Capítulo 29

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Leo

Cuando la necesidad aprieta, se despierta el ingenio. Si quería besar en condiciones a Jade, antes debía solucionar mi problema de mal aliento. Así que pensé ¿dónde podía encontrar lo que necesitaba sin salir del hospital? Boca, dientes... ¡Dentista!, ¿habría algún dentista en el edificio? Normalmente este tipo de coberturas médicas no se incluían dentro de los servicios hospitalarios, salvo que tuviese algo que ver con cirugía maxilofacial.

Busqué en la aplicación del hospital, y para mi sorpresa había un dentista. Ir hasta su consulta y convencerle de que me diese un vaso con colutorio no fue complicado. Conseguir una buena higiene solo con mi dedo y ese líquido no era posible, pero sí que conseguía eliminar la mayor parte del mal olor. Es un remedio que había tenido que utilizar en algún momento del pasado, y que en este momento también iba a sacarme del apuro.

Siguiente parte de mi plan, encontrar a mi presa y saltar sobre ella. Según la aplicación, la doctora Sokolov no estaba de guardia sino de consultas. Después de comprobar que ella no estaba detrás de su escritorio, solo había una única opción la que quedaba y era que estuviese visitando a alguno de los pacientes ingresados que tuviese que ser intervenido en pocas horas.

Sé que había despotricado contra el control de la app del hospital, del conocimiento exacto de mi posición cuando me movía por el edificio, pero conocer la situación de Jade en ese instante me habría venido perfecto. Aunque para un hombre de recursos como yo, con un teléfono a mano y la agenda con todas las extensiones del hospital, conseguir localizarla no fue difícil, solo me llevó un poco de tiempo.

Todo el trabajo quedó compensado cuando conseguí tirar de su brazo para encerrarnos en una habitación vacía. Asalté su boca antes de que pudiese decir algo que me detuviese, y había muchas cosas que funcionarían. Estábamos en el trabajo, las normas lo prohibían y ... un sinfín de motivos más por los que no debería hacerlo, pero lo hice.

Volver a besarla, saborear su boca, sentir la tímida respuesta de su lengua a la invasión de la mía... Eso no tenía precio. Y como guinda del pastel, esta vez atraje su cuerpo al mío, para comprobar si sus curvas se adaptaban a las mías, ¡y diablos que sí lo hacían! Cada vez estaba más convencido de que ella había sido creada para mí, o yo para ella, ambas situaciones me servían.

—Esto no está bien. —susurró junto a mis labios.

—Lo sé. —Volvía besarla una vez más, y tampoco esta vez encontré resistencia por su parte, sino una respuesta igual de necesitada.

—Siento si te he puesto en el punto de mira de los chismosos. —Seguro que alguien nos había visto entrar allí, o nos verían salir, pero el merecía el riesgo por conseguir el premio.

—Que hablen, no me importa. —Sus manos recorrieron mis hombros, mis brazos, despertando placenteros escalofríos durante todo el recorrido. Si ella conseguía eso tocándome a través de dos capas de tela, no quería pensar lo que ocurriría cuando estuviésemos desnudos uno pegado al otro. Podíamos quemar la habitación entera.

—Tienes que ser una bruja. Yo no haría estas cosas si tuviese el control de mis acciones. —Besé suavemente la punta de su nariz, consiguiendo una sonrisa de su parte.

—Nunca me habían llamado así. —reconoció.

—Tienes razón, no puedes ser una bruja. Pero sí que eres un duende. —Su sonrisa se acentuó.

—¿Un duende?

—Sí, un duende de ojos verdes que me ha vuelto loco. —La besé de nuevo, porque... porque... ¡Va!, ¿qué importa la razón?

Sus labios tenían la capacidad de llevarme a otro lugar, a otro plano astral, pero como siempre pasa cuando te diviertes, la realidad nos devolvió de golpe al presente. Su teléfono empezó a sonar.

Dr. LeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora