Madre.

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—¡Tú no tienes derecho a hablarme de esa manera, soy yo quien manda aquí, mujer! —me gritaba él como cada vez que yo intentaba hacer que algo cambiara en él o en su comportamiento.
La bofetada llegó tan fuerte como siempre, haciéndome caer al suelo, me arrastré hasta el cajón de mi ropa interior y mantuve mi mano sobre él, preparándome para algo que he querido hacer desde hace tanto tiempo.

—Rog- —intenté hablar temblorosa.

—¡Cállate, mujerzuela! ¡Lo único que busco en esta puta casa es comida caliente, ropa lavada y planchada y un buen recibimiento, buenas atenciones. ¡Y ni eso obtengo!

—P-pe-ero —aclaré mi garganta mientras abría el cajón detrás de mí y rebuscaba en él. Mi hijo aún no sabe que tengo esto. —esa no es mi responsabilidad, ni mi trabajo, y tampoco puedo hacerlo. Porque también tengo mis actividades y tú tienes manos para hacerlo.

—¡¿Y tú cómo te atreves a venirme con eso?! —quiso darme otra bofetada pero como pude lo empujé contra la cama y sin pensarlo siquiera apuñalé su pecho, dejando el metal dentro de él durante unos segundos. Quedé perpleja por las acciones de mi propio cuerpo. Pero de cualquier manera, me volví a ver perforando múltiples agujeros en él.

Mierda que se sentía bien.

Pero en cierto punto sentí coraje invadiéndome los nervios hasta gritar frustrada y levantarme de la cama.

[...]

Dejé a Ari acostada en mi cama mientras aún tenía la esperanza de que indicara alguna señal de vida, pero por supuesto, no daba ninguna. Me quedé abrazándola hasta que escuché a mi mamá quejarse molesta en su habitación.
Salí con cautela de mi cuarto para subir al segundo piso, y me quedé a las afueras de su habitación, dudando si entrar o no.

Hasta que ella misma salió.

Su vestido azul largo manchado de sangre al igual que su rostro y el cuchillo que empuñaba en una mano. Su expresión era perdida, pero se reflejaba en estrés, en ira, en tanto rencor... En cambio, cuando me vio, lo único que pude ver en ella fue el más puro miedo que puede surgir del amor de una madre, y el más enorme terror que pueda concebir un rostro culpable.

Quise hablar, pero ella pasó corriendo al lado mío, dejándome ver dentro de la habitación al hombre que me veía obligado a llamar padre y me había inspirado a ser como soy, bañado en su propia sangre a raíz de puñaladas. Me acerqué a contemplar su rostro, pero el desprecio y la escena me hicieron dar la espalda de inmediato, encontrándome con el cajón de ropa interior de mi madre abierto y esculcado. Pero también con el espejo.
En él seguía siendo visible el cadáver de mi padre, solo que aún vivo, manchado de sangre en la ropa, y con lágrimas secas en el rostro. Yo era idéntico a ese hombre aunque quisiera negarlo.

Y entonces entendí.

Cada mujer a la que asesiné con inercia pudo haber sido ella. Mi madre.
No me costó encontrar el cuchillo que yo mismo había escondido ahí para cuando mi madre se decidiera por hacer esto, no me molestaba que hubiera tomado otro al no saber que el primero estaba ahí.

Miré mis moribundos ojos en el espejo mientras cortaba mi cuello.

Madre, ¿Podrás perdonarme? Me convertí en el engendro de tus pesadillas.

Hijo de la Muerte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora