Capítulo 24

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Dolor

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Acacia

Jamás lo vi así, es impresionante decir que está persona que tengo frente a mí es Franco D'angelo.

—No lo sé, Franco.—lo veo tragar saliva mientras me suelta y se aleja de mi dando dos pasos hacia atrás.—no puedes pedirme una cosa asi cuando ni siquiera yo misma sé qué está pasando.

—Yo solo quiero que así como te determinaste a luchar por el amor de Luciano, sepas que estoy dispuesto a luchar por el tuyo.

Niego con la cabeza.

—Si me amaras como dices no estarías haciendo esto...

—Por amarte como lo hago me alejé de ti, intenté que te alejaras de mi—no aparta su mirada de la mía, no se mueve de su lugar y su voz tiene un tono herido que me mata—.Lo que no entiendes es que al hacerte daño con eso, también me hago daño viéndote sufrir. Siento no ser lo suficientemente valiente para verte mal por mi culpa, no soy capaz. No pude quedarme de brazos cruzados, perdóname.

—Franco, yo no puedo.

—No entiendo.

—¿Por qué no? ¿Porque es por Luciano que no te acepto?

Le acuso, lo desafío en un arrebato que sube y baja mis emociones como si fuera una montaña rusa.

—No. No entiendo por qué te empeñas tanto en esperar y posponer por una persona que te obtiene igual de fácil que te suelta.

Lo miro petrificada, tensa. Directamente de sus ojos veo el arrepentimiento no más ve mi rostro pero no sé retracta, al contrario, sé que sería capaz de repetirlo. Me ha dolido.

Soy una mentirosa y una descarada.

No me duele el hecho de que Luciano no sea claro. No me duele el hecho de que Franco me confiese sus sentimientos, tampoco el momento, no me duele admitirle en la cara que los ví, que aunque le diga que no le creo, ví todos los días lo mucho que me ama.

Me duele muchísimo saber, que aunque fue sin anestesia él no está diciendo más que la verdad y solo la verdad.

Franco tuvo y tiene razón en cada cosa que su suaves labios sueltan sin cesar. El hombre que tanto admiro, el hombre que alguna vez fue dueño de la totalidad de mi corazón me vió a la cara y me dijo lo que necesitaba escuchar, no porque me ame, no porque quiera que lo ame de vuelta, me lo dijo, porque considera que necesito escucharlo.

Porque así es Franco D'angelo, es el ángel que yo tanto me niego a ser.

Aún así... Él tampoco me habló de sus sentimientos, él tampoco lo aceptó y lo enfrentó. Tampoco se decidió por mi y lo sabe.

—Gracias, Franco.

—Acacia yo no...

—No tu sí, sí mil veces. También fuiste capaz de hacer eso, incluso mucho antes de que él llegara. De esa forma me hubieras ayudado a no estar tan confundida. De esa forma yo sabría quién vale la pena perdonar, en este momento no necesito nada de esto, Franco.—le doy un beso en la mejilla mientras le tomo la mano y la junto con las mías—. Esta vez, yo te pido a ti que lo dejes de lado porque necesito que me ayudes a tener un poco de tranquilidad. No puedo lidiar con tus sentimientos en este momento, por más que lo quiera.—desvio la mirada mientras las lágrimas siguen cayendo—. Yo necesito parar todo esto; dejo en tus manos si decides esperar a que pueda hablar o si simplemente sigues adelante con tu vida. No puedo decidir eso por ti.

—Yo...—traga saliva fuertemente antes de halarme contra su pecho abrazándome con fuerza, misma que devuelvo. Quizá ambos lloramos porque duele, duele horriblemente o porque sabemos que quizá este nudo de sentimientos tengan que quedarse a morir aquí, en este instante. Nos quedamos así unos minutos hasta que él vuelve a hablar:—Por favor nunca olvides, que por más que me equivoque y quizás no pueda manejarlo perfectamente, te amo, Acacia. Te amo con cada parte de mi ser.

Mi corazón palpita fuertemente en mi pecho mientras lo miro a los ojos y suspiro sobre su aliento. Huele delicioso, es una combinación de cítricos que hace feliz mi olfato.

—Lo sé.

—Perdóname, bonita—me pide abatido, casi derrotado. Me suelta del abrazo, dejándome ir, mientras mantiene gacha la cabeza.

Mentiría si dijera que no amo a este hombre, mentiría si dijera que no conozco cada cosa que él es, si dijera que no memorice lo que lo hace feliz por puro placer.

Yo hice muchas cosas amándolo, por más que se equivoque, es un ser humano que también me ama y que se equivoca. Es el ser humano que me ha demostrado que piensa en mí ante todo, a veces incluso antes que en él.

—Ya lo hice.

Él me mira sorprendido, alzando rápidamente la cabeza y mirándome sin saber qué decir. Le regalo una sonrisa de labios cerrados y me doy la vuelta para salir de su casa.

—Acacia...—tartamudea.

—Nos vemos luego, ¿Sí?

Él asiente carraspeando y también me sonríe.

—Sí.

Y sin más, abandono su casa.

Tengo un solo objetivo ahora: Luciano.

Necesito acabar con esto de una vez por todas, por las personas que están y las que no. Por mi.

Al final en mi encuentro con Franco como siempre, obtuve la ayuda que vine buscando de él. Me dió la contención que necesitaba y más que eso, el valor que no tenía.

De nuevo, ese hombrecillo me inspiró a hacer algo que nunca me atreví a hacer.

Marco el número de Federico mientras camino por las coloridas calles aún cerca de la casa de Franco.

—Hola, amore...

Está desanimado, no hace falta que me diga que se siente culpable. Debo reunirme con él y también sacarlo de este embrollo del que él no tiene que salir afectado, no voy a permitir que más personas sufran por un error mío y de Luciano.

—Hola, lindo. ¿Quieres que nos veamos más tarde? Vayamos a cenar, pizza Napolitana, yo invito.

Él ríe un poco y tímidamente me responde más animado:—Sí, claro que sí.

—De acuerdo, pasa por mi a las ocho en punto.

—Ahí estaré.

—Fede...

—Dime.

—Te adoro, tonto.

Él suspira, odio sentir a Fede desanimado. Detesto verlo triste y no me importa si ahora es el doble de grande que yo, siempre será el hermanito que nunca tuve.

—Y yo a ti.

Sonrío.

—Debo preguntar, ¿Está en casa de tus padres, verdad?

—Yo... Sí, él está quedándose con mamá.

—De acuerdo.

—¿Irás? Voy contigo, espérame y en cinco minutos est...

—No—interrumpo.—debo ir sola, estaré bien y cualquier cosa sabes que te llamaré.

—Te llamaré yo.

Me río, no esperaba menos.

—Está bien, estaré atenta entonces.

Nos despedimos, cuelgo la llamada y emprendo camino a su casa familiar. Iré a ver a Luciano.

AGRIDULCE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora