Leila - El Don

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Mi madre estaba en la cocina haciendo la cena en nuestra nueva casa mientras yo le hacía compañía a mi papá en su nueva habitación y le contaba de mi nueva escuela y de la ciudad. Él seguía dormido desde el día que nos tocó huir de nuestra ciudad hace un mes, pero no estaba asustada porque el hombre de negro que resultó ser mi abuelo nos dijo que él estaría bien, que iba a despertar en poco tiempo. Mamá no le creyó mucho, pero no tuvo de otra cuando despertó dos días después y se dio cuenta de que el ángel negro, como apode a mi abuelo, nos estaba protegiendo.

El abuelo nos trajo a una ciudad lejos de donde vivíamos, dijo que aquí estaríamos bien, que había borrado nuestras huellas, y que el hombre de capa negra que casi mata a mi papá al intentar robarle su alma se dio cuenta de que él no tenía el don de dar vida, por lo tanto, no pueden hallarlo y murió.

Según le explicó a mi mamá, le dijo que cuando un ángel de la muerte intenta robar un alma que no está en la lista y no tiene el don de la vida, este muere por quebrantar la regla; eso fue lo que ocurrió esa noche y eso nos daba mucha ventaja para desaparecer de sus ojos. La verdad, no entendí de qué lista hablaba, pero si él decía que íbamos a estar bien, yo le creía.

Durante esos dos días que mamá estuvo dormida, el abuelo me enseñó a cómo comunicarme con él en códigos y reglas que, según él, debía memorizar para controlar mis emociones y no sucediera lo del río y lo que pasó en el jardín, también volví a practicar el idioma raro que me enseñaba mi abuela.

Mi nueva casa no estaba mal, no era tan grande como en la que vivíamos y tampoco era de dos pisos, pero era cómoda; tenía tres habitaciones, dos baños, una sala con un televisor muy grande, estaba ubicada en un lugar muy seguro y se podía ver casi toda la ciudad desde la terraza, había una piscina y un parque para niños, vivíamos en el piso dieciocho, eso también era nuevo, porque en Bélgica todo era casa, aquí eran edificios.

- ¡Leila, ven a cenar! - gritó mi madre desde el comedor. Otra ventaja: todo se comunicaba y mamá no tenía que gritar tan duro.

- ¡Voy! - miré a mi papá y le di un beso - ahora vengo para contarte lo que hice en la escuela.

Terminé de ayudar a mi mamá a servir los jugos y nos sentamos a cenar. Mamá se concentraba en su comida mientras me hacía preguntas sencillas sobre mi día y esperaba que la sopa que cada día le hacía a mi papá, por si despertaba, no se secara.

- ¿Ya hiciste tus deberes?

- Sí. Le contaba a mi papá sobre la tarea de historia y que nos mandaron hacer un cuento.

- ¿De qué le hablaste?

- De la historia que me contaba mi abuela sobre dos seres que se amaban, pero no podían estar juntos porque sus mundos eran distintos.

- ¿Por qué decidiste contar esa historia?

- Porque es muy triste, y no me gusta el final que tenía, así que lo cambié.

- ¿Cómo lo culminaste?

- Abuela decía que los protagonistas decidieron separarse porque su amor era prohibido para el mundo, y que sus responsabilidades eran mucho más grandes que sus sentimientos y eso no me gusto, así que los deje juntos y que el mundo, ¡Plos! - estalle mis manos y mamá se rio - se las arreglara como pudiera.

- ¿Eso es algo egoísta, pequeña?

- No. Papá dice que la felicidad es lo más importante para una persona, porque si uno está feliz con uno mismo, también puede dar felicidad y hacer el bien; pero si no eres feliz, eres un amargado y haces daño. Así que mis protagonistas tienen un final feliz.

- Es un análisis muy básico, pero certero; sin embargo, a veces la felicidad es relativa, no se puede ser feliz, a costa de la vida o el daño hacia los demás; la vida nos pone a prueba, y renunciar a la persona que amas por un bien común, también es amar y ser feliz contigo mismo.

DeathwhisperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora