CAPÍTULO 1: EL COMIENZO

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Todo empezó cuando nació. Su vida empezó como la de cualquiera, nadie se hubiera podido imaginar cómo acabaría todo al final. La cosa se torció en el colegio, cuando él tenía tan solo 3 años. Empezó a presentar un comportamiento extraño, no se relacionaba con nadie, estaba siempre solo y parecía disfrutar de su soledad. Su cabeza empezaba a comportarse de manera diferente, no sentía ningún tipo de empatía hacia los otros niños, incluso llegó a agredir a alguno. Su actividad favorita siempre era tomar a un niño del cuello y levantarlo, disfrutaba viendo sus piernas agitarse y el rostro del niño volviéndose cada vez de un tono más azulado debido a la falta de aire. Su favorito era Jonas, un niño más bien pequeño con una expresión facial un tanto peculiar que siempre acababa siendo víctima de Aiden, nuestro protagonista. Lo que para Aiden era sólo un juego, para Jonas era algo más; vivía con miedo, le tenía pánico a Aiden, y esa historia de su infancia, que para cualquier otro hubiera sido una simple anécdota, acabó en un trauma del que no se pudo recuperar: murió a los 9 años, tras arrojarse desde su balcón en un sexto piso. Podríamos decir que esa fué la primera víctima de nuestro protagonista, la primera de una lista muy muy larga. Los padres de Jonas denunciaron al colegio, al fin y al cabo, no habían sabido gestionar el comportamiento de Aiden, y al morir, Jonas dejó una nota donde explicaba claramente que fué ese comportamiento el que lo arrojó al suicidio. Pero la denuncia no prosperó, y los padres de la víctima no pudieron hacer justicia por su hijo. Se lo imaginaban tan pequeño e indefenso sentado en la barandilla del balcón, pensando en todo el sufrimiento que Aiden le había causado pero olvidándose de toda la vida que tenía por delante, al fin y al cabo, solo tenía 9 años. Imaginaban cómo acabó decidiendo dejarse caer, dejarse abrazar por ese sentimiento que tanto anhelaba de simplemente acabar con todo, lo imaginaban cayendo al vacío y dándose cuenta entonces de todo lo que le quedaba por vivir, o todo lo que le hubiera quedado de no haber tomado esa decisión. Era demasiado joven para darse cuenta de ello, sin embargo durante la caída lo vió: acababa de arruinar su vida y la de todas las personas que le querían, y ya no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Al fin alcanzó el suelo, y pudo por fin descansar en paz. Sus familiares, en cambio, no pudieron disfrutar de esa paz. Al darse cuenta de lo que había pasado, su madre empezó a gritar, desesperada, un grito proveniente de lo más profundo del corazón, un grito proveniente del dolor más grande que alguien puede llegar a sentir, un grito de haber perdido a un hijo.

A medida que iba creciendo, cada vez se daban menos esos comportamientos tan agresivos, de modo que todo el mundo lo atribuía a cosas de niños, pero se equivocaban, ya que su mente nunca cambió: creció con esa falta de empatía, con esa necesidad de generar sufrimiento, y cada vez más crecía en su interior una necesidad de tomar la vida de alguien, queria saber como se sentía, esa sensación que describen lo asesinos de superioridad absoluta al matar a alguien, la mejor sensación del mundo. Sin embargo, todo era una fantasía, ya que él no iba a matar a nadie, nunca se lo planteó, pero siempre tuvo la duda de cómo le haría sentir. En realidad, ya había tenido a su primera víctima, Jonas, pero con él no pudo experimentar esa sensación de superioridad que tanto anhelaba. Nunca lo consideró su víctima, él simplemente murió por su culpa.

En el instituto, y por primera vez en su vida, hizo una amiga, Lydia, una chica también un tanto peculiar con la que se entendía muy bien. Ambos disfrutaban del silencio en compañía del otro, y tenían preocupaciones parecidas. A menudo, les llamaba el psicólogo del instituto para hablar con ellos, ya que ambos presentaban un comportamiento curioso para unos chicos de 12 años. Ese comportamiento no cambiaba, de modo que los padres de Aiden decidieron llevarlo a un profesional. Él se alegró, al fin y al cabo a nadie le gusta ser el bicho raro, pero el resultado no fué el que esperaba. En la primera visita con el psiquiatra se propuso contarle absolutamente todo lo que sentía, estaba dispuesto a abrirse y a dejarse ayudar, pero la respuesta del profesional fue la misma que había recibido de todos aquellos con los que se había atrevido a abrirse, un frio "bueno, son cosas de niños, ya se te pasará". Allí nacieron y acabaron sus esperanzas de ser comprendido. A Lydia le fué mejor, después de muchas visitas y pruebas le diagnosticaron con autismo, y dieron por justificado su comportamiento. Le cambiaron de centro, y le obligaron a distanciarse de Aiden, y ella aceptó, así que nuestro protagonista se volvió a quedar solo, marginado. Hay que reconocer que tampoco le importó mucho, él no sentía ninguna conexión con Lydia, simplemente compartían el hecho de ser los bichos raros.

Un par de años después, empezaron a llegar más amigos a su vida, ya que empezó a llevarse bien con un grupo de gente de su clase, un grupo muy pequeño pero con el que estaba muy a gusto. Marc fue quien lo presentó al grupo. Se habían conocido en clases de interpretación, que a Aiden se le daba muy bien debido a que su frialdad hacia que no le traicionaran los nervios en el escenario. Marc, en cambio, era muy tímido, así que los pusieron a trabajar a los dos juntos para que nuestro protagonista le transmitiera su confianza. A cambio, Marc le ayudaba con los estudios, ya que él era un chico de excelente mientras que Aiden llegaba al aprobado justo. Todas las horas que pasaron juntos hicieron que se forjara una buena amistad entre ellos, hasta que un día Marc decidió presentarle a sus amigos: Helena, Sandra y Dídac. Por primera vez, Aiden había encontrado un grupo de amigos con el que se sentía a gusto, ya no era el bicho raro que siempre iba solo. Pero todo lo bueno llega a su fin, y un fatídico día Helena llegó a clase con una horrible notícia: su perro había desaparecido. Se trataba de un labrador canela llamado Rufus al que ella amaba con locura, de hecho, Helena amaba a todos los animales, siempre había soñado con ser veterinaria, pero a Rufus le tenía un amor especial. Ese día llegó a clase llorando, muy dolida por la desaparición de su mascota más querida, y a pesar de los intentos de todos para animarla nadie lo consiguió. Aiden llegó tarde a clase, como muchos otros días, y se sentó a hablar con Helena. Sorprendentemente logró hacerla sonreír, ya que la convenció de que encontrarían al perro y que pronto estaría con ella. Pero no fué así. Nadie se podía imaginar lo que había pasado con Rufus.

13 días de infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora