Capítulo 8

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Mientras caminaba los escasos pasos que me separaban del hospital, mi estómago me recordó que debía buscar un apartamento. No era solo porque el baño tendría más espacio para mis útiles de aseo, ni que las toallas solo las usase yo y no fuesen un objeto que ha pasado por cientos de personas antes de mí. Sino que el desayuno sería completamente diferente, algo mucho más 'digerible', no sé si sería la palabra adecuada, pero se acercaba. A mi estómago le sienta mejor un desayuno más sano; zumo natural, leche fresca, cereales de mi marca favorita, además de todo aquello que me había acostumbrado a tener en mi nevera.

Soy un poco especial, aunque cuando vives en lugares que carecen de algunas cosas, comes y usas lo que está disponible. Pero cuando llegas a casa quieres mimarte un poco. Es como el agua caliente, uno no la aprecia realmente hasta que pasa un par de días peleando por llegar el primero a la ducha para no tener que asearse con agua fría.

De mis viajes con médicos sin fronteras, el prescindir de las comodidades básicas y de material sanitario era lo peor. Lo segundo podía suponer perder algún paciente, lo primero era una incomodidad que me hacía ser consciente de la suerte de haber nacido y vivir en donde lo había hecho. Y si además le sumábamos mi procedencia... Pues eso, que el lujo era algo a lo que estaba acostumbrado. Uno se adapta a sobrevivir con lo que sea, pero ahí radica la diferencia entre vivir y sobrevivir, y a la mayoría le gusta mucho más lo primero.

Como decía, necesitaba un lugar en el que vivir. Con su nevera, sus toallas mullidas y perchas donde colgar mi ropa. Si le sumamos un sofá cómodo y una televisión grande, sería la perfección.

Esta vez no pregunté, sabía perfectamente dónde estaba mi despacho. Con la ausencia de nervios por la entrevista, esta vez el paseo me resultó mucho más interesante, porque pude apreciar mejor los detalles de todo. Soy de ese tipo de personas que se detiene a observar a la gente, sus expresiones, tratando de descubrir si están felices o descontentos, cansados, hastiados, malhumorados... El ver una sonrisa en un empleado te hace pensar que está contento en su trabajo.

—Bueno días, doctor Kingsdale. —Giré la cabeza para encontrar a John acercándose por el pasillo.

—Buenos días, John.

—¿Listo para su primer día de trabajo?

—Lo estaré en cuanto me ponga el uniforme. —Señalé mi ropa de calle, que contrastaba con su informe de enfermero.

—El hábito no hace al monje, pero aquí si no le llevas puesto te toca pagar en la cafetería.

—Café gratis, solo por eso merece la pena.

—¿Quiere que le traiga un café mientras se cambia? —se ofreció.

—Eres un enfermero, no mi secretaria. —le recordé.

—Lo sé, pero es la excusa perfecta para coger uno para mí. Los de la cafetería están mucho mejor que los de la sala de enfermería. —Me guiñó un ojo de forma cómplice.

—Está bien. Me has convencido.

John cerró la puerta antes de irse. Me cambié de ropa, y como lo hice rápido, me dediqué a revisar el historial de mi primera paciente; Alma Rodríguez. Ocho años... Tan joven y con un futuro tan negro. ¿Por qué la vida se cebaba con alguien que apenas había tenido tiempo de cometer algún pecado? Reconozcámoslo, aunque sea médico, he visto lo suficiente como para desearle la muerte a más de uno. Y ellos sí que merecían una muerte así, y no una inocente como esa niña. No la conocía, pero sabía, por su historial, que ni siquiera había podido tener la vida de cualquier otro niño. Correr, saltar, nadar... todo lo que requería un pequeño esfuerzo de su corazón, le estaba prohibido.

Dr. LeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora