Capítulo 6 "Algo cambió"

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Capítulo 6 "Algo cambió"

Troceo las zanahorias. A continuación las hago daditos. Las aparto a un lado y aboco los trozos en un pequeño cuenco amarillo de plástico. Después agarro los tomates y los voy cortando en rodajas, colocándolos finalmente en el bol junto a las zanahorias. Compruebo que los espaguetis estén perfectos, removiéndolos a su vez. No deben pasarse. Siguen hirviendo en la olla de hierro que hace diez minutos preparé. Tras pasar dos minutos más, los quito de la olla y los escurro con el colador.

La cocina huele que alimenta. Me recuerda a mis buenos tiempos en la escuela de cocina de Nueva York. A su vez, a mi infancia. A cómo corría a la cocina cada vez que olía a espaguetis recién hechos o a pastel de manzana. Suspiré y posé las manos en las caderas.

Me puse manos a la obra a continuación, troceé los trozos de bacon y los puse a freír en la sartén. Batí los huevos en un bol, le agregué un poco de sal, pimienta y toda la nata líquida que disponía la nevera de la cárcel. Continué batiendo hasta que obtuve la mezcla homogénea que necesitaba.

Tras terminar mi cena, la dispuse en el plato y le añadí la mezcla carbonara por encima a los espaguetis. Agarré un tenedor y me acerqué a la única ventana que disponía la cocina y apoyé mi hombro derecho en la cornisa interior mirando el paisaje tenebroso y oscuro que me ofrecía aquella perdida y diminuta ventana de la cárcel.

—Estás loca de remate. —Pensé mientras observaba el patio oscuro, iluminado por un gran foco que vigilaba que ninguna de las presas nos intentáramos escapar. —Loca, por imaginar que algún día te irás de aquí.

Enrollé con mi tenedor parte de los espaguetis y me los llevé a la boca. Era lo único que me entraba después del día de mierda que llevaba. Nunca nada me había salido tan mal. Suspiré tras haber tragado parte de mi comida. Miraba a la nada. Acto seguido, divisé a un par de carceleros vigilar que todo estuviera correcto. Centré toda mi atención en ellos. Recordando como había ocurrido todo.

«Vuelvo a meterme en la ducha. La consulta con el doctor Collins me ha hecho pensar sobre lo que verdaderamente iba a hacer. ¿De verdad qué iba a arriesgarme salir de aquí? Sé que me enfrento a la pena capital si lo hago. Escapar conllevaría a morir si algo saliera mal, ¿o verdaderamente podría aguantar un par de meses más hasta conseguir la condicional y conseguir un breve permiso de seis días?

El agua fría vuelve a recorrer mi cuerpo dando un respiro a mis músculos agarrotados y exhaustos. Además, de dar un alivio incondicional a mi rostro amoratado e hinchado que me duele a horrores. Pero, nada puede dar alivio a lo que siento desde hace unas semanas: me siento sola ante todo.

Sola. Cuatro letras. Dos consonantes. Dos vocales. Un adjetivo calificativo. Decenas de sensaciones. Miles de situaciones. Millones de personas. Y entre ellas yo.

Me encontraba sola en el vestuario de mujeres. No había nadie que pudiera robarme la ropa, intentar abusar de mí o simplemente que pudiera darme una paliza o matarme. Tampoco entrar, ya que había cerrado la puerta con el pestillo. Al menos, de algo para bien serviría el cerrojo que instalaron para darnos más privacidad a las presas.

—Uf. —Musité aliviada gracias al agua fría.

Pasé el champú con estrato de coco y keratina por mi pelo que había conseguido comprar por un par de cigarrillos. Dejé que el agua volviera a resbalar con mi cuerpo junto con el champú, dejándome sentir limpia. Limpia de culpas.

Me enrollé en la toalla blanca y me sequé cuidadosamente. Sin prisas. Era la primera vez que disfrutaba de la soledad—como ahora en la cocina—y dejaba que el aire húmedo impregnara mi cuerpo débil y cansado de librar tantas batallas.

Psicología para principiantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora