Capítulo 7

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Era sábado y yo me encontraba en el cuarto de Sergio, ya que este no había parado de suplicarme que lo ayudase a re-decorarlo desde que descubrió su "súper" cuarto. Estaba sentada en el suelo forrado por cartones para protegerlo de salpicaduras de la pintura esperando a Maggie y a Sergio que habían ido a comprar más pintura azul, que como decía Sergio era color de hombres, cuando me lo dijo no pude evitar soltar una carcajada. El tiempo que estuvimos juntos fue increíble, él no paraba de hacerme reír como hace muchos años, y a lo mejor él no se daba cuenta pero nuestra amistad se estaba recuperando, y bastante bien. Mis pensamiento fueron interrumpidos por unas risas que provenían del piso de abajo que en unos segundos aumentaron de volumen dejándome saber que se encontraban arriba. La puerta del cuarto de abrió de golpe chocando contra la pared dejándome ver a una Maggie cargada de bolsas llenas de paquetes de patatas, golosinas, y por último pero no menos importante...¡Nutella!, y por supuesto luego estaba Sergio que venía con muchos, pero muchos botes de pintura. Me levanté corriendo y me di cuenta de que él me miraba con los ojos esperanzados como creyendo que iba a ir a ayudarlo pero me fui corriendo hacia Maggie y le quité la bolsa en la que traía la Nutella.

– ¿Es en serio Bella?– se quejó Sergio con voz estrangulada por el esfuerzo mientras dejaba como podía los botes en el suelo.

– Y tan en serio, parece que no me conoces– dije abriendo el tarro a una velocidad increíble y quitándole el precinto que traía de seguridad, con los dedos índice y corazón saqué un pegote y me lo metí en la boca mientras cerraba los ojos por lo bueno que estaba.

– Bella eres demasiado adicta, tendrías que ir a un médico, no se puede abusar– comentó una Maggie que se encontraba con los restos de Nutella en las comisuras de los labios.

– Bueno adictas al chocolate, mi cuarto merece la cuarta parte de atención de la que le dais a ese bote, así que manos a la obra– dijo dando una palmada– este cuarto no puede tener ni un rincón rosa.

Reímos ante eso y dejamos el tarro en la única mesa que había en la habitación para luego coger los rulos y algunas brochas de pintura y repartirnos por la gran habitación para acabar antes.

Eran sobre las ocho de la noche según el reloj digital que tenía la radio puesta sobre la mesa cuando seguíamos pintando, pero ya solamente nos quedaba una pared.

— Chicos lo siento pero estoy muy cansada y me duelen los brazos, pediré unas pizzas, no tengo ganas de cocinar, os avisaré cuando estén -dijo Maggie antes de salir y lanzarme un guiño junto con una sonrisa pícara a la vez que intercalaba miradas entre Sergio y yo.

A los minutos después de que la ruidosa Maggie saliera de esta habitación se hizo un silencio, por decirlo de alguna manera: incómodo como unos zapatos de plástico.

— Bueno, dicen que con música todo es mejor, ¿no?- comentó Sergio mientras que iba hacia la radio y ponía música.

— Eso dicen- sin razón alguna estaba mas incómoda que un ratón en una jaula, casi nunca estaba sola con Sergio, ya que siempre me ponía nerviosa y la cagaba, pero eso tenía que cambiar ya.

Empezó a sonar la música, de la que no conocía su nombre, pero que sin darme cuenta empecé a bailar, si se puede decir bailar a mover de una manera extraña las piernas y brazos. Me daba cuenta de que la música rellenaba el silencio que había entre los dos, y eso no me gustaba porque significaba que las cosas de algún modo no estaban del todo solucionadas por mucho que yo lo deseara.


Ya harta de solo escuchar la música se me ocurrió la gran idea de dar vueltas y vueltas a la vez que pintaba porque se me estaba cansando el brazo, pero lo que provocó mi torpeza fue que me desplazase y con la brocha que tenía en mano pintase el brazo de Sergio que lentamente empezó a girarse como la niña del exorcista y me miró con mala cara.

Maldito destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora