La conejita pasó todo un día y toda una noche en la repisa de la ventana —había podido ver de reojo cuando, aquellas tres jóvenes, se llevaron a su princesa, ya por la noche, envuelta en sábanas blancas—; ellas la habían dejado de panza, con las orejas colgando hacia la calle.
Fue así como, una persona al pasar cerca, la golpeó con el hombro y ella cayó al asfalto, donde fue pateada al paso, por varias personas..., hasta que finalmente la encontró un hombre gordo, que usaba una boina.
La conejita nuevamente quiso gritar, pero se dio cuenta de que... no tenía a quien pedirle ayuda. Su princesa, su hermosa y triste princesa, ya no estaba con ella.
Y ese hombre, sin ningún cuidado, la llevó hasta una oscura bodega apestosa a humedad y, luego de darle unos fuertes manotazos por doquier, intentando sacarle el polvo de la suave telita, la sentó en una repisa oxidada, entre una máquina de escribir a la que le faltaban teclas, y una siniestra marioneta de arlequín, con una sonrisa rota.
Esa noche, la conejita lloró hasta quedarse dormida.
** ** **
Cuando despertó, por la mañana, una enorme y espeluznante bestia, de pelaje marrón, la miraba fijamente, sacando la lengua de sus fauces llenas de colmillos, jadeando..., y entonces él la mordió de una patita y la bajó de la repisa, para luego sacudirla salvajemente en su hocico.
La conejita sintió que perdería la piernecita, pero llegó ese horrible hombre con boina y le gritó al animal:
—¡No, Otto, no! —y se la arrancó del hocico.
La conejita, aterrada, estaba histérica por dentro, pero también agradecida... aunque eso no le duró por mucho tiempo, pues aquel horrendo hombre golpeó al animal en la cabeza con su afelpado cuerpo:
—¡No toques, no! —le dijo, asestándole otros dos golpes con la conejita.
Magullada y traumadita, la dejó nuevamente sobre la repisa, donde ella lloró nuevamente el día entero, ¡cuánto extrañaba a su princesa!
A la mañana siguiente, el hombre abrió las puertas de su almacén y algunas personas desfilaron, admirando los objetos que él ofrecía a...
La conejita se dio cuenta de que él vendía todo aquello cuando preguntaron cuánto costaba ella.
Algunas personas la miraron de cerca, otros incluso la sujetaron para mirarle la espaldita y el trasero, pero volvían a dejarla en su lugar... Por fortuna, pensaba la conejita, pues ninguno de ellos era una niña.
.
Unos pocos días más tarde, una anciana entró al almacén y, mientras esperaba que el hombre le diera el precio de una lámpara de cristales, la vio a ella. La conejita intentó hacerse bolita en la repisa, pero, claro, no podía hacerlo.
La anciana, de cabellos blancos y rizados, la cogió entre sus manos y, sonriendo, la analizó por un rato.
«¡Suéltame, déjame!», suplicó la conejita, temerosa. Tenía miedo de ir a otra casa y que hubieran más de esas bestias con pelos, además, creía, en aquel almacén podría comprarla una niña.
—Es un conejo muy bonito —dijo el hombre.
—Sí, lo es —aceptó la anciana, sonriendo aún.
—¿Cuántos años tiene su nieta? —siguió él.
—Ya siete —aseguró la anciana y... ¿siete? ¡Una niña! La conejita prestó atención—. Vendrán este fin de semana —añadió, sin poder ocultar su felicidad.
—¡Finalmente! —asintió el hombre, contento por ella—. Hace ya años que no podían venir, ¿no?
—Sí —la anciana no parecía querer hablar de ello y, sin embargo, dijo—: Seis años.
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La princesa y Violetta ©
Cerita Pendek«Ella era una conejita con una importante misión» ** ** ** ► Ésta es una obra registrada en INDAUTOR (Instituto Nacional del Derecho de Autor); queda prohibida su copia parcial o total, por cualquier medio impreso o digital, sin el consentimiento es...