Capítulo 31

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Leo

He abierto pechos en canal, he cortado y rajado a mucha gente, pero nunca había sufrido en propia carne una herida como esa, y además ¡sin anestesia! Quemaba, mi estómago ardía. Pero no estaba preocupado por lo que ese desgraciado me hubiese hecho, sino que por mi inconsciencia había complicado la situación, había puesto en peligro a Jade. Idiota, idiota. Un teléfono puede ser sustituido, pero ella...

—¡Agh! —Aquel grito me hizo girar la cabeza para encontrar una situación que no había previsto.

Tendido en el suelo, con la rodilla de Jade sobre su espalda, el tipo se retorcía tratando inútilmente de liberarse.

—¡Presiona el botón de ayuda! —me gritó ella.

Botón, botón... El teléfono. Lo Busqué por el suelo con mi mano libre, porque la otra estaba tratando de contener la hemorragia de mi herida. Sería ridículo morir desangrado a tan poca distancia de la asistencia médica. Lo encontré no muy lejos, abría la aplicación del hospital, y presioné el botó de S.O.S. Recé porque la ayuda llegase pronto, y lo hizo. Creo que no tardó ni medio minuto cuando el tipo de seguridad del hall de entrada llegó hasta nosotros.

—Lo tengo. —Pateó el cuchillo del tipo bien lejos de él, sacó sus esposas y presionó aún más sobre su espalda mientras se las colocaba. —Tengo un herido —gritó no sé a quién.

—Dejame ver. —Jade se arrodilló junto a mí, y me obligó a levantar la mano que protegía la herida.

—No es tan mala. —No tenía idea de cuán profunda era, pero no quería preocuparla.

—¿Por qué lo hiciste? —me preguntó enfadada.

—Es tu teléfono, lo que más te importaría perder, ¿recuerdas? —Ella suspiró comprensiva.

—Conseguiría otro. —me recordó. Como si yo no lo supiese.

—Lo sé. —Estaba loco.

Personal de urgencias llegaron hasta nosotros arrastrando una camilla. Tenía que reconocer que eran auténticos profesionales, porque ninguno tropezó por el camino, ni siquiera la camilla hizo un giro raro.

—Fuiste un inconsciente. —me acusó ella mientras me colocaban sobre la camilla.

—También lo sé. —mi cabeza cayó derrotada.

—Y valiente. —Sentí su beso sobre mi mejilla, algo que me hizo levantar de nuevo la cabeza para encontrar su sonrisa.

—Tú sí que eres increíble. —Alcé un poco más la cabeza para ver como dos chicos de seguridad ponían en pie al tipo que ella había reducido. —¿Dónde has aprendido a hacer eso?

—En el gimnasio de mi hermano. —confesó con un poco de timidez. ¿Se avergonzaba de ello? Yo no lo haría. En un momento me había dejado a la altura de un adolescente de instituto siendo machacado por el matón de turno.

—Definitivamente tengo que pasarme por allí. —pronuncié mis pensamientos en voz alta.

—No, lo que tienes que hacer es dejar de hacer estupideces. —me regañó de nuevo.

—En eso tienes razón.

Antes de darme cuenta, estaba en un box de urgencias, donde una enfermera empezó a rasgar mi camisa con unas tijeras, para que el médico pudiese examinar mejor la herida. Aguanté como un valiente la inspección de sus dedos, pero el cabrón sabía perfectamente cómo hacer daño.

—Parece un corte limpio. No hay músculos seccionados. —Al menos una buena noticia, aunque eso no hizo que doliese menos. —Prepara sutura. —ordenó a la enfermera mientras se quitaba los guantes con un chasquido.

Dr. LeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora