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Un pequeño morenito de tan solo seis años de edad iba observando el camino por la ventanilla del autobús. Acompañado de su abuela, iban de camino a casa de una hermana de su abuela, ya que se había quedado a dormir en su casa la noche anterior y sus padres estaban trabajando, se vió casi obligado a ir de visita ese día, sin embargo, le gustaba pasar tiempo con su Yaya, como él acostumbraba a llamarle cariñosamente.

Era la primera vez que iría y sentía curiosidad y algo de nervios al ir sin sus padres a un lugar desconocido para él, al ser un niño demasiado introvertido, le costaba muchísimo siquiera formular una palabra si no era porque sus padres le daban un empujoncito para hacerlo, su Yaya lo sabía, por lo que antes de salir, le aclaró que no debía preocuparse ni sentirse mal si no quería hablar con nadie.

— ¿Te sientes bien, querido? — preguntó su abuela al verlo tan absorto en su pequeño mundo.

Él giró y miró a su mayor.
— Estoy bien, Yaya. — contestó. — ¿Cuánto falta para llegar?

— Ya estamos cerca, amor.

Y así fue, cinco minutos después, su abuela se puso de pie y ayudándolo agarrándole de su mano, lo llevó hasta las puertas traseras del autobús, pidiendo con el timbre que se detuviera en aquella parada. Al bajar, solo tuvieron que caminar tres cuadras. Giraron en la tercer esquina y a tan solo dos casas se detuvieron.

El niño se quedó cautivado por lo bella que era aquella casa, era grande, pero le gustó mucho la decoración en el patio, este estaba atestado de flores y plantas que rodeaban el lugar, de todos colores y de una hermosa diversidad. La casa, era de un color celeste crema, lo que daba el toque perfecto.

Se acercaron hasta la puerta y su abuela no tardó en tocar el timbre, segundos después, fueron recibidos por una señora rubia, parecida a su abuela debía decir, quien no dudó en abrazarla para luego agacharse hacia el y sonreírle.

— Mírate cuánto haz crecido, cielo, ¿Te acuerdas de mí? Soy tu tía Mary. — dijo con suavidad.

El pequeño se aferró a la pierna de su abuela y negó con algo de nervios.

— Tranquilo, Zee. Está bien si no la recuerdas, ahora tendrás nuevos recuerdos sobre ella. — dijo su Yaya.

— Vengan, pónganse cómodos, he estado preparando tu platillo favorito, Ann. — dijo la tía Mary, caminando delante de ellos.

Ambos se sentaron en la mesa de la cocina, sus mayores comenzaron a charlas sobre cosas que él no tenía idea, solo supo que preguntó cómo estaba su madre y que su tía era enfermera, de esas que cuidaban a otros abuelitos. Lo cual le hizo pensar que su tía era buena si trabajaba de ello.

La casa era grande, por lo que lo tomó por sorpresa el escuchar que alguien o algunos bajaban con prisa las escaleras para luego aparecer en la cocina.

— ¡Abuela! ¡Liam está tocando cosas que no debe! — gritó una niña rubia con dos colitas vestida con un vestido rosado, llegando hacia su tía y comenzando a estirar de su pantalón.

— Tranquila, Roro, ¿Que está haciendo tu hermano?

— ¡Es mentira, abue! — la voz de un niño se escuchó detrás suyo y tuvo que girarse para observar de quién provenía aquella voz. Al hacerlo, se encontró con un niño un poco más alto que el, castaño y de mejillas coloradas. — Solo quería usar unas cajas de zapatos que tienes en el cuarto para armar mí nave.

— ¡Pero no son tuyas y no puedes tocarlas! ¡Mamá dice que no se tocan las cosas sin permiso! — reclamó la niña acercándose a él y poniendo sus manitas sobre sus caderas.

If I got you.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora