ancestros protegieron Nippón en sus horas más oscuras durante su fundación, encontrando seres de naturaleza cambiante y variada, seres cuyas formas, tamaños, colores y diseños resaltaban a simple vista, "los Yokai" se autodenominaban, un pueblo bastante diverso en cuyas filas se podían encontrar seres de todo tipo, objetos con conciencia propia, espectros, demonios de naturaleza pacifica, humanoides de gran poder y seres mágicos sin igual.

Todo era y paz y prosperidad, hasta que el rey de los Yokai, Mussassi, declaró la guerra contra los humanos, comenzando una era de guerras entre humanos y Yokais en Nippon, conocida como "la edad de los conflictos", una era en la que incontables vidas de Yokais y Humanos se derramaron en las tierras de Nippon, hubo masacres, genocidios, esclavitud y sacrificios que cambiaron el orden de las cosas, hasta que un héroe se alzó sobre todos, "Toyotomi Kimura" el cazador de demonios, un espadachin cuya habilidad para el combate hacia temblar Yokai de tan solo pronunciar su nombre, fue con su llegada y sus conocimientos sobre los vientos de la magia que la humanidad dio un revés contra los Yokais, unificó daimios y clanes bajo una sola bandera, derrotando a los seres de las tinieblas que se atrevian a amenazar a la humanidad con su erradicación.

Sus campañas fueron de tal impacto, que aún hoy en día se siguen escribiendo poemas y canciones donde narran la caída de los Yokai, comenzando la llamada "era del sol naciente", pero no hay canción o poema que haga justicia a su hazaña más grande, el haber decapitado al mismo Mussassi durante una tormenta a las faldas del monte Ishii, terminando con la guerra de una vez por todas y trayendo prosperidad a la raza humana.

Pero si había algo de lo que nunca se habló en público, fue la marca del zorro de 10 colas puesta sobre él y su familia, una hecha por la esposa ahora viuda de Mussassi como venganza ante tal acto de barbarie, Ceroba Ketsukane, la segunda Yokai más poderosa solo por debajo del propio Mussassi, clasificada como un Yokai de tipo Kitsune Yako, posiblemente la última de su raza durante el conflicto, llena de odio, recelo y venganza, maldijo a la familia de Kimura con la muerte del primogénito más reciente junto a la de toda su línea de sangre en nombre de Mussassi, una amenaza que Toyotomi escuchó atentamente, ya que su linaje ahora estaría bajo amenaza de muerte.

Tras el final de la guerra, hubo una era de paz en la que Nippón avanzó de manera tecnológica, filosófica y mágica, creando templos sagrados donde se entrenarían a los monjes guerreros más honorables de todo el país, comenzaron rutas de comercio con los élfos de Ulthuan y Cathay, crearon su propia armada marítima, forjaron las mejores armas del continente y comenzaron a expandirse a todos lados.

Pero aún así, tanto los Yokai como la familia Toyotami, jamás olvidarian el precio a pagar de este avance, ya que como Ceroba prometió, todo el linaje Kimura fue cazado entre las sombras por la propia viuda durante siglos, siendo su primera víctima la esposa de Toyotami después de haber recibido la noticia del nacimiento de su hijo prójimo, quien antes de morir, dio a luz un varón acojido por su padre, quien decidió esconderlo de Ceroba en las regiones del sur con los familiares de su hermano de armas Saito, mientras que él se encargo de tomar justicia por mano propia en un duelo a muerte contra Ceroba en la colina Okawa, un duelo donde ambos expresaron su mayor odio, recelo, dolor e ira durante un amanecer, dando lo mejor de su mismos para cumplir sus promesas de venganza ante sus seres queridos, luchando cuerpo a cuerpo con el uso de magias variadas, incluso se dice que Toyotami y Ceroba llegaron a darse golpes críticos mutuamente, pero siguieron con el combate hasta que en un descuido aprovechado por la astucia de la kitsune, Toyotami fue atravesado en el corazón por Ceroba, dejándolo morir lenta y agónicamente mientras reía con alegría en sus ojos, solo para seguir con la caceria de su hijo.

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