Capítulo Tres.

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Respiró profundo, aquel sentimiento de angustia no abandonaba su cuerpo, todo lo atribuía la falta de dinero, no quería pensar en aquello.

Trato de serenar su rostro, no quería que la pequeña lo viera y comenzara a preocuparse por él, suficiente tenía con sus abuelos como para preocuparse por un fracasado como él.

A lo lejos pudo divisar la figura de la niñas de rodillas en el piso y, ignorando a la persona frente a ella, llorando, comenzó a correr, debía admitir que aquella niña había despertado un instinto de protección, comenzaba a quererla como si fuera su hija.

El llanto era fuerte y desgarrador, cuando se acercó se arrodillo a su altura para encontrarse con una figura de porcela hecha trizas en el piso.
Una bella figura de una bailarina de ballet con un tutú rosa, una figura muy vieja, muy desgastado, pero a pesar de todo el único tesoro de una niña desamparada.

–Cariño, ¿Qué pasa?
La pequeña volteó a verlo y se lanzó a sus brazos, aferrandose a su cuello, las gruesas lágrimas mojaban su camisa y los temblores en ella apretujaban su corazón.

–¿Qué demonios le has hecho?
Alzó la mirada para encontrarse con aquel par de ojos azules, esos malditos ojos que le habían robado la tranquilidad.
–La mocosa se atraveso, es tan tonta como tú.

Sergio sintió la rabia burbujear en su interior, sentía las orejas calientes, y con dificultad tomo los trozos de la destartala muñeca.
Se levantó con la niña en brazos, si tan solo ella no estuviera aferrada a él, se habría lanzado contra el alto hombre que lo miraba con desdén.

–Eres un hijo de perra, como te atreves a lastimar a una niña...
–¿Cómo te atreves?–La indignación era visible en los ojos azules.
–¿Qué como me atrevo? Solo eres un hijo de perra que se mete con los más debiles, por que en el fondo eres un cobarde.

Aquellas palabras resonaron en la cabeza del rubio, aquel moreno que se aferraba a una indigente como si fuera su hija le causaba repulsión.
Sí aquella niña no estuviera aferrada a su pecho le habría dado una lección.

–Me largo...

No tenía caso discutir con aquellos seres inferiores, él no era débil ¿Cómo podría serlo? Ellos eran solo una mancha en la sociedad, el era un hombre que poco a poco se hacía de más poder, él jamás sería débil.

–Tranquila...shhh, todo estara bien, mi pequeña...–Aquellas palabras dichas con tanto amor y preocupación iluminaron un pensamiento en su cabeza.

Estupido hombre, ya se encargaría de cobrarle todos y cada uno de sus insultos.

*ೃ✧*ೃ

La niña hipeaba, había dejado de llorar, pero el sentimiento aún corría por su cuerpo, sostenía el torso de la muñeca, la cabeza se había hecho pedazos junto con una de las piernas.

–¿Aquél señor, me odia?
Sergio bajó la mirada, desconcertado, y observó a al pequeña entre sus brazos.
–¿Qué has dicho?
–¿Me odia el señor? Yo no quiero que me odie...yo solo quería...–Gruesas lágrimas comenzaron a rodar por las  sonrosadas mejillas de la pequeña.

–Yo no quiero...que... que me odie–Apenas podía hablar, pues el llanto ahogaba sus palabras.
La pequeña Olivia estaba más preocupada por que aquel malnacido la odiara, que por aquel tesoro que ahora estaba hecho trizas.

–Él no te odia, cariño, solo es un adulto ocupado–Quería que la pequeña lo odiara, que estuviera enojada con él, pero la inocencia y puereza que había en su corazón aprecía que jamás le permitiría odiar a alguien.

Los insultos, y abusos habían hecho mella en el corazón de una pequeña niña de siete años, que temía que alguien la odiara, la falta de cariño, la había dejado marcada.

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