Capítulo 1

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Cuando ella abrió los ojos, se encontró con una hermosa joven, de piel lechosa, largos y lacios cabellos blancos que... cosía su pie.

Una patita, afelpada, suavecita y esponjosa...

Ella movió su pie.

La joven se rió:

—Basta, basta —le pidió con voz dulce, riéndose con suavidad—. Déjame terminar o vas a quedar chueca.

¿Uh? ¿Chueca? Ladeó la cabeza.

La joven cortó el hilo con sus dientes, la miró a los ojos y, por un momento, ella olvidó lo intrigada que se sentía —¿chueca?—, pues aquella mujer era... una estrella: brillantes ojos grises, profundamente hermosa.

—¿Cómo estás? —le preguntó, serena, cariñosa.

Ella no supo qué contestar —aunque tampoco sabía si podía hacerlo—.

—Preciosa —respondió la joven por ella—. Perfecta. ¿Quieres verte?

¡Sí, quería!

La joven la cargó, metiendo sus manos por debajo de sus axilas, y la llevó hasta un enorme espejo con marco de plata, donde la volvió para que ella pudiera verse de frente.

Y se miró. Era blanca, como de cincuenta centímetros, de alargadas orejas caídas y... sí, era preciosa, perfecta. ¡Y era un conejo! Una conejita, de hecho. Se agitó de emoción.

—¡Qué bueno que te gustó! —le dijo la joven, sonriendo.

La conejita la miró con la duda en sus ojos de cristal.

—Bueno, tú estás aquí para cumplirme un deseo —le contestó la joven a la pregunta que la conejita se hacía dentro de ella.

Y al obtener respuesta a su pregunta, la conejita entendió que la bella joven comprendía lo que ella sentía.

—Es la misión más importante en mi vida y ahora también de la tuya: vas a curar y cuidar a una preciosa niña —le dijo y, con aquellas simples palabras, le dio un propósito a su vida, pero también le hizo una promesa—: La vas a ser feliz y tú serás muy feliz con ella.

Curar y cuidar de una niña,

hacerla feliz y, entonces,

también ella lo sería.

** ** **

Aquella noche, la bella joven y la conejita, iluminadas por la luz de velas, hablaron largo rato hasta que la conejita sintió mucho sueño, entonces fueron a la cama —tan suave como ella misma, cálida—, donde la joven la abrazó y, juntas, se quedaron dormidas.

¡Y el amanecer fue de lo mejor! La luz del sol cambiaba el color de las cosas; los colores negros se volvían azules, y el carmín, rosa... Rosa como esa flor en la maceta de la ventana, que se agitaba suavemente con el viento.

La conejita se incorporó en la cama y, aunque al principio parecía demasiado lejos el suelo, logró bajar de un salto y se acercó a contemplar la flor.

—¿Te gusta? —le preguntó la joven, saliendo de la cama.

Sí, le encantaba, pensó la conejita.

La joven se acercó y la cogió nuevamente por debajo de las axilas para ayudarla a alcanzar la flor; la conejita la olfateó y pensó en que olía más rico ella.

—¡Eso es porque dentro tienes un montón de pétalos de gardenias! —le explicó la joven, regalándole una de sus maravillosas sonrisas.

¿Qué era una gardenia?, se preguntó la conejita.

La princesa y Violetta ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora