Prólogo

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Prólogo "Un nuevo comienzo"

-El jurado ha dictaminado que la acusada es culpable.


Asesino mediante mis celestes ojos al portavoz del jurado en mi juicio. Estoy acusada de asesinato en tercer grado. Supuestamente maté a mi ex novio y lo corté en trocitos para dárselos de comer a los cerdos con pajarita que comían en el restaurante donde trabajaba.


-¿Y para el delito de homicidio premeditado? -Preguntó a continuación el juez. Continué intimidando a aquel hombre que tenía el futuro en sus manos. De él dependía que en las próximas horas entrara en la prisión federal de mujeres en Pittsburgh.


-Este jurado ha dictaminado que es culpable.-Respondió el portavoz incluyendo un dramático tonito para acabar de llamarme asesina psicópata en los morros.


Cierro mis puños ocultando toda la ira que tengo en mi interior bajo la mesa de madera que posee la sala. Sabía que no podía fiarme del dinero de papá y mamá y sus refinados abogados. Giro mi cuello queriéndome encontrar con quien fue mi mejor amiga tiempo atrás.

Intento que me corresponda la mirada. Quiero que sepa lo que es el dolor. Quiero que pague su puñalada trapera. Pero, ella agacha la cabeza al darse cuenta de que no me achanto ante nada. Su rubia melena oculta sus azules ojos rojos al igual que su rostro pálido.


-Vista la decisión del jurado, tengo que dictaminar la sentencia más justa para este caso.-Exaltó el juez dando como resultado que volviera a poner atención en él.-Condeno a Natasha Fischer a diez años de prisión. La detención y el ingreso a la prisión de mujeres de Pittsburgh serán inmediatas.


El alguacil se aproxima hacia mi persona. No opongo resistencia. Dejo que éste me ponga las esposas. Ando zalamera y sin dejar de perder el contacto visual con mi ex mejor amiga llorando junto con mi familia. El sordo sonido de mis tacones negros chocar contra el suelo es lo único que escucho mientras desaparezco de la sala.

Entramos en una de las salas del juzgado. En ella hay un par de policías que abren los ojos gratamente al verme. A uno de ellos le sale una sonrisa muy poco convencional. Sigo el paso del alguacil vestida con mi perfecto traje de chaqueta gris y mis tacones de aguja negros. Perfectamente peinada con aquel moño que había peinado expresamente mi asistenta. Sabía que algún día acabaría aquí.


-Quítate la ropa.-Ordena el alguacil con una sonrisa maliciosa. Mediante un gesto con la cabeza me señala aquel mono naranja largo.


-Necesito intimidad.


-Bonita, vete acostumbrando.-Ríe el alguacil en forma de burla. Sus compañeros hacen lo mismo. Deseé tener un cuchillo entre mis manos para apuñalarles uno por uno para después cortarles a trocitos y dárselos de comer a los cerdos.-La cárcel no es un hotel de cinco estrellas para ti.

Me quité mi americana primeramente. A continuación mi camisa blanca y falda cayeron al suelo mientras que a aquellos babosos se les abrían los ojos de par en par. Me puse aquel horripilante mono naranja tres tallas mayores. Me señalaron aquel fondo a rayas y me asignaron un pequeño cartelito con mi nombre y número de identificación, el dos cientos cuarenta mil ciento doce.


-Sonríe Fischer.-Incita el policía intentando burlarse de mí.

Una sonrisa entre dientes se dibujó en mis carnosos labios pintados por Gloss. Mi rostro blanquecino se posó justo delante del enfoque de la cámara. Deshice mi moño, dejando despeinado mi pelo castaño con mechas rubias. Mis ojos celestes se entornaron queriendo optar una pose misteriosa. Al fin y al cabo era una cruel y despiadada asesina. El flash me cegó por unos segundos para después encontrarme montada en un autobús destino a mi próximo hogar.

Una decena de mujeres condenadas al igual que yo por múltiples delitos se encontraban sentadas en aquellos deteriorados sillones de cuero. En alguno de ellos se veía de una hora lejos el moho y el relleno de éstos. No me sorprendió, la verdad. El Estado tenía mucho que desear.

Me senté en uno de los asientos libres al lado de una de ellas. Ésta llevaba el pelo corto. Era pelirroja. Su mono naranja al igual que el mío, le quedaba bien. La mujer era de complexión fuerte además de muy corpulenta. Seguro que no era la primera vez que pisaba una cárcel.


-¿Por qué te han condenado a ti?-Preguntó de pronto la pelirroja. Solté una risa sorna. ¿De verdad que las reclusas eran amables?-¿De qué coño te ríes, repipi?


-Maté a mi ex novio.-Informé siendo clara y concisa. La pelirroja enarcó una ceja sin creer mis palabras.


-¿Una mojigata como tú tiene fuerzas para matar a algo?


-Y para después trocearlo y dárselo de comer a los cerdos de mis comensales.

La pelirroja enarcó una ceja y me tendió su mano. Me fijé en ellas, la muy zorra llevaba una manicura francesa. Enarqué una ceja divertida y a continuación la miré a sus grandes ojos castaños:


-Nunca doy la mano a nadie.-Respondí emprando un irónico tono de voz.-No es porque seas tú. Las costumbres.


-Novata...-Espetó la reclusa burlándose de mí. A continuación dejó caer su espalda en el duro asiento y puso los brazos en jarra por encima de sus enormes pechos.

El autobús arrancó a continuación. Me crucé de piernas e inspeccioné detenidamente a cada mujer que había allí metida. Ladeé mi cuello al no encontrar nada interesante. El paisaje el cual me mostraba la ventana era un desierto de poca monta apartado de la gran ciudad de Pittsburg, Pennsylvania.


-¿Y a ti por qué te metieron aquí?-Le pregunté a la pelirroja curiosa. Debía de conseguir a alguien si quería sobrevivir en la cárcel.

-Maté con mis propias manos a mi hijo.


-¿Cómo?


-Lo ahogué.-Espetó la pelirroja sin dar importancia al asunto.-¿Y tú, mojigata?


-Simplemente le apuñalé por la espalda después de enterarme que se había tirado a mi mejor amiga.-Expliqué manteniéndome distante. Me incliné hacía atrás y crucé mis brazos.-Fue muy sencillo acabar con Jenry. Era idiota. Pero, al no sentirme liberada le corté en trocitos e hice una sopa con él.


-Es difícil de creer que alguien tan pequeño como tú, con esa cara de no haber roto un puto plato en su vida haya matado a alguien.

Sonreí al oírla. Cogí una de las puntas rubias de mi pelo rizado. Miré por el rabillo del ojo a aquella pelirroja. Había dado en el clavo. Pero, las apariencias engañan y en cualquier momento podría degollarla con mis afiladas uñas o la cadena de oro que llevaba en mi cuello.

-Según tú teoría, ¿cómo es qué estoy aquí hablando contigo, mole?

La pelirroja volvió a sonreír de una manera escalofriante devolviéndome el propio favor.


-Soy Lisa Smith.-Se presentó la pelirroja con aires de superioridad. Yo torcí los labios en señal de aprobación.-Tengo treinta y cinco años y he matado a toda mi familia. Esta es la tercera vez que me condenan por asesinato. Y estoy orgullosa de ello. No hay lugar mejor para seguir asesinando que en la cárcel.

-Yo soy Natascha Fischer.-Dije manteniendo aquella distancia. Mis ojos celestes con los suyos marrones no dejaban de desafiarla. Presentía que me iba a ser de gran ayuda en la cárcel.-Tengo veinticinco años. He matado a mi ex novio por ser un hijo de puta y he intentado matar a mi mejor amiga por zorra. No me arrepiento por ello, ya que he podido liberar por fin a la bestia que llevo dentro.

-Bonita pieza.

-Lo mismo digo.

Por la ventanilla divisé las enormes torres y muros que formaban la cárcel federal de mujeres de Pittsburgh. Los policías junto a sus amadas metralletas vigilaban desde lo más alto a las reclusas que descansaban en el patio. Miré altiva a todas ellas. Era la única que no llevaba ningún tatuaje y que no tenía ni rastro de arrugas o cicatrices.

Tenía una vida por delante. Podía adueñarme de toda esta cárcel. Lo haría. Mi mente maquinaba miles de planes. Lo haría sin lugar a dudas. Pero, Lisa interrumpió mis pensamientos:

-Bienvenida a tu nuevo hogar, mojigata.






























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